miércoles, 29 de enero de 2014

La diferencia



Mis primeros recuerdos sobre Sevilla y Cádiz me hacían ver que los habitantes de ambas ciudades eran totalmente distintos. Después fui conociendo el resto de provincias andaluzas, y vi entonces que gaditanos y sevillanos nos parecíamos muchísimo, pero que éramos totalmente distintos al resto de andaluces, no había ningún punto de unión entre nosotros. Comencé a salir fuera de Andalucía, y entonces entendí que los andaluces éramos muy parecidos, pero completamente distintos a madrileños, catalanes o vascos, que tenían otros intereses diametralmente opuestos. Y entonces salí a otros países de Europa, y me di cuenta de lo parecidos que somos los españoles, y lo distintos que somos a los europeos, de ciudades tan limpias, tan ordenadas, tan perfectas. Ahora me encuentro en Jodhpur, en la India, y aquí, de espectador de todas estas cosas fascinantes que pasan ante mis ojos, no puedo más que concluir que los europeos somos muy parecidos entre nosotros, pero completamente distintos a los indios, dos culturas que no tienen nada que ver la una con la otra y cuya normalidad manifiesta en cada imagen que se aparece ante mis ojos corresponde con una excepción en nuestro mundo. Obviamente a estas alturas ya he aprendido que había sido un necio al pensar eso, pues no debería necesitar irme a otro planeta para hacerme ver lo parecidos que en realidad somos con los indios, de ser consciente de los aspectos que compartimos todos los terrícolas, con los cuales lo único que me separa son el tiempo y el espacio. No debería ser necesario esperar a viajar a Marte para empezar a tratarnos como lo que somos: nada más que lo mismo en distintos lugares, en diferentes momentos y con distintas circunstancias. Yo podría haber sido ellos, ellos podrían haber sido yo.



lunes, 27 de enero de 2014

Tu mirada


Me transmites algo, un conocimiento ancestral que no puedo descifrar. Me miras con esos ojos profundos en los que puedo verme a mí mismo, pero por más que trato de comprender, no sé qué me intentas decir. Tu sonrisa es como un bálsamo curativo, como una especie de pócima capaz de enfrentarse a cualquier mal augurio. Hablamos lenguas distintas, tenemos colores opuestos, edades dispares y sexos contrarios, pero a pesar de eso, estamos a muy poco de entendernos. Tu mirada provoca que mi cabeza se estruje intentando abrir aquella puerta de mi cerebro que da entrada a una habitación luminosa, con las ventanas abiertas dejando pasar el sol, que pone “Lenguaje Universal”. Si, es la forma en la que todos los humanos podemos comunicarnos sin diferencias, sin tapujos, sin murallas, sin aduanas, con una simple mirada, con un solo gesto, con la misma presencia. Y al fin te entiendo, sé lo que me dices, y entonces yo también me río, te sonrío, y algo especial recorre mi cuerpo, una especie de ilusión por la llegada, al fin, de la ansiada utopía. Y te respondo de la misma forma, con la mirada, con nuestros ojos unidos por una vía de comunicación casi intergaláctica, transmitiéndote la respuesta a la pregunta que me habías hecho: “si, amiga, otro mundo es posible”.




lunes, 20 de enero de 2014

A veces



A veces veo claro cuál es el camino que debo seguir, lo tengo pensado en la cabeza, lo he reflexionado bastante, me gusta, me ilusiona, me apetece recorrerlo, me parece entretenido. A veces tengo claro que no sé lo que quiero, o que creo saberlo pero que en verdad estoy equivocado. A veces pienso que todo es demasiado fácil, y que la gente se complica la vida buscando preocupaciones innecesarias. A veces pienso que mis preocupaciones sí que lo son, que son reales, de verdad, no como las del resto. A veces el resto me da una hostia por creerme distinto a ellos, y me deja en el sitio, tirado bajo la fuerza de la corriente de un río inmenso que me lleva inevitablemente hacia un camino, hacia el único que parece haber. Yo me resisto, porque no quiero seguirlo, porque huelo a gato encerrado, pero no tengo más remedio que subirme a esa corriente, adentrarme hacia aquello que parece la única alternativa, la opción que te aleja de lo desconocido, del peligro inminente, que te asegura la comodidad y la vida sosegada. Avanzo unos pasos, entonces, hacia ese camino de baldosas amarillas del que parece que uno no se puede salir, y sólo cuando estoy en él, a la mitad del mismo, detecto la trampa. El cartel está hacia atrás. El verdadero camino se encuentra en sentido contrario. Lo estamos haciendo mal.



sábado, 11 de enero de 2014

El Paraíso


A veces tengo la impresión de que hay cosas que he visto y que, cuando vuelvo y trato de explicarlas, no encuentro las palabras adecuadas que consigan hacer entender a mi interlocutor cómo era el paisaje. Eso ocurre con algunos maravillosos espacios naturales en los que he estado, en donde a veces las palabras, e incluso las imágenes, sobran, como es el caso del Parque Nacional Tayrona, en Colombia. No puedo decir que estuve en un sitio precioso, porque precioso ya lo hemos utilizado mucho, ni que era una playa, pues ya tenemos una idea de ella en la cabeza, con sombrillas, toalla y gente. No puedo decir que detrás tenía la selva, porque ya la hemos visto por la tele como alojamiento de los indígenas que no se dejaban conquistar. Pero es que de repente estoy allí, enfrentado a todo eso, un sendero largo por entre la selva verde y llena de vida ruidosa de insectos, de sapos, de aves, de monos, un sonido del que sospechas que son olas que vienen y van, y que acababa evidenciándose en una playa virgen, silenciosa, solitaria, con un sol que empieza a esconderse para dejar paso al reino de la luna, y me siento como si estuviese en el Lago Azul, en la Selva Esmeralda, como si fuese la playa de Perdidos, la banda sonora de la película de la Misión inunda mi cabeza, me creo que tengo cerca los bosques de Lothlorien, y que a poco que me despiste se aparecerá Galadriel a darme un poco de pan élfico para continuar mi camino, y simplemente puedo sentarme a contemplar lo que ven mis ojos, a pensar en la hermosura de la Tierra, en cómo tuvo que ser cualquier parte del planeta antes de nuestra llegada, y sobre todo, en poner en una balanza las cosas que me hacen volver a un lugar asfaltado, enladrillado, contaminado y feo en lugar de quedarme aquí para siempre, mirando las palmeras, divisando el mar y las olas, viendo la vida pasar.