lunes, 31 de marzo de 2014

Sin Botas no hay Paraíso



Quiero reconocer públicamente mi error. Solicito el perdón a todas aquellas personas a las que he corregido a lo largo de mi vida en este aspecto. Creyéndome por encima del bien y del mal, como poseedor de una verdad contrastada por muchos años de experiencia mirando a las musarañas, cada día que hacía una ruta de senderismo o una salida al campo y alguien me recordaba “no te olvides llevar las botas de montaña”, yo salía presto a reprenderle, como esa puntilla cansina, como un niño repelente, como un martillo pilón, “te referirás a las botas PARA la montaña, que sería lo normal, ¿no? Las botas de montaña no existen, ¿o acaso has visto tú alguna vez una bota hecha de montaña, eh?”. Y entonces llegué al Antiatlas, en Marruecos, y allí la vi, gigantesca, como suspendida ante mis ojos, como una revelación, la verdadera bota DE montaña. Existe, vaya zas en toda la boca. Desde entonces tengo una pesadilla recurrente: escucho que alguien me dice que le acerque aquel vaso DE agua. Sí, DE agua, y no CON agua, como yo le habría corregido. Y yo lo intento una y otra vez pero no puedo pues siempre se deshacen las partículas de agua al contacto con mi mano, desparramándose todo y poniéndome perdido del líquido elemento. Y entonces aparece una tercera persona, como si del camarote de los Hermanos Marx se tratase, y, señalando a mis pies inmersos en el charco formado en el suelo, me repite una y otra vez “no te habrías mojado si te hubieses calzado las botas DE agua. Las botas DE agua. Las botas DE agua...”. Y entonces yo miro al padre, un vaso DE agua, miro a la madre, unas botas DE montaña, y entiendo que el hijo sólo podría ser unas botas DE agua. Me doy cuenta que me han colocado en un mundo que no entiendo, y sólo quiero gritar y llorar, incomprendido, incomprendiente. Todo por creer ciegamente en que una bota nunca podría ser DE montaña. Todo por estar convencido de que la única normalidad es la que acostumbro a ver cada día a mi alrededor.





martes, 25 de marzo de 2014

En el amor y en la guerra



El Kama Sutra fue una obra escrita por un religioso y escritor indio llamado Vatsiaiana, en un periodo indeterminado comprendido entre el siglo I y el VI d.C. Alrededor del año 1000 se construyeron los templos de Kahajuraho, cuyas fachadas están adornadas con multitud de escenas eróticas, esculpidas para que sirvieran de enseñanza del Kama Sutra a los jóvenes de la época, que se familiarizasen con las múltiples formas que tiene el amor. Aquí existen escenas de todo tipo: hombre con mujer, mujer con mujer, hombre con hombre, hombres con mujeres, mujer con muchos hombres, hombre con muchas mujeres, veo hasta hombre con caballo y mujer. Y esto ocurría hace mil años, y se veía normal.  Imagino aquella sociedad “libertina” de la época y lugar, y la comparo con la sociedad puritana que tuvo que ser la nuestra en esos mismos años, y llego a la conclusión de que hubo lugares en el mundo en el que tuvo que ser mucho más entretenido vivir que en el nuestro. Así, algunos dibujaron un escenario para el común de los mortales que tuvo la suerte de nacer en esos años que consistía en nacer, crecer e ir a las guerras continuamente, a las cruzadas, y por tanto morir. Y quizás esas personas cabalgaban hacia la batalla anhelando un mundo imaginario en el que el camino normal fuese nacer, crecer, hacer el amor continuamente, y por tanto vivir. Lo verían como una utopía, una vida en la que poder amar en lugar de pelear, una vida en la que dejar de clavar la espada y matar a personas que no conocía y empezar a clavar… (tranquilos, voy a detener la metáfora aquí). Todos aquellos que seguían aquel destino nunca llegarían a comprobar que lo que imaginaban no era una  utopía, sino que existía, y estaba en India. Lamentablemente, la guerra tuvo mejores profetas que el amor, y aquellas figuras que ahora tengo enfrente quedaron como vestigios de un futuro que pudo ser y no fue, de tal manera que ahora una película de disparos y muertes podría ser vista por todos los públicos mientras que otra en la que saliese un pecho ya estaría catalogada para mayores, al igual que la violencia de unos cuantos encapuchados contra la policía puede ser continuamente expuesta en cualquier telediario, mientras que el amor desprendido de una manifestación pacífica tiene que pasar numerosos filtros calificativos para siquiera ser tenida en cuenta.



martes, 18 de marzo de 2014

Mi mayor chasco viajero


Mi mayor chasco viajero resultó aquel verano que quise innovar y viajar a un lugar distinto a los que había viajado antes. Estaba cansado de ver siempre lo mismo, ciudades como la mía, o muy parecidas, con todo asfaltado, gente ordenada que andaba por la acera, coches que correctamente circulaban por la carretera, todo limpio y muy aséptico. Así que opté por apuntarme a un viaje de esos que anunciaba una nueva compañía de viajes. El secreto era que no viajaban en el espacio, sino en el tiempo. Me dieron un folleto, para que eligiese a qué año quería viajar. Me costó decidirme, muchos eran los momentos que me gustaría haber visto, pero con el ansia de desprenderme de todo esto que veía a mi alrededor, de todo el material construido por el hombre que no me permitía disfrutar de la naturaleza, opté por viajar al pasado más remoto del ser humano. Cogería billete para la Prehistoria. Sí, allí quería ir, a la misma Prehistoria, donde todo era naturaleza, no existía el dinero, los seres humanos íbamos tal y como vinimos al mundo, y nuestras actividades se basaban en cazar, recolectar, y andar por el campo, a la luz del sol, o resguardado en la caverna esperando al paso del invierno. Pues eso, para allí compré el billete, me subí a aquel medio de transporte intertemporal, con ventanas a los lados para ver el paisaje. Estábamos cinco o seis personas más, no me detuve a contarlas pues estaba ansioso con el viaje. La especie de autobús arrancó, y ahí que empecé a ver por la ventana cómo cambiaba todo el paisaje, como se hacía todo más antiguo, la imagen se distorsionaba, se ponía en blanco y negro, luego sin sonido, luego desaparecía la imagen, de nuevo volvía y todo parecía como más natural, más rústico, estaba yendo al pasado, cada vez más rápido. De vez en cuando el chofer paraba y decía “¡Edad Media!”, y se bajaba uno, o “¡Año 0!” y se bajaba otro. Así hasta quedar yo sólo. Estaba emocionado, por fin experimentaría lo que había deseado siempre, ver el mundo cuando todo era inocente, cuando no existían las cosas que el hombre había creado para hacérnoslas necesarias. Cuando la vida era sol, plantas, animales, viento, agua. Se paró el autobús, y el chófer gritó "¡Prehistoria!". Era mi turno, me bajé, y fue entonces, en el momento en que desapareció de mi vista el vehículo, cuando me llevé el mayor chasco, o, llamémosle, la mayor sorpresa de mi vida viajera. Vestido con unas pieles de oso, y con un cacho de palo en la mano, haciendo ruidos de cavernícola, un ser humano se acercaba a mí. No era un Neanderthal, este ser era ya un Sapiens con todas las letras. No podía creerlo. Me estaba dando la bienvenida a la Prehistoria su primer habitante humano. Era Jordi Hurtado.




lunes, 10 de marzo de 2014

Maternidad



Desalojar una habitación, y pintarla de blanco con tonos azulados, o con tonos rosados. Comprar ropita del mismo color que la habitación, en función de si es niño o niña. Vaciar un armario y llenarlo de una gran cantidad de trajecitos y patucos. Comprar un buen carrito, con capazo, Maxi Cosi y silla, un moisés, una buena cuna para dormir y un parquecito, así como una bañera especial. Tener preparados geles, champús y cremas especiales para la delicada piel del bebé, y una buena dotación de toallitas húmedas que te solucionarán cualquier contratiempo. Estar bien surtido de pañales. Acolchar las esquinas de los muebles para que el golpe con ellos no sea doloroso. Cambiar de coche a uno más amplio. Incluirle unas pantallas para que pueda entretenerse viendo una película en los viajes largos. Estar atento a cuando llore pues querrá decir que tiene hambre y habrá que darle el pecho. O no, hacer lo contrario, no hacerlo a demanda, sino con horarios estrictos. Que mantenga una disciplina. Si llora hacerle caso al momento, porque puede correr riesgo inminente de muerte. O no, no hacerle caso ninguno, o no parará de tomarte el pelo el resto de su vida. Aprender a andar de puntillas, para que no se despierte. Darle leche materna, a costa de todo. O no, no pasa nada si no se la das, hay todo tipo de leches en la farmacia. Sintonizar los primeros canales de tu televisor con Clan TV, Boing y todas las alternativas de dibujos animados y programas infantiles que existan. Envolverlos en una burbuja climática ante posibles inclemencias meteorológicas, pues el excesivo frío, o el excesivo calor pueden influir en su desarrollo. Controlar su temperatura corporal en todo momento, así como la respiración, si hay tos, si suena raro, si no come lo que debería comer, si no duerme lo suficiente. Desinfectar todo lo que esté en contacto con el bebé, para evitar contaminaciones por virus y bacterias. Mirar con detenimiento la cabeza en búsqueda del temido piojo. Visitar al médico ante cualquier situación que se salga de lo normal. Entrar dentro de los percentiles estipulados. Eso era lo que me había enseñado nuestro mundo sobre lo que implicaba la maternidad. Ahora miro a esta parejita que tengo enfrente, y pienso: “¡Oh! ¡Wait!”.