miércoles, 11 de junio de 2014

Caravanas del desierto



Amanece en Erg Chebbi, situado a un paseo en camello de tres horas aproximadamente desde Merzouga, en Marruecos. Aún no hace tanto calor, el sol comienza a salir en el horizonte de este mar de arena que se ha levantado con marejadilla. Mientras voy ascendiendo, me sorprendo del paisaje, de las olas que parecen esas dunas, de esta impresionante montaña de arena por la que voy subiendo, que supera a todas ellas, y desde donde puedo ver el infinito, kilómetros y kilómetros sin encontrarme ningún edificio, puente o elemento arquitectónico o ingenieril que muestre intervención humana alguna. La sensación es maravillosa aquí, en este lugar donde aparentemente no hay nada.  Es como si la compañía fuese algo extraordinario, como si lo normal fuese la soledad. Y es que siento que sólo en un lugar donde no hay nada es donde el ser humano puede darlo todo, sacar todo aquello que está en el interior de su mente, sin las distracciones absurdas de nuestro mundo. Un hombre ante la naturaleza más básica, más hermosa, más dura, que a medida que la piso me traslada a otros tiempos, como si en este mismo instante no estuviese ya en el siglo XXI, sino que me convirtiese en un esclavo de los que cruzaban a pie el desierto, en caravanas interminables de camelleros, apresado injustamente bajo un sol de justicia. Quizás no me tengo que ir muchos siglos atrás. Quizás no tengo que desplazarme en el tiempo ni años ni meses. Quizás en este mismo instante, muchos estén haciendo el camino, no el de Santiago, no el del Rocío, sino el que les llevará a su soñada Europa. Quizás todas estas dunas esconden algo más que arena.





domingo, 1 de junio de 2014

Va llegando el momento



Veo normal tener una llave en el bolsillo que pertenezca a la casa donde vivo. Veo normal tener un móvil al lado de esta, con el que puedo estar permanentemente comunicado con mi alrededor. Veo normal tener dinero en monedas, en billetes, o en tarjeta. Veo normal comprar comida cuando tengo hambre, y beber agua de cualquier grifo cuando tengo sed. Veo normal la variedad gastronómica que está a mi disposición: pasta, arroz, cualquier potaje, puchero, gazpacho, tortilla, filetes y pescado en cualquiera de sus variedades, pizzerías y hamburgueserías en cada esquina, todo tipo de postres, cafés, tés, copas y un largo etcétera. Veo normal tener tres supermercados a menos de cien metros, cuatro kioskos, videoclub, dos o tres farmacias, centro de salud, clínica y hospital bastante cerca. Veo normal tener internet en casa, un ordenador desde el que conectarme, y una impresora. Veo normal tener mi coche abajo aparcado, dispuesto a poder usarlo cuando lo necesite. Veo normal poder darme una ducha cuando me da la gana, con agua caliente incluso. Veo normal los desodorantes, colonias, pastas y cepillos de dientes. Veo normal las noches de juerga, los días de fiesta, las invitaciones a los diversos eventos que se ven comunes en nuestro alrededor. Veo normal comprarme ropa o zapatos cuando me siento escaso de alguna prenda. Veo normal tener una lavadora en casa, un microondas, millones de tupperware, así como todos los avíos de la cocina. Veo normal la nevera, todo el interior, y la despensa, con reservas por si acaso hubiese un holocausto nuclear. Veo normal tener una bici, y unos zapatos para correr, y poder hacerlo de forma segura, sin miedo a que me ocurra nada. Veo normal que los coches no piten por la calle continuamente, que se conduzca con cierto orden, que haya semáforos, que las aceras estén limpias, que se pueda transitar por ellas. Veo normal que prácticamente todos seamos iguales físicamente, que casi todos seamos blancos, que casi todos procedamos de tradición católica, que casi todos tengamos ropa arreglada. Veo normal la “democracia”, que tengamos gobiernos con chaqueta, que podamos votarlos una y otra vez a pesar de que hayan dado muestra de su ineficacia y caradura. Veo normal mi normalidad. Veo normales demasiadas cosas que no lo son. Ya va siendo hora. Es momento de coger la mochila, viajar y reencontrarme con el mundo descalzo.