martes, 23 de septiembre de 2014

Aún no estamos perdidos



En el mundo de las nuevas tecnologías, en la acuciante espiral de progreso y desarrollo que nos lleva a ser cada vez más metálicos (en el jardín botánico…), en una Tierra con ascensores, donde constatamos que el futuro solo eran coches aerodinámicos y formas más redondeadas, con edificios más altos, con imágenes virtuales de mayor definición, con una realidad paralela creada por ordenador que te permite abstraerte del mundo real e introducirte en uno formado por bytes, aplicaciones, mensajes directos, envíos de archivos y visualización de videos, en una sociedad cada vez más rápida, más deprisa, donde el significado de segundos, minutos y horas va cambiando a un ritmo vertiginoso por la necesidad de hacer cada vez más cosas en menos segundos, minutos y horas, de repente, en los albores de la tempestad, uno comprueba que aún no estamos perdidos. En esta espiral de vida “inteligente” que hemos creado y que no nos permite parar un segundo y simplemente descansar, aburrirnos, pensar, e imaginar, aparece una esperanza, pues veo aquí, en Phnom Penh, a niños jugando a la petanca con las chanclas. Aún hay lugares donde se puede uno detener, coger aire y disfrutar de la grandeza que tenemos encerrada en el cráneo, la cual nos empeñamos en darle menor uso del debido pasándole la responsabilidad creadora a cualquier aparato electrónico. La vida, aún, es dominada por nuestra imaginación. Bravo. 
 


miércoles, 10 de septiembre de 2014

Dudas



¿Y si la vida es sólo levantarse por la mañana, ocupar el tiempo en algo, comer y beber, y volver a acostarse por la noche? ¿Y si sólo somos un mero transmisor de una energía que nos han dado nuestros padres y que tenemos obligación, sin saberlo directamente, sin ser conscientes, de transmitirla? ¿Y si nuestra única función en la Tierra es sobrevivir PORQUE SÍ? ¿Y si empezamos nuestra existencia sabiéndolo, y el exceso de uso de la razón en algo, en ocupar el tiempo en cualquier cosa, ha logrado confundirnos, separarnos de ese conocimiento? ¿Y si mientras más básicos fuimos, más inteligentes éramos, más conscientes de nuestro sentido vital? ¿Y si cualquier persona que está aquí, en Camboya, en la puerta de su casa de madera, sentado en una silla de plástico, o en su barquita, aparentemente sin hacer nada más allá que ver la vida pasar, es más consciente que nosotros de las grandes dudas de la humanidad por el simple hecho de no haber sucumbido a la tecnología, al desarrollo ilimitado, a la famosa pantallita, ajena a todos nuestros aparatos cotidianos fabricados para no tener que  pensar en nada, para tener la mente en blanco, en auténtico vacío? ¿Y si verdaderamente al invertir tiempo en cosas que no nos aportan nada como ser humano, nos estamos convirtiendo en gilipollas? ¿Y si ya lo somos? ¿Y si no hay remedio?



martes, 2 de septiembre de 2014

Atardecer



No existe nada parecido, con tanta fuerza, nada que se repita tantas veces en todos los lugares del mundo, y que su simple visualización no te haga pararte, sentarte si es posible, y esperar a que se produzca el fenómeno. Ahora estoy en Serendipity, en la costa camboyana, y descubro que aquí sucede lo mismo. El cuerpo recibe la orden de la mente, “párate, siéntate, en la arena, da igual, pero siéntate y disfruta”. Los colores azules y blancos, los últimos rayos solares que se tornan de amarillos a naranjas e incluso rosas, el sonido de las olas, el agua, ese tranquilo ir y venir de ondas a través del mar chocando con la orilla. La brisa marina envuelta en la calidez húmeda de esta parte del mundo, el escenario enfrente, como si fuese un lienzo que va cambiando a cada segundo, fondo azul, algodones blancos, fuego a lo lejos que se funde con el mar embravecido. Parece que las nubes son humo resultado de esa fusión entre lo más caliente y lo más líquido. Un escenario del que es imposible escapar, que se introduce en el cerebro y te taladra activando una tecla reflexiva que dice “¿qué estás haciendo?”. Tengo ante mí el fin de un día, y no temo, y me pregunto qué habría pensado el primer hombre que se enfrentó al atardecer por primera vez y miró con miedo el futuro, viendo cómo se escapaba irremediablemente el astro rey, rodeándose todo de una oscuridad amenazante, sin saber aún que siempre, incluso tras la noche más cerrada, vuelve a aparecer el sol. Como tantas cosas en esta vida, el miedo de ayer es nuestra seguridad de hoy. Ese hombre no imaginaba que todo era mucho más fácil, que llegado un momento tendría que dejar de recrearse en sus tinieblas, darse la vuelta y simplemente esperar a que apareciese el sol de nuevo por el otro lado. Lo aprendió al día siguiente. La experiencia trae consigo la tranquilidad.