martes, 14 de octubre de 2014

Pol Pot y los Jemeres Rojos. Introducción



A veces creo conocer el miedo, el pánico, el horror, la barbarie, la injusticia. Pienso en los límites de resistencia del ser humano y creo que algunas cosas que me pasan en mi día a día resultan inaguantables. Pero permitidme que me ría de mí mismo, de mis preocupaciones, de mis miedos, de mis pánicos, horrores y demás. Y os pido permiso porque quizás mis miedos también se parezcan a los vuestros. Pocas cosas serían comparables a las que un camboyano que hoy tenga más de setenta años haya podido soportar en su vida. Éste hombre sería de los que más conocimiento tendría del verdadero significado de palabras como “alucinante”, “horrible” o “barbarie”.

Cuando era pequeño, vivió la colonización francesa, en la que fue considerado, como  mucho, un ciudadano de segunda. Más tarde, experimentó un periodo de ilusión con la retirada de aquellos y los inicios del reinado de Sihanouk, empezando a aprender que quizás era una persona como las demás, que no sólo tenía obligaciones, sino también derechos. Ese periodo se fue contaminando con la cercanía y repercusión de la guerra de Vietnam, que hizo que los americanos bombardeasen gran parte del territorio camboyano. Los que por un lado decían que venían a salvarles del yugo comunista, les intentaban convencer a base de bombas que su forma de vida era mejor para ellos. Pero es imposible pensar que representa una mejor alternativa de vida aquella que trae bombas al lugar donde vives. ¿Cómo consideraron un país formado por pequeñas aldeas y pueblos de humildes agricultores una amenaza al país más desarrollado del mundo? ¿Qué milonga contaron a la generación de nuestros padres para que se lo creyesen? ¿La misma que nos están contando a nosotros sobre los conflictos bélicos actuales?

Convencer a la población mediante bombas no llegó a cuajar, claro, y fueron más allá, apoyando el golpe de Estado de Lon Nol. Si para nuestro protagonista el anterior régimen comenzaba a olvidarse de ellos, de los débiles, éste nuevo régimen de Lon Nol representó la más descarada forma de enriquecimiento de las élites. Así que de nuevo a sufrir. Nuestro hombre volvía a experimentar la injusticia, rogando que algo nuevo y bueno viniese a rescatarlos.

En este caldo de cultivo se hicieron fuertes los Jemeres Rojos liderados por Pol Pot, que consiguieron liberar al país de aquella dictadura. La esperanza se adueñaría de este señor que hoy tendría setenta años, esperanza de libertad y de igualdad, pero no duraría mucho, pues al día siguiente ordenaron a toda la población abandonar, con lo puesto, las ciudades en las que vivían, poniendo rumbo a Ninguna Parte. Al cabo de los meses comprobaría que Ninguna Parte eran los campos de arroz, el trabajo de sol a sol con tan sólo una ración de comida, un cacho de suelo donde tumbarse unas horas a dormir por la noche, la lucha por la supervivencia, la visión continua de compañeros, hombres, mujeres y niños, que morían por no poder soportar ese ritmo, las familias separadas, humilladas y más tarde muertas, las jornadas de "reeducación", las nuevas normas estrictas que había que cumplir (no mostrar sentimientos, no reír, no llorar, prohibido leer y escribir, prohibido llevar gafas, entre otras reglas increíbles). Habría sobrevivido viendo hasta donde había llegado la barbarie, aquella que no procede sólo de un malévolo personaje que ordena, sino de los miles que les siguen la corriente y que ejecutan las inconcebibles órdenes sin ni siquiera planteárselas. Conocería, mas tarde, que la cuarta parte de la población, dos millones de ocho posibles, habían desaparecido, y que Pol Pot no sólo arrasó a su pueblo, sino a los miembros de su propio partido, creando centros de internamiento, tortura y asesinato a la búsqueda de traidores a su patria que confesasen las más increíbles historias de espías. (Continuará)