lunes, 16 de noviembre de 2015

Analgésicos-bomba



Un día unos locos recorrieron las calles de una gran ciudad europea disparando a diestro y siniestro a todas las personas que se encontraban por ahí. La suerte, la casualidad, la sinrazón, hizo que más de cien personas perdiesen la vida. Los supervivientes, obviamente, se enfadaron, y en respuesta a eso, el país afectado decidió bombardear el país de procedencia de los locos, muriendo otros cientos o miles de personas allí, civiles de allí, inocentes de allí. Los supervivientes del país receptor de las bombas, obviamente se enfadaron, y decidieron responder de la forma que ellos pueden: más locos recorriendo más calles de más ciudades europeas matando a más civiles inocentes. De nuevo, los supervivientes de esas matanzas en Europa se enfadaron, y decidieron responder con más bombardeos en el otro país. Más muerte y destrucción en aquellos lugares que provocó más enfado, claro, y los supervivientes se motivaron aún más en dar la vida por su Estado Islámico, pues era atacado inmisericordemente por los europeos, así que volvieron a responder con sus formas: Alá es grande y les dice, les ordena, con esos bombardeos recibidos, que vayan a Europa a matar a más infieles. Y van. Y matan. Y los europeos, enfadados de nuevo, volvieron a responder con sus formas: la democracia les dice, les ordena, con esos asesinatos recibidos, que vayan a Raqqa a bombardear terroristas (y lo que haya cerca). Y así en una suerte interminable de odio y destrucción que se retroalimenta infinitamente.

La violencia sólo engendra violencia, es una máxima que nos enseñaron desde pequeño, probablemente los mismos mayores que ahora deciden seguir engendrándola. Eso lo sé yo, tú, él y el gobernante de turno. La historia está llena de ejemplos que nos dicen que los bombardeos indiscriminados solucionan tantas cosas como los tiroteos indiscriminados: nada. ¿Por qué se sigue haciendo? ¿Por qué lo seguimos viendo inevitable? ¿Es imposible dejar de comprar el petróleo con el que se han hecho y que sostienen su financiación? ¿Es imposible dejar de venderles las armas que luego van a utilizar contra nosotros? ¿Es imposible establecer vínculos que hagan atractivo para los ciudadanos de aquellos lugares la relación con nuestra parte del mundo? ¿Es imposible pedir que este tipo de conflictos se aborden de manera global y centrada en sus verdaderas causas? ¿Es imposible pensar que allí, al igual que hay tantos hijos de puta como aquí, también existen mujeres, niños y hombres que nada tienen que ver con la violencia?

Estamos acostumbrados en medicina a que una pastilla nos quite los síntomas de la enfermedad, pero no las causas, y hemos exportado esa lógica a los problemas sociales. Los bombardeos son sólo analgésicos que enmascaran el dolor de un instante, pero que no abordan la enfermedad en sí. 






viernes, 13 de noviembre de 2015

Un poquito de Quito




Quito se encuentra enclavado en el denominado surco interandino, que es la parte intermedia entre la Cordillera Oriental y la Occidental de los Andes. Eso hace que la capital ecuatoriana haya crecido y siga haciéndolo de forma alargada, de norte a sur, y no circularmente, como pueda ocurrir en la mayor parte de ciudades europeas, pues se encuentra a este y oeste bruscamente con dificultades orográficas de considerable altura. Vista desde un punto elevado, en este caso desde la Basílica del Voto Nacional, el aspecto es como un gran enjambre de casas y edificios que se pierde en el horizonte, tanto hacia un lado como hacia el contrario, con una intensidad que hace difícilmente imaginable cómo podría haber sido este lugar antes de que lo hubiesen pisado los conquistadores procedentes de nuestro continente tanto tiempo atrás. Y es que a pesar de que trajeron más conflictos, guerras, nuevas armas y enfermedades a los oriundos, probablemente el veneno más impactante que portaban no era otro que el concepto de “desarrollo” y su identificación con “prosperidad”. Hasta entonces, por estos lares, existía cierto equilibrio con la naturaleza. Nuestra civilización les enseñó a sacar partido de hasta la última gota de Tierra, y a denominar las transformaciones de la misma como progreso. El asfalto se identificó con la modernidad, la modernidad con lo correcto, y todo ello se encerró entre ladrillos y cemento. El desarrollo, definitivamente, no dispone de contenedor que lo recicle.