lunes, 16 de mayo de 2016

El despertar de la fuerza



Te detienes un momento, te miras en el espejo y ves el paso del tiempo en tu rostro. Tu piel está arrutinada, y la costumbre ha hecho que tu cerebro se enlentezca. Esto era joven antes, te preguntas. ¿Qué hace que se vuelva viejo de repente si el interior está igual que siempre? Abres la ventana para respirar aire puro y el horizonte te anuncia que el final de una aventura inolvidable, que dio a luz un libro publicado y otro par de ellos en busca de padrino quizás esté cerca, y que sería grandioso terminarla por todo lo alto. Sacas la mochila guardada en los altillos de un armario, y al abrir sus cremalleras encuentras la respuesta. Es el movimiento el que rejuvenece, el único que puede hacer frente al sedentarismo al que nuestro mundo obliga, ése que provoca arrugas de pensamiento. Durante el año vas notando cómo pierdes esa seguridad alcanzada cuando estás fuera, cuando vas y no estás, cuando andas y no llegas, cuando caminas sin ir a ningún lado, sin prisas, sin objetivos, sin una ocupación más importante que pasear, observar, conocer, aprender, preguntar. Pero tranquilo, tu mundo descalzo está aquí de nuevo, y ha venido a ayudarte, a aclararte, a emocionarte, como si fuese el despertar de una fuerza que sube automáticamente tus niveles de agustismo. Hace poco más de cien años llegaron a España los últimos de Filipinas, mañana iré a comprobar cómo se han desenvuelto sin nosotros.