viernes, 27 de enero de 2017

Estamos obligados a decírselo



Tenemos la obligación de decirles que podíamos vivir un día entero, y semanas, y meses, y años, y toda la adolescencia y juventud sin móvil; que la vida no necesitaba tener un control absoluto; que se podía esperar sólo en un lugar a que llegasen nuestros amigos sin que tuviésemos ninguna sensación de estar perdiendo el tiempo; que si nos perdíamos en la Feria luego nos encontrábamos sin el pánico de pensar que no tenemos cobertura, no habrán mirado el móvil, se les habrá acabado la batería o qué se yo; que la única comunicación existente era por el fijo de casa, que la mayoría de llamadas que nos hacían pasaban por el filtro de nuestros padres, que si era nuestra novia la que estaba al otro lado del teléfono, teníamos que hablar con ella estando ellos delante, y en un salón o cocina habitualmente repleto de hermanos y ruido de televisión; que no disponíamos de google, que teníamos que convivir con las dudas, que las discusiones no se cerraban con la verdad absoluta a la que ese buscador te permite acceder; que no teníamos juegos en un clic, que debíamos pasar tiempo solos, enfrentándonos a nuestro aburrimiento, dando vueltas a nuestra imaginación para encontrar la diversión; que no teníamos la necesidad de hacernos una foto delante de cualquier lugar y momento, de esas en las que el paisaje es secundario y lo que importa es nuestra cara; que tener un álbum en papel lleno de selfies no tenía sentido y por eso las fotos se hacían a paisajes y a amigos en lugares y momentos especiales, porque era lo que queríamos recordar para siempre, no nuestra propia cara que cada día miramos al espejo; que hicimos botellones y nos cogimos nuestras papas sin entender que aquello era algo de lo que sentirse orgulloso y por tanto debíamos publicar al resto de la sociedad.

Tenemos la obligación de decirles que no es que fuésemos más responsables, que no es que tomásemos mejores decisiones, sino que tuvimos la suerte de que la evolución tecnológica no hubiese creado aún ese aparatito que por sobreutilización nos está volviendo enganchados, dependientes, egocéntricos, menos libres y en definitiva carajotes, y que la libertad a veces sólo llega cuando un inesperado movimiento provoca que nuestro móvil caiga en un lugar acuoso y poco higiénico que produce su destrucción y nos permite recordar, al menos por unas horas o días, que hubo un tiempo en que la libertad consistía sólo en salir de casa sin estar conectado a nada ni a nadie, andar con la cabeza levantada y fijarte en las maravillas que puedas encontrar por el camino. 


miércoles, 18 de enero de 2017

Ese deporte

No es normal dar por supuesto que ir a ver un partido conlleve a meterse con el rival, a decirles hijo de puta y cabrón y cosas peores a ellos y al árbitro, a tus propios jugadores o directiva, a la afición contraria y/o a tu propia afición. No es normal despotricar de cualquiera de ellos y desearles la muerte delante de tus hijos. No es normal que te vea mostrando tanto odio hacia gente que no conoces. No ocurre mayoritariamente en baloncesto, ni balonmano, ni voleibol, ni tenis. Por supuesto no ocurre en atletismo, o natación o ciclismo. Sólo es normal, utilizando la definición de "normal" como "valor más repetido", en un deporte concreto: el fútbol. Pero que allí sea normal no indica que sea lógico y ni mucho menos recomendable. Muéstrale a los pequeños lo bueno del deporte, la competitividad bien entendida, la de la superación personal, y la belleza de la actividad física en sí, del torneo, de la competición, pero no las taras que nuestra generación arrastra, la de la falsa superioridad del que se cree por encima sin demostrarlo y que lleva irremediablemente al insulto y a la agresión. Si logramos eso, con suerte en pocos años volvamos a tener programas deportivos en la televisión en los que no aparezcan hooligans como comentaristas y contertulios.


domingo, 15 de enero de 2017

Cuando tienes muchísimo dinero



Cuando tienes muchísimo dinero te compras unas cuantas casas para invertir y la cagas, pues contribuyes al aumento de precios generalizado del sector al no tener prisa alguna por alquilar; te compras un pedazo de coche y la cagas, pues a pesar de toda su tecnología y potencia no puedes ir a más de 120 km/h; te compras el móvil más caro y con más aplicaciones y la cagas, pues comienzas a invertir demasiado tiempo en prestar atención a los que están lejos y agradar a desconocidos mientras desatiendes a los que tienes enfrente; te compras un equipo de música potente y la cagas pues jodes la vida de tu vecino; te compras más comida de la cuenta y la cagas, porque te pones gordo; bebes más alcohol de lo recomendado y la cagas, porque castigas al hígado; tienes más dinero para gastar en las demás drogas y la cagas, porque te hacen adicto; inviertes lo que te sobra en la Bolsa y la cagas, porque con ese dinero se trafica con armas, drogas, mujeres y niños sin que tú te des ni cuenta; pagas para que otros te administren el dinero y el papeleo y la cagas, pues después apareces con dinero en paraísos fiscales y dices que no tenías ni idea. 

Cuando tienes muchísimo dinero ves tu alrededor como un objeto, acabas pensando que lo puedes comprar todo y la cagas, pues lo único que logras es venderte a ti mismo, desprenderte de tu tiempo y caer en la enfermedad más extendida de nuestras sociedades occidentales: la depresión por exceso de consumo, esa que viene al comprobar que tenerlo TODO aquí y ahora no da la felicidad, sino el aburrimiento, y no provoca sabiduría, sino estupidez.