Porque crecí sin
saber, y luego viví y aprendí, y luego leí y aprendí más, y luego viajé y
aprendí mucho más, y luego pasé por fracasos de todo tipo con los que aprendí
más aún; porque eso me llevó del desconocimiento a la incomprensión, luego a la
indignación ante la injusticia, más tarde a la protesta y denuncia por intentar
arreglarlo, y luego a la resignación ante lo imposible; porque esas etapas me
hicieron sentir la necesidad de compartir al resto lo aprendido, convencido de
estar más cerca de la verdad que cuando no sabía nada, e ilusionado porque
quizás pudiese proporcionar a alguien la luz que otros mediante sus libros,
palabras y experiencias me proporcionaron a mí; porque me he dado cuenta que es
imposible que el cambio mental venga de fuera, y menos aún que yo lo provoque, sino
que éste procede de un camino lector y vital de cada uno; porque creo que estas
redes sociales de lo efímero tienen una temática que a mí no me gusta y un posible
final cada vez más cercano; porque esta sociedad lleva a que la única pregunta
que interese a la gente sea “¿cuánto cuesta esto?”, y esa pregunta y su respuesta
a mí no me interesan en absoluto; porque hablo a un mundo distinto al de mi
cabeza; porque las palabras se las lleva
el viento, pero lo escrito no; porque escribir requiere un esfuerzo sobrehumano,
sin ningún tipo de recompensa; porque deja el cuerpo y la mente como una
esponja cuando la exprimes y se queda sin una gota de agua en su interior; porque
requiere mucho tiempo, y todo lo que le cedo a las letras lo pierdo de otras
facetas importantes de la vida; porque tras cuatro años, dos libros y cientos
de artículos me encuentro en el mismo punto que cuando empecé, y quizás eso sea
una señal; porque puede ser que ya lo haya dicho todo y mi cabeza no produzca
nada más; porque no quiero seguir abusando de familia y amigos dándoles la
turra escritora; porque hay mucho ruido en esta habitación, y las palabras no
se oyen; porque la masa ahoga y me hace sentir dispensable; porque nada importa
cuando hay fútbol en la tele o política en el bar; porque la ambición del
escritor es peligrosa y sentir que escribo sin ser leído es como hablar sin ser
escuchado y eso cansa; porque a la vez, provoca adicción, y no quiero depender
de las redes como una necesidad; y porque me apetece.
Por todo ello y
por un poco más, anuncio, sin drama, el cese temporal de mi actividad escrita. Porque eso ya
lo hizo ETA, y Michael Jordan, y la Infanta Elena y Marichalar, en sus
respectivos ámbitos. No sé cuánto durará, no sé si será para siempre. No
tendría necesidad de comunicarlo públicamente, claro, de dedicar un post a
esto, pero como suelo ver las vidas como libros, y la propia como una novela, de
alguna manera entiendo éste como el capítulo final de la mía (en lo referente a
escribir, no os asustéis). Me voy por tanto con Ernesto, con Roberto y con Juan
a Mi Mundo Descalzo, y a charlar con Yin y Yan de lo divino y de lo humano, y a
buscar a Laura y a Nuria y a Edith y a Alba. Dejaré de escribir en redes
sociales y sólo mantendré, como un chaleco salvavidas éste, mi blog, por si
alguna vez el mono es demasiado fuerte como para reprimirlo.
Y nada más,
quería comunicaros eso. Fue un placer. Sólo desearos que seáis felices, leáis mucho
y viajéis lejos.
Click.