martes, 26 de enero de 2016

Pelos blancos en tu cabeza



Nacer, llorar, mamar, hacer pipí y popó. Crecer, hasta que te puedas desplazar por ti mismo sin ser sostenido por unos brazos adultos. Correr de un lado para otro. Divertirte con cualquier cosa. Reír mucho, querer mucho, ilusionarte mucho, imaginar mucho. Descubrir algo nuevo cada día. Aprender siempre.

Seguir creciendo, hasta la altura de tus ancestros, aunque más canijo y seguramente con mostacho y granos en la cara, o con unos pechos en crecimiento descontrolado y experimentando una incomodidad mensual que no te abandonará hasta la menopausia. Comenzar a pensar en lo injusto, en que todos están contra ti: profesores, padres, hermanos, amigos. Estar alerta. Dar la bienvenida a un interés que no acabará por abandonarte jamás: el amor. Experimentar el cambio de aficiones desde los muñecos o muñecas al deporte, y de éste a las chicas o a los chicos. Creer que puedes llegar a ser lo que te propongas. Tener el recipiente de ilusiones y esperanzas en sus máximos niveles.

Seguir creciendo hasta que se van los granos, y el mostacho desaparece y viene la barba o el afeitado de verdad. Darte cuenta que el pelo está un milímetro más atrás de la frente que la última vez que te fijaste. Elegir la carrera, dejar atrás colegio e instituto. Conocer mundo, primero el cercano, luego el lejano, y, quizás, el más lejano aún. Preguntarte por qué todo es así. 

Echarte una pareja en serio, terminar la carrera, encontrar un trabajo para toda la vida, ir comprobando cómo éste no era como esperabas, cómo no se parecía a lo que te hablaban en la Universidad, aquello que pensabas que te haría sentir realizado. Comprarte un coche, firmar una hipoteca, casarte, tener hijos, aceptar que dejas de ser protagonista de tu vida para convertirte en el mentor de otro protagonista que procede de ti mismo. Ver pelos blancos en tu cabeza y pensar en teñirlos o aceptarlos. Fijarte en que tu piel ha estado expuesta al aire demasiado tiempo. Observar cómo el vaso de ilusiones y esperanzas individuales comienzan a vaciarse.

¿En qué momento aparecieron los desvíos del camino, esos que desechaste o aceptaste? ¿En qué segundo de tu vida haber tomado una dirección y no otra te habría convertido en otra persona con circunstancias completamente distintas a las que tienes? ¿Qué cambiarías si pudieses volver atrás?



viernes, 15 de enero de 2016

Ayahuasca




Un círculo humano alrededor de un fuego. Un hombre ancestral, con edad y conocimientos sobre la naturaleza superiores al resto. Desde pequeño un chamán le sopló a él, y eso dio comienzo a su periodo de aprendiz. Durante el resto de su vida se dedicó a conocer aquellos recursos que la selva puede proporcionar: comida, bebida, cobijo, medicinas. Y también el espíritu del mismo, los espíritus del bosque, el Supai en que se convierte un chamán cuando muere, el mismo al que accede un aprendiz al convertirse en chamán. Ahora, en este preciso instante, está iniciando a unos cuantos occidentales en un rito ancestral, la toma de Ayahuasca, el contacto con los señores de la selva, la familiaridad con los espíritus, la posibilidad de ir a tu antes o a tu después, de contactar con las visiones que proporciona la magia de un brebaje obtenido de un tipo de liana, de esas por las que tarzán solía lanzarse al grito del rey de la selva.

Un sonido rítmico comienza a escucharse por encima de la lluvia que asiduamente nos visita de noche, una vez se reparte el líquido en cuestión. El simple sorbo te traslada a un lugar de otro tiempo, a un tiempo con otro lugar. Estoy rodeado de personas con pantalones, con camisetas de una marca precisamente del mismo nombre que la etnia con la que nos encontramos, pero en mi cerebro no se traduce de la misma forma, en mi cabeza está el chamán, están dos o tres kichwas más que producen o también  reciben ese tin-tin eléctrico que cada vez se hace más acuciante. Y estoy yo, claro. Sí, solo cuatro o cinco personas, aunque la realidad diría que somos veinte. Pero yo no quiero la realidad, en este momento me quiero evadir de ella, y por eso estoy con esos cuatro kichwas ancestrales.



El fuego se convierte en el elemento principal, como si no hubiese aire, ni agua, ni piedra, sino sólo el poder del fuego, la luz atrayente en la que imaginas formas imposibles e impensables en otro estado. Comienza el baile de palmas, las que el chamán sostiene y hace bailar con la mano, en otro movimiento rítmico y sonoro, chuschuschuschuschus, chuschuschuschuschuschus, así, mientras a la vez limpia el aura de diversos compañeros que sienten la necesidad de deprenderse de los malos espíritus. En su lengua kichwa, el chamán va explicando cómo tal persona se está enfrentando a la maldición de dos chamanes que tratan de que le ocurra algo malo, y cómo él mismo ha logrado vencerlos, diciéndoles que no busquen problemas, que lo dejen tranquilo.

Comienzan a escucharse los primeros comentarios, “ya me viene”, como si fuese algo esperado que obligatoriamente tuviese que suceder. Se empiezan a demostrar los primeros síntomas, un leve zumbido eléctrico en los oídos, dicen algunos, los primeros vómitos y alguna que otra ventosidad sonora que hace relajar el ambiente serio y concentrado del personal. La ayahuasca, además de sus mágicos poderes, es un potente purgante, y se puede manifestar primeramente a través de molestias digestivas de toda índole. Algunos se levantan, otros se quedan sentados, esperando a los espirituales síntomas. Se respira profundidad, ancestralidad, el tono de un anciano cantando en kichwa te traslada al tiempo que imaginaste, aquel en que los árboles, los animales, los insectos y todo tipo de plantas y hongos estaban en comunión con el ser humano, aquel en el que el espíritu del bosque entraba con facilidad en nuestro organismo. Ahora yo vivo en un mundo metálico, asfaltado, “desarrollado”, y quizás es por eso que no acabo de contactar con el Supai, por eso me resulta tan complicado convencerle de que soy un kichwa, de que tengo su aura, de que pertenezco al grupo de los que quieren a la naturaleza, de que de verdad estoy preparado para que me guíe por el pasado y por el futuro, de que me vea a mí mismo, o a los míos, o a los que fueron míos y aún pertenecen a mis recuerdos. Pero no, no pasé la prueba, no me permitió rozarle, ¿otra vez será?