lunes, 2 de agosto de 2021

Inmigrantes

 

—Los inmigrantes vienen a quitarnos el trabajo a los españoles.

—Pero si suelen hacer el trabajo que no quieren hacer los españoles.

—Bueno, pero vienen aquí a delinquir.

—Pero si hay más delincuentes españoles que inmigrantes.

—¡Eso no es así! ¡He leído que en proporción los inmigrantes delinquen más!

—Porque en proporción los inmigrantes tienen menos recursos, y cuando la gente no tiene recursos, sea inmigrante o no, se ve más obligado a delinquir que alguien con recursos.

—Sí, claro…¡y se les da una paga y una casa al llegar y a los españoles nada!

—Eso no es cierto. Y además, si lo fuese, ¿no hemos quedado en que si vienen sin nada y no les ayudamos se verán obligados a delinquir para comer?

—Bueno, pero lo que no entiendo es por qué no pueden venir con su contrato de trabajo…

—Porque la urgencia de comer es más grande que la obligación de rellenar papeles. ¿No intentarías irte de un país en el que no se cumplen los derechos humanos más básicos?

—Sí, pero lo haría legalmente.

—¿Cómo hacerlo legalmente si el país del que procedieras estuviera en guerra o no ofreciese ningún servicio público de atención al ciudadano para esos trámites, o los ofreciese con una precariedad, a unos precios y con una lentitud brutal?

—Lo que no puede ser es que invadan el país…

—¿Cómo se invade un país sin llevar nada encima?

—A ver…¡que no pueden venir tantos a la vez!

—¿Y qué hacer con ellos? ¿Dejarlos ahogarse en el Estrecho?

—No me vengas con esa demagogia, tía… Que lo hagan bien desde el principio y así no tenemos que salvarlos en el Estrecho. Además, ¿no sabes que eso es cosa de Soros?

—¿Soros quiere salvar a las personas? ¿Pues entonces eso es bueno, no?

—Soros quiere crear inestabilidad política mundial. No hace nada que no le suponga beneficios.

—No como ahora, que hay una estabilidad política brutal. Y no como el resto de millonarios, que hacen sólo cosas por amor al arte.

—Illa, es imposible hablar contigo, no cedes nunca.

—Tío, te conozco de toda la vida, desde que eras pequeño. Eres muy buena persona, estoy seguro que si vieses a alguien sufriendo en la calle le ayudarías, si alguien necesitase ayuda ahí estarías tú. Eres atento con tu familia y amigos, eres alegre y tratas bien a los desconocidos, no te he visto nunca faltarle al respeto a nadie. Y además eres religioso, crees en Dios y todas esas cosas de la bondad y la maldad. ¿Por qué cojones defiendes con tus palabras en conversaciones o en tus redes sociales que no podamos acoger a la gente que más sufre en el mundo si tú, si vieses a alguien sufriendo, le ayudarías? ¿No te das cuenta que estás absorbiendo una maldad que no te corresponde? ¿No ves que alguien te está haciendo enfadar con un colectivo, el inmigrante, que mayoritariamente no tienen donde caerse muerto? ¿No te das cuenta de que cada vez que defiendes estas cosas te haces más distinto a aquel Dios en el que crees?

—…

—…

—….

—….

—… ¿Paseamos?




sábado, 31 de julio de 2021

El secreto de la vida

 

La mejor manera de hacer a la gente libre es acostumbrarles, desde que nacen, a tener poco. La responsabilidad de los padres se torna brutal en eso, y la buena intención de que a nuestros niños no les falte de nada en realidad lo que consigue es que el niño quede atado y bien atado a este sistema cada vez más extremo, éste que nos genera presiones y ansiedades tan grandes porque nunca nos deja satisfechos con lo que alcanzamos, éste que nos obliga a trabajar sin descanso durante toda la vida para adquirir las cosas superfluas a las que nos han acostumbrado desde siempre.

¿Y si nunca hubieses visto desde pequeño que el coche lo aparcaban en un parking privado? ¿Y si no hubieses crecido pensando que para aparcar no hace falta invertir nada de tiempo? ¿Y si no hubieses estado apuntado a un club con piscina desde pequeño? ¿Y si no hubieses sido  educado en un colegio privado? ¿Y si no hubieses veraneado en casas u hoteles de precios altos desde pequeño? ¿Y si no hubieses crecido comiendo muchas veces en restaurantes? ¿Y si no te hubiesen comprado tanta ropa desde chico? ¿Y si no hubieses sido criado con capazos nuevos, con sillitas nuevas, con baños nuevos? ¿Y si no hubieses tenido desde que naciste aire acondicionado en verano o calefacción centralizada en invierno? ¿Y si hubieses sentido frío en invierno y calor en verano, en lugar de al revés? ¿Y si no te hubiesen puesto comidas distintas cada día, y otra comida si la que te ponían no te gustaba? ¿Y si no hubieses tenido jamón, o langostinos, o filetones de ternera, o todo tipo de galletas y dulces cuando te daba la gana?

¿No habrías vivido igual, pues la risa y la diversión no está en esas cosas sino en con quien te juntas y en la capacidad de aprender cosas nuevas que tengas, pero además hoy serías más libre porque no necesitarías tanto todas esas cosas a las que te has acostumbrado y por tanto no tendrías la necesidad tan grande de trabajar tanto para tener el dinero necesario para tener todas esas cosas a las que ya no puedes desacostumbrarte? ¿No serías más libre para decidir lo que haces, ya que tendrías más margen económico al no gastar tanto en lo superfluo? ¿No serías más libre de hacer lo que quieres, ya que tendrías más tiempo libre al no tener que trabajar tanto para comprar esas cosas? ¿No serías más libre (y con menos ansiedad) pues no tendrías el peso de creer que te mereces todas esas cosas y que si no las tienes es porque no te habrás esforzado lo suficiente?

Este sistema tan inteligente en el que nos hemos educado y que tan poquísimo se puede poner en duda porque si no te tachan de antitodo y de comunada ha relacionado el sentimiento de amor a nuestros hijos con la obligación de surtirles de TODO desde pequeños, y de esa forma lo único que logramos es crear nuevos esclavos que nos sustituirán a nosotros, también esclavos, en la rueda de la producción interminable de cosas y necesidades superfluas que serán producidas y compradas por nosotros y ellos hasta que sus hijos les tomen el relevo como ellos nos lo tomarán a nosotros.  Y así en una rueda interminable hasta que nosotros seamos ancianos y nos demos cuenta de la trampa en la que caímos pero ya será demasiado tarde para avisar a los niños, que serán lo suficientemente mayores para cambiar esos hábitos y sólo cuando lleguen a ancianos se darán cuenta también de la trampa en la que cayeron, pero ya será demasiado tarde también para sus hijos pues serán lo suficientemente mayores para cambiar sus hábitos, y sólo se darán cuenta, de nuevo, al llegar a ancianos, y así en una interminable sucesión de acontecimientos que mantendrá la rueda de la producción funcionando hasta que agotemos al planeta de recursos y a los cerebros de estrés.

Es más fácil. La vida es más fácil si la vives con las menos cosas posibles. Ese es el único secreto de la vida.




lunes, 19 de julio de 2021

El verano de mi vida

 

Éramos dos bandos: los buenos y los malos. Por supuesto, yo pertenecía a los buenos. Los malos siempre eran otros. Mi familia, mis amigos, eran también los buenos. Los malos eran quienes no eran mi familia ni mis amigos.

Los malos eran los otros, todos los otros. Los buenos, nosotros.

A los nosotros los trataba bien, y me preocupaba de lo que les pasaba. En los otros no pensaba casi nunca, a no ser que uno de nosotros hiciese algún comentario sobre ellos, y entonces yo me unía y los criticaba también. Nosotros éramos buenos, nobles, honrados, sinceros. Los otros eran aprovechados, egoístas, hipócritas, con actitudes perversas. Eran malos porque eran los otros. Hacían cosas chungas porque eran los otros. No necesitábamos más explicación: eran los otros. Nosotros hacíamos todo bien, los otros hacían todo mal.

Así me hice de los Lakers y los malos eran los Celtics. Me hice del Sevilla, y los malos eran del Betis. Era de España, y los malos eran catalanes o vascos. Crecí en un barrio de derechas, y los malos eran de izquierdas. Mi tele echaba series y películas de Estados Unidos y entonces Estados Unidos era nosotros y todo lo que Estados Unidos dijese que eran los otros, eran los otros para nosotros también. Los indios, los vietnamitas, los árabes, los extraterrestres, cualquiera. Ese país, además, nos enseñó a no ver a los otros sólo como malos, sino como malísimos. Seguramente los dibujos y películas de vaqueros o de superhéroes contribuyeron a entender esas lógicas: el que era malo era malo malísimo; el que era bueno era  bueno buenísimo.

Pero a veces la vida me situaba en territorios confusos. Por ejemplo, pasaba de curso y entraba en una clase nueva donde todos eran distintos a los del año anterior, todos eran los otros y por tanto malos, pero al poco tiempo los conocía y pasaban a ser también nosotros y por tanto buenos. Cosas como esta me hacían sospechar que nosotros era sólo un sinónimo de conocidos, y los otros de desconocidos, y que en función de eso nos catalogábamos a nosotros como buenos y a los otros como malos. Como eso era tan complicado de entender para mí, trataba de no pensar mucho en ello.

Empecé a crecer y a preocuparme por la pobreza, la desigualdad y la justicia social, pero como vivía en un barrio de derechas y todos los nosotros éramos de derechas y allí lo importante era la nación, la religión y el orden, mi cerebro solía silenciar mis nuevas reflexiones para no perturbar a mis nosotros.

Tenía amigos del Betis y eran buena gente pues se reían y me hacían reír. Eran nosotros, pero a la vez el Betis eran los otros, y eso me provocaba un choque mental de incomprensión, porque entonces ellos eran nosotros y los otros y eso no podía ser.

Conocí catalanes y vascos y vi que eran muy simpáticos, tanto como nosotros. Hacían chistes, jugaban con la ironía, pero ellos eran los otros, y los otros eran malos, así que ¿cómo podría yo recolocarlos en mi cerebro en el lugar en el que colocaba a los buenos, si eran los otros y por tanto malos?

Me percaté por primera vez de guerras de Estados Unidos contra otros países. Estados Unidos eran los buenos porque eran nosotros, pero la guerra era mala porque moría gente inocente. Y de nuevo hacía toc-toc la incomprensión, pues esa gente no era nosotros, sino los otros, y entonces no debería importarme. Pero lo cierto era que me importaban esos otros que morían injustamente. ¿Cómo podía importarme que muriesen los otros si los otros eran los malos? ¿Cómo podía rebelarme contra nosotros, si nosotros éramos los buenos?

Crecí y salí de mi barrio y conocí otras gentes distintas, de izquierdas esta vez, que eran los otros y por tanto malos, pero al hablar con ellos y conocer que se preocupaban más de las cosas que a mí más me importaban otra vez tenía en mi mente la confusión y dudaba sobre si quizás aunque fuesen los otros no eran tan malos, pues pensaban como yo realmente pensaba pero no me atrevía a admitir. ¿Qué me ocurría? ¿Por qué todo se me desmoronaba? ¿Por qué me dijeron que lo mío era nosotros, que lo otro eran los otros, que nosotros éramos buenos y los otros malos, si todo el mundo, mayoritariamente, parecía ser bueno cuando lo conocía?

Con el cerebro frito y el espíritu revuelto decidí ponerle solución. Un verano salí de mi barrio, de mi ciudad, de mi país, de mi continente y recalé en el país de los otros y comprobé que hacían lo mismo que nosotros: se despertaban, desayunaban, algunos con cara de malas pulgas, otros con ganas de charla. Iban a trabajar, la mayoría en cosas que no le interesaban en absoluto, algunos suertudos en trabajos atractivos. Tenían familias, reían con ellos, jugaban y quedaban con amigos. Hacían deporte, se bañaban en piscinas o ríos o mares, iban a bares, trataban de sobrevivir, de pasarlo bien, de ser agradables y empáticos con su alrededor, de ayudar en lo posible, ¡intentaban no hacer el mal!, ¡intentaban actuar bien! 

El verano de mi vida fue ése en el que descubrí que los otros también eran nosotros. Y desde entonces todo me resultó más fácil pues dejé de invertir energía en pensar mal de los desconocidos.




miércoles, 14 de julio de 2021

¿Es Cuba una dictadura?

 

Estuve en Cuba un mes, hace tres años, viajando por todo el país por mi cuenta, de forma mochilera, como siempre hago, con la dificultad que tiene Cuba para eso pues no tiene hostales o albergues y hay que quedarse en habitaciones que alquila la gente en sus casas, lo cual por otra parte está muy bien pues así tienes oportunidad de conocer a más cubanos y cubanas.


También he estado otros tantos meses en todos los países de Centroamérica comprendidos entre Venezuela y México, en varios de ellos varios meses, como Nicaragua y Guatemala. Y varios meses en países asiáticos (tres en India, uno en Camboya, otro en Filipinas, otro en Myanmar y Tailandia, medio mes en Turquía) y en otros países africanos (uno en Marruecos, otro en Malí y Senegal, medio mes en Mozambique y Sudáfrica). Y en muchos europeos, claro, pero eso ya es otro rollo totalmente distinto y que no tiene nada que ver con el tema. O sí.

Esto no da para ser un experto en Cuba, por supuesto, pero la experiencia de haber estado en muchos lugares distintos del mundo sí que me da algo de idea a la hora de comparar países. Así, cuando surge el tema trato algunas veces de explicar a mis conocidos qué pienso de Cuba y me centro, para ello, en buscar las diferencias entre este país y el resto de los de su entorno que conozco, y me fijo en los aspectos más llamativos para un viajero solitario y que viaja con bajo presupuesto y con mucho contacto con lo “oriundo” y que suelen ser más comunes y/o visibles, como son los relativos a la seguridad, a las drogas y el alcohol, a la pobreza y/o miseria y a la prostitución.


En prácticamente todas las capitales de los países centroamericanos y sudamericanos que he estado la sensación de inseguridad es muy alta. Tiendas vigiladas por vigilantes armados con metralletas que ciertamente impacta a los inocentes europeos que pisamos esas calles. Rejas grandes en todas las ventanas y comercios. Miradas sospechosas que en función de la hora del día te generan cierta incomodidad. Brutales problemas de alcoholismo principalmente de hombres y su delincuencia (y machismo) asociada. Diferencias enormes de sensación de seguridad cuando andas solo por sus calles una vez que cae la noche, en los que en cualquier momento al torcer una calle algo más oscura de la cuenta cualquiera podría aparecer y robarte e incluso matarte por un simple cigarro. Decenas de momentos parecidos a esos sentí e historias similares escuché en Ciudad de Panamá, El Salvador, Tegucigalpa, Managua o San José de Costa Rica, por poner algunos ejemplos. E igual o más ocurre en muchas capitales de países asiáticos, como Bangkok o  Manila o Mumbai, o en otras grandes ciudades africanas como Johannesburgo. En Cuba, sin embargo, NUNCA tuve sensación de inseguridad andando por cualquier ciudad y calle o a cualquier hora solo, desde La Habana hasta cualquier otra de las grandes ciudades cubanas como Santiago de Cuba, Camagüey, Cienfuegos, Santa Clara, Baracoa, etc, por las que me desenvolví.

En todas esas capitales de países de los que hablaba al principio es absolutamente normal y corriente que se te acerque alguien vendiendo droga u ofreciéndote los servicios de prostitutas. Es absolutamente normal ver la miseria en esas capitales donde el ruido del tráfico, la masificación, la polución y la pobreza se dan la mano produciendo una cantidad enorme y trágica de gente sin nada, desde mayores a muy niños, que se te acercan sin aspecto alguno de tener las más mínimas condiciones de salud ni de hogar ni de comida. En las capitales centroamericanas, sudamericanas y africanas es muy habitual. En las asiáticas, habitualísimo, el impacto, de primeras, es muy grande. En Cuba NUNCA me ofrecieron droga ni prostitutas, nunca tuve la sensación de estar ante personas sumidas en las miserias absolutas que veía en las otras capitales del mundo, ni niños abandonados sin casa ni comida ni nada.

Yo tenía, antes de conocer todos estos países, una idea de dictadura de lo que había estudiado, había leído y me habían contado mis padres de la dictadura de aquí, que entre otras cosas chungas tenía un indicador claro: no se hablaba de política nunca, ni con conocidos ni mucho menos con desconocidos, y por supuesto, nunca por la calle. En Cuba, en cada casa que me alojé, en cada pueblito y con cada cubana o cubano con el que hablé, me hablaron de política. Muchos me criticaron al gobierno y otros varios lo trataban de justificar, en ambos casos sin ningún tipo de timidez o miedo respecto a quién pudiese oírles. Otros muchos me hablaban del bloqueo de Estados Unidos, y otros me decían que el bloqueo que tenía Cuba era mental. Me he subido a coches con cuatro o cinco cubanos, o a autobuses con decenas de ellos en los que ha habido momentos en que la policía paraba el vehículo para hacer inspecciones de qué llevaba la gente encima, y allí todo el mundo se cagaba en los que mandaban, y algunos le respondían, y en ningún caso vi más crispación que la que aquí en España tenemos en un día normal viendo las noticias.


Por eso, con toda la interminable información intencionadamente confusa y fuera de contexto que nos llega de Cuba, y como experiencia de primera mano para quien quiera conocerla, pienso que en Cuba hay evidentes datos indiscutibles de que no hay transparencia política, de que un partido único es un signo claro de que la cosa no es normal y debería haber cambios hacia una transición más democrática que diese cabida a todas las ideas. Pero a la vez, echando un vistazo a los países de su alrededor, pienso que el hecho de ser un país bastante ajeno al capitalismo ha logrado construir un lugar muy pacífico, con muy poca droga y problemas de alcohol, con muy poca trata de mujeres, con muy poca miseria, sin niños viviendo en las calles, cosas que son fácilmente visibles en las capitales del resto de países centroamericanos, asiáticos y africanos.

Pienso, por otra parte, que así como el bloqueo de Estados Unidos es una de las dos causas fundamentales de la situación cubana, la posible llegada de un desbloqueo igual no arregle la situación sino que pueda llegar a empeorarla en otro sentido. Cuando la isla se abra completamente a Estados Unidos podremos convertirnos en testigos de primera mano de cómo entra y se extiende vorazmente el consumismo en un país del sur, llenando las calles de lucecitas y productos empaquetados en plásticos de colores y tiendas y bares fashion, pero produciendo sus horribles efectos secundarios que son comunes sobre todo en las grandes ciudades de esos países: grandes diferencias sociales que aumentarían las bolsas de pobreza y que se traducen en personas sin techo y niños viviendo en la calle, desembocando en mayor criminalidad, tráfico de drogas, de personas, mayor contaminación y más inseguridad. La llegada del capitalismo a un lugar virgen en ese aspecto logrará la creación de la necesidad en las personas de invertir más tiempo en trabajar más para tener más dinero para comprar más cosas que antes no necesitaban y que ahora usarán durante un tiempo limitado y tirarán a la basura y harán de sus ríos y mares lugares más sucios donde ya no será tan bonito bañarse porque la masificación turística terminará de convertir el último reducto ajeno al capitalismo extremo en otro país más del montón. Se transformará una isla asequible a todos los bolsillos en un decorado preparado para turistas adinerados, como ocurre en tantas islas del Caribe. Y cuando eso pase nos preguntaremos cómo ha sido posible, estaremos como John Travolta girándonos de un lado a otro preguntándonos cómo no nos habíamos dado cuenta de que el capitalismo destruye la idiosincrasia de los países.

En este mundo en el que parece que todos están seguros de cualquier tema que hablan, y en este aspecto cubano más aún, en el que las personas suelen sentenciar su opinión incluso sin haber pisado la isla o estudiado su historia o leído a sus autores, pienso que si las intenciones fuesen puras, honradas, con expectativas de construir mundos mejores, el foco debería ponerse en qué diferencia a Europa de América Latina o de Asia o de África, y no en señalar a un país concreto dentro de un contexto a su alrededor que resulta mucho peor que el de Cuba. La solución, quizás, no es hacer de Cuba un país como los que tiene al lado, sino que podría consistir en que estableciésemos un intercambio, como si estuviésemos en una mesa de negociación. Nosotros podríamos explicarles cómo hemos logrado que cualquier persona pueda decir lo que piensa y defenderlo con partidos políticos distintos al partido único, y que haya libertades y derechos sociales que hace años se verían imposibles de lograr. Ellos podrían explicarnos cómo han hecho para tener una población pacífica, abierta a los viajeros, con ciudades seguras. Cómo han erradicado la miseria absoluta, cómo no tienen gente que duerma en las calles, ni niños deambulando sin nadie ni nada, sin techo, como sí ocurre en el resto de países centroamericanos. Cómo han logrado que el tráfico de drogas o de personas sea testimonial, que el alcohol no sea un gran problema, cómo han preparado a sus sanitarios, qué tipo de educación han logrado implantar para que su población tenga tan buena capacidad discursiva, social, política e incluso filosófica, cómo se han hecho prácticamente autosuficientes durante tantísimos años.

¿Es Cuba una dictadura? Yo después de conocerla un poco, y de conocer todo su entorno no me veo capacitado para responder.  Me acuerdo mucho con esto del efecto Dunning-Kruger en el que seguro muchas veces en mi vida he caído, y que se refiere a ese sesgo cognitivo en virtud del cual los individuos incompetentes tienden a sobreestimar su habilidad, mientras que los individuos altamente competentes tienden a subestimarla en relación con la de otros, creándoles a aquellos una superioridad ilusoria. Es decir, que quienes saben un poco experimentan una sensación de seguridad muy alta en su opinión, y quienes saben mucho experimentan lo contrario, muchas dudas, hasta que ya alcanzan el nivel de expertos, al que sólo acceden unos pocos con mucho estudio y experiencia, en el que comienzan a verlo claro. Quizás las opiniones que más ruido hacen sobre este tema pertenecen a ese primer grupo, y debamos buscar más información al respecto por otros ámbitos para tener una opinión más acercada a la realidad. 

Y, sobre todo, quizás la pregunta la tienen que responder los propios cubanos. Porque me da la impresión de que en estas cosas ocurre como en las relaciones familiares: yo sí puedo meterme con mi hermano, pero si alguien se mete con mi hermano, voy a por él. En general, creo que el cubano se mete con Cuba, pero no permite que el resto se meta con Cuba. Porque hay cosas que se quieren tanto que sólo pueden solucionarse en familia.



viernes, 2 de julio de 2021

La barca

 

Existe una barca que se dirige a un mundo donde las leyes no las dicta una persona mayor, con muchas propiedades y mucho miedo a perderlas. Allí la juventud manda, las oportunidades son infinitas, se puede uno equivocar mil veces, nadie compite, ninguna persona tiene que simular ser otra distinta para ser respetada. No hay mentira, no hay enfados ni odios, y las cosas se pagan con sonrisas de verdad, no simuladas. Un mundo donde la gente lee mucho, pero no siempre libros: leen montañas y lagos y mares y personas y naturaleza. Leen alegría. Hablan con la mente y la palabra, pero también con la cara y el cuerpo.

Yo sé de dónde sale esa barca y hacia dónde va, me he montado en ella y he llegado al destino, sé cuánto dura el trayecto y lo bien que te tratan allí, y debo deciros que nada es igual desde entonces y que cuando salgo de allí, ese mundo me acompaña SIEMPRE y ahí es donde empiezan los inconvenientes, porque ya no entiendo este mundo de aquí tan competitivo, donde tan habitual es simular ser otra persona, donde las palabras no siempre dicen lo que el corazón y la cabeza sienten.

Cada vez que me subo al coche a hacer cualquier recado me acuerdo de la barca e imagino que voy en ella y pienso en que mi destino entonces no será al que realmente voy sino al que me llevaba la barca y trato de llegar al mundo aquel tan bonito y actuar y pensar y ver todo como se veía allí, aunque donde arribe sea a nuestro mercado laboral, a nuestra sociedad consumista, a la felicidad comprada.

Ay.



miércoles, 23 de junio de 2021

Encajar

 

No veo el Hormiguero. No sé nada de la Eurocopa, casi ni quienes juegan, ni cuáles son los favoritos, prácticamente no conozco a ningún jugador, no sigo el fútbol. Soy del Sevilla porque así entendí que había que ser desde pequeño, no porque piense que es el mejón equipo del mundo o algo parecido, y tampoco me sé el nombre de ningún jugador actual. Miento, de Jesús Navas, nada más. No veo Sálvame, ni la Isla de las Tentaciones, ni Gran Hermano, ni Eurovisión, ni Master Chef, no me sé los nombres ni caras de ninguna de las personas que salen en esos programas, excepto el clásico de Belén Esteban o Kiko Matamoros. No veo Cuéntame desde que el hijo era una niño. No me gusta la Feria ni la Semana Santa, no me siento cómodo en casi ninguna fiesta de esas que se denominan nacionales, o en fiestas multitudinarias. No voy a misa, no creo en nada de eso, no me gustan los toros, ni las Fallas, ni el chotis, ni estaría cómodo en la brutal masificación de San Fermín. No me gustan los eventos sociales estilo bodas, bautizos y comuniones, no me siento cómodo vestido para la ocasión y todo lo que ello conlleva. No defiendo a las instituciones clásicas de toda la vida, estilo Monarquía o los partidos de siempre. No me gusta que la Constitución sea intocable o que el Rey sea inviolable, porque ninguno de los dos son superhéroes. No soporto las diferencias laborales. No comprendo cómo hemos normalizado que dos personas en la misma empresa dedicando el mismo tiempo al trabajo puedan recibir condiciones tan distintas. No busco ni tengo hipoteca. No entiendo cómo se instauró en nuestros cerebros el camino ideal de estudiar una carrera-echarte novia-casarte-tener el mismo trabajo para toda la vida-hipotecarte. No comprendo cómo admitimos que lo ideal era anclarnos tan rápidamente, cuando aún éramos tan jóvenes. No entiendo cómo todos los que cayeron en la trampa no están advirtiendo a quienes están cayendo ahora que huyan rápido de entrar en ese mismo bucle. 

        La mayor parte de mi tiempo libre estoy leyendo o haciendo deporte o viajando cercana o lejanamente o escribiendo o viendo documentales o paseando o sólo. Vamos, que puede que sea un sieso. 

        Si no veo lo que ve la mayoría, ni me divierto como se divierte la mayoría ni voy a los sitios a los que va la mayoría ni creo lo que cree la mayoría ni voto lo que vota la mayoría ni acepto las cosas que acepta la mayoría ¿cómo voy a sentir que encajo yo en este mundo?





viernes, 18 de junio de 2021

La receta del pescador

 

Soy un pescador distinto al resto, no conocerás otro igual. 

        Yo tengo una caña especial para pescar tristezas. Le pongo masilla al anzuelo, la lanzo con tino a los cerebros y pican rápido. Entonces las subo a mi barquita y les doy un paseo por el lago. Ya ahí voy notando cómo cambian, como las tristezas se van transformando en otra cosa. Yo creo que el sol hace su efecto, y también la brisa, incluso la casi inexistente de hoy, y el separarlas de las demás tristezas. Yo creo que las tristezas acumuladas hacen un efecto multiplicador, e ir pescando de vez en cuando unas pocas mejora la circulación, y las propias tristezas se van dando cuenta de que no son tales. Algo así como que muchas tristezas juntas producen trombos. Mi caña es como la heparina de las tristezas. Luego, cuando llego a casa con mi mujer, preparo por la noche las tristezas fritas y les echo por encima un poco de limón. El limón, que podríamos pensar que agria las tristezas, produce un efecto contrario. Cuando estudiaba matemáticas en el colegio me solían decir que menos por menos es más, lo cual no lograba entender mucho cuando era pequeño, y ahora lo comprendo perfectamente porque con esto sucede algo parecido. Limón (que es amargo) por tristezas (que son amargas) da agustismo (que es agradable). Resulta sorprendente lo buenas que quedan acompañándolas con vino o cerveza. No creerás el sabor alegre que tienen. Y lo que nos reímos.





lunes, 14 de junio de 2021

Patriota

 

En una de las EBAU de este año han preguntado “¿qué es ser patriota?”, y la pregunta me ha hecho reflexionar, claro, aunque hace ya más de veinte años que hice selectividad. He buscado en la RAE y he leído que un patriota es alguien que tiene amor a su patria y que procura todo su bien. Y patria es el lugar en el que hemos nacido, al que nos sentimos ligados por vínculos jurídicos, históricos o afectivos. También me ha gustado conocer que patriota, en Nicaragua, es un plátano maduro. Pero bueno, eso no tiene nada que ver con el tema. O sí.

            Entiendo que el vínculo jurídico no tiene mucha discusión, nuestra patria es la que dice el DNI, pero en el histórico y sobre todo en el afectivo, sí. Porque esos ámbitos me llevan a la época que más curiosidad me da, en la que mi país actual no era más que Iberia, por ponerle un nombre, cuando no existían los países, cuando los primeros seres humanos anduvieron por estas tierras y no había naciones ni fronteras, ningún stop ni retén de policía que preguntase a dónde vas. Y esa es la patria en la que más me veo reflejado, pues es la patria cuyos límites los pone la naturaleza.

            No tengo apego a una tierra concreta, aunque entiendo y siento un poco, sobre todo cuando viajo fuera, que yo pertenezco a España, y que posiblemente mi patriotismo más fuerte, dentro de lo poco que tengo desarrollado ese sentimiento, es hacia Andalucía. A los andaluces es a quienes más me parezco y por quienes más siento. Pero mi mayor patria es la mundial, así que patriotismo en mi caso me obligaría a defenderla a muerte, y la manera de defenderla sería consumiendo la mínima cantidad de recursos posibles, porque los recursos son Tierra, y si consumo Tierra cada vez tendré menos Tierra.

            Consumir su tierra convirtiéndola en urbanizable o agrícola o ganadera, consumir sus recursos mineros, petrolíferos o gasísticos, someterla a los impactos de las grandes obras y a los gases contaminantes de nuestros medios de transporte y fábricas, ensuciar sus aguas y llenar grandes espacios de residuos de todo tipo, y en definitiva, comprar cosas innecesarias, hace que la Tierra que conocí sea menos Tierra, con lo que me hace más antipatriota. Y este antipatriotismo deja a quienes vienen después de mí menos Tierra, y los acostumbra a que ese es el devenir del desarrollo: ocupar, consumir, comprar y  contaminar la Tierra que nos han dejado, y dejársela peor a quienes vienen detrás.

            Así que en esa EBAU yo contestaría que ser patriota sería ocupar, consumir y contaminar lo mínimo posible, y hacer todo lo que esté en mi mano para que mi patria sea duradera.

            ¿Habría aprobado? No lo tengo claro, pero por si acaso me voy a tomar un plátano maduro.




jueves, 10 de junio de 2021

Me lo creí

 

Desde pequeño he sido muy obediente e imaginativo. Me resultaba fácil creer. Me creí lo del Ratón Pérez, lo de Papa Noel, lo de los Reyes Magos. Me creí lo de Jesús, lo del padre, el hijo y el Espíritu Santo, lo de la Virgen y los milagros. Me creí lo de la Semana Santa, que Dios estuviese pendiente de si la vivíamos con intensidad. Me creí las oraciones, que tenían efecto y que de verdad Dios necesitaba oír nuestras peticiones y alabanzas para repartir justicia. Me creí que podía volar como Goku y sacar de mis manos una onda vital. Me creí lo de Pressing Catch, pensaba que Hulk Hogan y el Último Guerrero se estaban dando de verdad. Me creí que si entrenaba mucho llegaría a la NBA. Me creí lo de que el trabajo duro tendría recompensa. Estudiaba mucho porque era lo que había que hacer y porque quería ser médico y para eso era necesaria mucha nota. Me creí que el mundo competitivo era así por naturaleza, como por naturaleza llueve o hace frío o calor. Me creí que si lo normal era dedicarle un tiempo determinado a algo, yo debía dedicarle el doble y superaría al resto. Así, tiraba 100 tiros libres cada día de cada verano porque se lo oí a Petrovic y me creí que si lo hacía llegaría a ser Petrovic. Así, estudiaba todas las tardes después del colegio sin que nadie tuviese que obligarme. Me creí que estudiar una carrera era sinónimo de tener un buen futuro. Después me creí que un máster mejoraría mi futuro, y un segundo máster lo mejoraría más aún. Me creí que eso me prepararía para un trabajo de ensueño. Me creí que el trabajo dignifica, y que a quien madruga Dios le ayuda. Me creí que mi primer trabajo me abriría puertas, que los segundos trabajos, con más experiencia, me abriría ascensos, que más años trabajando me darían estabilidad, que más tiempo aún me consolidaría en algún puesto de responsabilidad. Me creí que ese era el sentido de la vida, que ese era el objetivo vital que debía seguir, un camino de creencias hecho de esfuerzos que tienen su recompensa. “Pues haber estudiado”, podría responder entonces, insensible, a cualquiera que me dijese algo sobre las desigualdades del mundo. 

        Lo malo de las creencias es que la realidad acaba siempre imponiéndose. La Tierra es esférica aunque creas que es plana, la gravedad atrae a los cuerpos aunque creas que puedes volar, el esfuerzo no tiene siempre su recompensa por mucho que lo repitas.

            Hijo, mantente sano y fuerte, aprende cosas, diviértete y no hagas daño a nadie. Lo demás es bullshit.




martes, 8 de junio de 2021

El progreso

 

El avión redujo viajes de semanas en horas; el coche transformó trayectos de días en minutos; internet cambió acciones de horas en segundos; la lavadora convirtió una actividad social de toda una mañana o una tarde en algo insignificante. Las máquinas nos han dado facilidades pero también nos han robado las aventuras y experiencias que sólo ocurrían en los caminos y búsquedas. Ahora es más difícil que nos pasen cosas. La rapidez ha hecho a los trayectos aburridos, momentos que hay que pasar rápidamente para llegar a un destino cualquiera, cuando a lo largo de la historia supusieron los espacios de tiempo donde ocurrían la mayoría de experiencias buenas y malas que ibas a recordar el resto de la vida. Imagina que Frodo y Sam hubiesen ido a Mordor a deshacerse del anillo subidos en las águilas gigantes de Gandalf. No habría habido aventura, ¿no?

    Tengo por costumbre pensar en mi vida como si fuera una novela, y hay una norma no escrita que dice que no deben usarse muchos avances tecnológicos en una novela porque si no se acaba la aventura rápido. Si mi novela, si mi vida, comenzase con un problema y tuviese el móvil encima y el número de la persona que soluciona ese problema, rápidamente habría terminado la historia sin más complicación ni aventura, pues lo llamaría, vendría y arreglaría el problema en cuestión. Una historia aburrida, pasiva, sin acción, sin reto.

    Y como los caminos y las búsquedas son cada vez más rápidos, nos quedamos mientras con una cantidad de tiempo libre con el que no sabemos qué hacer y que solemos utilizar para consumir algo innecesario o para aburrirnos y conocernos a nosotros mismos mientras miramos por la ventana del coche, del tren, del avión o de casa. Y esta sociedad no permite el aburrimiento ni que nos preguntemos cosas. El aumento de la rapidez de las máquinas para hacer las cosas nos deja con demasiado tiempo para no hacer nada.

    Pero si nos vamos al tiempo laboral, ocurre lo contrario. Ninguno de esos avances tecnológicos ha repercutido en la posibilidad de tener más tiempo libre, pues en todo caso hemos tenido que pasar más o menos la misma cantidad de horas en el puesto de trabajo antes de la revolución industrial y de la revolución tecnológica que después de ambas. Ni la mejora en los medios de transporte ni en los de comunicación ni en los de producción ha supuesto que te puedas ir antes a casa.

    Por un lado nos han robado la aventura que proporcionaban el trayecto y las búsquedas en nuestro tiempo libre, y además la costumbre de vivir de esa forma ha hecho que los veamos como trámites aburridos, y por el otro nos han obligado a hacer más actividades laborales en nuestro tiempo ocupado.

    Reducir el progreso a los avances tecnológicos sabiendo que el resultado es la pérdida de nuevas experiencias me hace sentir un poco incómodo y bastante gilipollas.





martes, 25 de mayo de 2021

Historia de la humanidad

 

El ser humano llegó a un campo lleno de seres vivos, agua y oxígeno, lo colonizó, construyó sus casas, taló los árboles, hizo caminos, los asfaltó, fabricó coches, trenes y aviones que expulsan gases de los que nadie se ocupa, contaminó el aire, las aguas y las tierras, expulsó o eliminó al resto de especies excepto a las pocas que le sirven de compañía o de alimento, se mató en infinidad de ocasiones por motivos de territorio, recursos o testosterona y educó a sus miembros a través de largas jornadas laborales y pésimas condiciones de trabajo a mirar hacia otro lado ante las barbaridades que cometieron en el pasado, que cometen en el presente y que seguirán cometiendo en el futuro.

¿Por qué los símbolos del desarrollo están en la cantidad de terrenos de nuestras ciudades que se transforman en asfalto y metal y no en la de naturaleza que mantenemos intacta?




lunes, 17 de mayo de 2021

¿Por qué siento la necesidad de compartir lo que escribo?


Porque aquí hace demasiado ruido. Porque un simple vistazo a las redes hace parecer que sólo consisten en gente que insulta a gente, personas que no se escuchan, que creen tener la razón gritando e imponiendo su opinión. Porque creo que pueden utilizarse para otra cosa. Porque los libros leídos, lugares vistos y experiencias vividas me hacen sentir que salí de la caverna y que tengo algo que decir, que eso que antes creía que era la realidad sólo eran sombras reflejadas en la pared. Porque creo en la responsabilidad individual, la de contribuir con nuestros actos y palabras a un mundo más justo y más a gusto, donde la gente esté menos enfadada y con menos odio. Porque pienso que todo aquel que no esté en esa main stream de odio tiene la obligación de manifestarse, no en contra de eso, no gritando igual o más fuerte, sino hablando de lo suyo, mostrando las cosas que hace y las reflexiones que piensa en cualquier ámbito, lejos de la masa y de la creencia 100% en que se tiene la razón, y cerca de su propio arte. Porque la voz de quienes piensan que este mundo podría ser otro debe ser escuchada. Porque todos tenemos capacidad de hacer arte. Porque cuando una mayoría empieza a hablar con educación y respeto y a contar cosas distintas a las que siempre oímos, la masa maleducada y hater se corta, no porque reflexione y piense que es mejor no gritar, sino porque ya no interesan, porque en un mar de respeto, el grito se hunde.

Porque quiero formar parte de ese mar de respeto.



martes, 11 de mayo de 2021

¿Cuáles son mis ilusiones?

 

Una buena amiga me ha preguntado cuáles son mis ilusiones, y yo le he dicho que casi no tengo ninguna, que me conformo con poco.

Lo único que quiero es que el mundo apague la tele y lea, mucho. Y que alguno lea mis libros, ya que estamos. Que la moda, de cualquier cosa, se extinga. Que no queramos llevar la ropa que se pone algún actor, que no tengamos que pensar lo mismo que dice un tertuliano, que no estemos obligados a hacer lo que hace algún famoso, para sentir que estamos haciendo lo correcto. Que no hubiese grandes corrientes, que el Main Stream no existiese, que todos fuésemos felices peces que nadan en diferentes pequeñas corrientes con la tranquilidad de no ser pescados y la posibilidad de cambiar de corriente cuando nos apeteciese. Que no hubiese obras debajo de casa. Que la felicidad no fuese consumo, que el agustismo estuviese en mirar, oír, tocar, oler, saborear. Que nos contentásemos con andar, hacer deporte, leer, viajar, charlar, conocer gente y lugares nuevos. Que nadie al ver un hermoso animal salvaje sintiese la necesidad de matarlo. Que pudiésemos admirar la naturaleza sin destruirla. Que la prisa desapareciese, evaporada, y que sólo lloviese prisa cuando quiero irme de un sitio y nos liamos con despedidas interminables. Que los niños no fuesen evaluados. Que los profes no tuviesen que cumplir unos temarios extensísimos. Que una clase con adolescentes pudiese consistir en “hoy vamos a ver cómo amanece”. Que el aprendizaje fuese algo atractivo, no una imposición que nos obliga a ocupar el tiempo en lo que dice un libro de texto. Que los niños pudiesen descubrir lo que les interesa sin prisas. Que el camino hacia el mundo adulto no fuese un conjunto de reglas estrictas para prepararse para el serio mundo de los mayores. Que el mundo adulto no fuese serio y no hablase tan alto y con tanta seguridad de que lo que dice es importante. Que al vivir sin prisa y sin necesidad de consumo para divertirnos, necesitásemos trabajar menos y así explotásemos menos el medio, y tuviésemos una naturaleza más limpia y unos hobbies y relaciones personales mucho más sanos.

Ya, ya lo sé. Demasiadas expectativas puestas en el mundo, ¿no? Ya… pero tengo un plan B. Si todas estas ilusiones que tengo puestas en el mundo no se cumpliesen, crearé mi pequeña corriente de agua con la tranquilidad de no ser pescado y le diré que se venga conmigo. Pondremos un cartel en la puerta que ponga “Abierto para utópicas y utópicos. Absténganse los serios adultos de la matraca de el mundo no se puede cambiar, es así y así será siempre”. Yo creo que alguna gente se uniría.



miércoles, 5 de mayo de 2021

Dejar el trabajo. Vivir en Tarifa.

 


Cuando dije a quienes sabían que llevaba tiempo sin encontrarme a gusto que dejaba mi trabajo y me mudaba a Tarifa a vivir lo único que percibí fueron bocas abiertas y miradas de incomprensión.

—¿Has encontrado trabajo allí?

La eterna pregunta. No un qué bien, ya era hora, o un qué valiente decisión, o un explícame por qué, sino directamente si pasaré de un trabajo a otro. Todos debemos encadenar un empleo con otro, porque si te sales de la rueda laboral a ver cómo te enganchas de nuevo después. Y si no encuentras otro trabajo, ¿para qué sirves? Porque hay que servir para algo, siempre hay que funcionar. Así que si no te gusta el que tienes, te aguantas y como mucho ve buscando algo mientras permaneces haciendo eso que no te gusta, te hace mal, te envejece, te pone contra tus principios o todas esas cosas a la vez. Y quizás tengas suerte y tu búsqueda desemboque en otro curro del mismo estilo y puedas cambiar de empleo hasta que te vuelvas a cansar a las dos semanas al comprobar que tu “nueva” función no aporta nada bueno a la sociedad ni a ti mismo. Como hacen algunos con sus parejas, encadenar sin solución de continuidad. No puedes estar un segundo sin trabajo pues te sentirás mal, así que sólo aceptas dejarlo si hay otro a la vista, aunque sea igual; no puedes estar un segundo sin pareja pues te sentirás mal, así que sólo te planteas dejarlo si hay otra a la vista, aunque sea igual. El aguante por el miedo a no estar peor suele perpetuar en el tiempo la razón por la que estás mal.

La sociedad parece decirme que no se me ocurra coger las riendas de mis decisiones porque entonces entraré en el bucle de la inseguridad y empezarán las dudas, y yo no sé vivir con dudas, ¿a que no? ¿Qué voy a hacer? ¿Cuál es mi plan? ¿Cómo voy a sobrevivir sin un trabajo serio a la vista? Todo debemos tenerlo bien atado, como si el futuro fuese una cuerda que conecta infinitos picos montañoso por la que tenemos que andar haciendo equilibrismo sin margen para fallar ni un poquito pues un mal paso nos haría caer hacia el abismo. Cada hueco en el que sitúas el pie cuenta, no te descentres, queremos tu perfección, condenaremos cualquier mínimo error.

A ojos de la sociedad, somos lo que trabajamos, somos el tiempo invertido en hacer lo que menos nos gusta. Cuando alguien nos pregunta qué somos contestamos que abogados, o técnicos de algo, o electricistas, o periodistas, o conductores de autobuses. Somos lo que nos proporciona el dinero para comprar las cosas.

La sociedad no nos define por lo que nos gusta. En nuestros diálogos con la gente no somos padres o madres, no somos viajeros, o lectores, u observadores de la vida. No somos deportistas, ni contadores de historias, ni bebedores de cerveza. Somos lo que nos disgusta, somos el esfuerzo que invertimos en realizar aquello que nos hace envejecer, frustrar, estresar, enfadar. Somos lo que nos produce fracaso y enfermedad laboral. Somos un informe que no se lee nadie, un montón de llamadas en espera, somos la bronca del jefe, el aguante de gente maleducada que nos pide o exige que solucionemos su problema. Somos una horita más hoy y terminas esto, qué más da, mañana la recuperas. Somos la cancelación de una quedada porque al día siguiente hay que presentar un proyecto, somos la llamada a mamá para que recoja a nuestro hijo del colegio pues no podemos salir ahora del trabajo, somos años encerrados estudiando una oposición que nos obliga a memorizar conocimientos al dedillo que no tendrán ninguna utilidad a la hora de desempeñar mejor la función a la que se aspira, somos un viaje que no podemos pagar porque la hipoteca se lleva casi todo el sueldo, somos una esperanza eterna de que las cosas mejorarán y podremos hacer lo que nos flipa en el poco tiempo libre que tengamos. Somos disgustos diarios contentados con la llegada del viernes que nos permite simular como si fuésemos felices durante unas horas hasta que admitamos de nuevo que en dos días habrá que volver a hacer lo que no nos gusta.

—No. No he encontrado trabajo allí—logro responder.

Unas pocas palabras que así, escritas en un papel, parecen fáciles de decir, pero que ante el juicio inmisericorde de la sociedad resultan complicadísimas, una losa de una tonelada imposible de mover. ¿Decir abiertamente que dejas un trabajo sin perspectivas de tener otro? ¿Reconocer que no sabes lo que quieres pero sí lo que no quieres? ¿Admitir que necesitas tiempo para ordenar tus ideas? Porque inmediatamente después de decir esas palabras las caras de sorpresa y miradas de incomprensión se transforman levemente en duras expresiones de juicio, como si te tratasen como el fiscal del caso Nevenka.

“¿Qué está pretendiendo decirnos, señor Holgazán, que va a evadirse de su función como Homo sapiens trabajador-consumidor? ¿Pero no se da usted cuenta de lo jodido que estamos todos y sin embargo aquí seguimos haciendo sin rechistar lo mismo que ha hecho el ser humano desde su inicio, aparentar estar ocupando el tiempo en algo necesario, jodernos a nosotros mismo, hacer cosas que no nos gustan? ¿Acaso quiere escapar de su destino? ¿Es que no cree usted que el trabajo dignifica? ¿Es que no está convencido de que nuestra función en la Tierra es explotarla al máximo y explotarnos a nosotros mismos? ¿Qué se cree, el más listillo de la clase?”.

                Hace mucho que dejé de creer en que durante el tiempo que yo acompañe a La Tierra en sus vueltas alrededor del Sol nada reseñablemente concreto e importante, una acción que cambie las vidas radicalmente a toda la población, sucederá. He dejado de confiar en la sociedad como motor de cambio pues existe una ley no escrita que dice que cuando un número de más de cuatro personas se juntan para decidir algo las soluciones suelen estar a la altura de un chaval de cuatro años. Sólo se genera despiste y confusión, y las conclusiones no suelen tener nada que ver con el problema que las generaron porque por el camino se han ido creando otros infinitos conflictos más superfluos que producen mayor atención para la masa que la superación de su problema más importante: la gestión de su tiempo. Así, mientras uno da una idea el otro dice que esa idea proviene de unos malos del pasado. Y mientras el otro la ataca el aquel critica a los dos. Y mientras los tres discuten, el cuarto ya se ha olvidado cuál era el tema central.

No puedo esperar más a que la sociedad se ponga de acuerdo para organizar un mundo laboral más justo y feliz porque la velocidad de cambio del mundo actúa en periodos de tiempo geológicos y a mí me quedan como mucho cuarenta años por aquí, y en ese tiempo ya se ha demostrado que la masa no resuelve ni las consecuencias de las consecuencias de una dictadura así que ¿cómo van a solucionar algo tan complejo como la transformación absoluta de la inversión de nuestro propio tiempo? Más quisiera yo que me lo solucionasen, pero si quiero tener alguna mínima posibilidad de éxito en invertir mi propio tiempo en algo que me llene tengo que tomar yo las riendas.

                Lo primero que ocurre es la liberación. El cuerpo, en el instante que anuncias dejar un trabajo, comienza literalmente a pesar menos. Ya no sientes el estrés de estar haciendo algo que no te hace bien, ya no percibes la presión atmosférica actuando en cada centímetro cuadrado de tu cuerpo, ya no notas la gravedad de la Tierra atrayendo toda tu masa a 9,8 metros por segundo al cuadrado, y esas circunstancias presentes hacen más fácil poder enfrentarse mejor a las circunstancias inseguras del futuro. Percibes que el cuerpo deja de estar encorvado, notas que las arrugas se estiran levemente, que las canas relucen con un blanco más puro, de una extraña pero fortalecida pureza juvenil. Te sientes tan poderoso como William Wallace gritando libertad antes de la batalla.



—¿Y por qué te vas a Tarifa?

                Pero esa fuerza no es fácil de mantener en el tiempo. El recuerdo de las preguntas que esconden esas miradas juiciosas retumban en mi cabeza mientras paseo por la orilla de la Playa de los Lances y oteo la isla de Tarifa al fondo y la tierra que se encuentra a 14 km, con el Jebel Musa por bandera, donde ocurren realidades tan distintas a las que yo estoy viviendo, donde el trabajo tiene el mismo nombre que aquí pero con un significado muy distinto, donde es fácil relativizar al estar en el punto de encuentro de dos mundos distintos, África y Europa, de dos masas de agua diferentes, el Mediterráneo y el Atlántico, y llego a una verdad indiscutible: aquí mis preocupaciones e incomprensiones vitales se disuelven entre el agua y el sol, y las decepciones que están pegadas en mi piel se desgajan por la acción del viento, la arena y la sal. Aquí la interminable sucesión de pasado, presente y futuro que constituyen la base de la monotonía de la vida que me ahoga se convierten en cachitos más estancos de presente que se acaban cada día cuando contacto con el sol, la sal, la arena, el agua y el viento, dándome la oportunidad de empezar de nuevo al día siguiente sin arrastrar las dificultades acumuladas el día anterior. Aquí los problemas se hacen más pequeños porque se erosionan al dejarlos en la orilla y al ser moldeados por la fuerza del agua y del viento. Aquí siento la Dinámica como parte fundamental de la Física que contrarresta la Estática y hace al cuerpo y la mente más activo, curioso y adicto al conocimiento. Aquí recuerdo que la vida que me gusta es precisamente la que se mueve, la del ir y venir, como hace la arena al ser transportada por el viento, y que la estática, la del estar, la del permanecer, la de la roca que no se mueve, me produce caducidad mental y sensación de estar desaprovechando todas las posibilidades que me ofrece la vida.

—¿A qué te vas a dedicar?

                A acostumbrar a mi cuerpo y mente a necesitar mucho menos de manera que no tenga que invertir mucho tiempo en conseguir el dinero indispensable para poder seguir viviendo y haciendo las cosas que me gustan. A cambiar el concepto de trabajo de lugar en el que hago cosas que no me gustan por las que me pagan a lugar en el que hago cosas que me gustan y a ver si es posible que me paguen. A mirar la vida pasar y a contarlo mediante palabras escritas. A observar el mundo de aquí, de allí y de allá como un espectador con mochila y enseñárselo a gente que no puede verlo en directo. A ayudar en lo que haga falta. A encontrar un lugar donde ser útil a esta sociedad que se enreda continuamente en conflictos circulares. A dejar de ser un homo sapiens trabajador-consumidor. A convertirme en un homo sapiens vividor-aprendedor.