miércoles, 5 de mayo de 2021

Dejar el trabajo. Vivir en Tarifa.

 


Cuando dije a quienes sabían que llevaba tiempo sin encontrarme a gusto que dejaba mi trabajo y me mudaba a Tarifa a vivir lo único que percibí fueron bocas abiertas y miradas de incomprensión.

—¿Has encontrado trabajo allí?

La eterna pregunta. No un qué bien, ya era hora, o un qué valiente decisión, o un explícame por qué, sino directamente si pasaré de un trabajo a otro. Todos debemos encadenar un empleo con otro, porque si te sales de la rueda laboral a ver cómo te enganchas de nuevo después. Y si no encuentras otro trabajo, ¿para qué sirves? Porque hay que servir para algo, siempre hay que funcionar. Así que si no te gusta el que tienes, te aguantas y como mucho ve buscando algo mientras permaneces haciendo eso que no te gusta, te hace mal, te envejece, te pone contra tus principios o todas esas cosas a la vez. Y quizás tengas suerte y tu búsqueda desemboque en otro curro del mismo estilo y puedas cambiar de empleo hasta que te vuelvas a cansar a las dos semanas al comprobar que tu “nueva” función no aporta nada bueno a la sociedad ni a ti mismo. Como hacen algunos con sus parejas, encadenar sin solución de continuidad. No puedes estar un segundo sin trabajo pues te sentirás mal, así que sólo aceptas dejarlo si hay otro a la vista, aunque sea igual; no puedes estar un segundo sin pareja pues te sentirás mal, así que sólo te planteas dejarlo si hay otra a la vista, aunque sea igual. El aguante por el miedo a no estar peor suele perpetuar en el tiempo la razón por la que estás mal.

La sociedad parece decirme que no se me ocurra coger las riendas de mis decisiones porque entonces entraré en el bucle de la inseguridad y empezarán las dudas, y yo no sé vivir con dudas, ¿a que no? ¿Qué voy a hacer? ¿Cuál es mi plan? ¿Cómo voy a sobrevivir sin un trabajo serio a la vista? Todo debemos tenerlo bien atado, como si el futuro fuese una cuerda que conecta infinitos picos montañoso por la que tenemos que andar haciendo equilibrismo sin margen para fallar ni un poquito pues un mal paso nos haría caer hacia el abismo. Cada hueco en el que sitúas el pie cuenta, no te descentres, queremos tu perfección, condenaremos cualquier mínimo error.

A ojos de la sociedad, somos lo que trabajamos, somos el tiempo invertido en hacer lo que menos nos gusta. Cuando alguien nos pregunta qué somos contestamos que abogados, o técnicos de algo, o electricistas, o periodistas, o conductores de autobuses. Somos lo que nos proporciona el dinero para comprar las cosas.

La sociedad no nos define por lo que nos gusta. En nuestros diálogos con la gente no somos padres o madres, no somos viajeros, o lectores, u observadores de la vida. No somos deportistas, ni contadores de historias, ni bebedores de cerveza. Somos lo que nos disgusta, somos el esfuerzo que invertimos en realizar aquello que nos hace envejecer, frustrar, estresar, enfadar. Somos lo que nos produce fracaso y enfermedad laboral. Somos un informe que no se lee nadie, un montón de llamadas en espera, somos la bronca del jefe, el aguante de gente maleducada que nos pide o exige que solucionemos su problema. Somos una horita más hoy y terminas esto, qué más da, mañana la recuperas. Somos la cancelación de una quedada porque al día siguiente hay que presentar un proyecto, somos la llamada a mamá para que recoja a nuestro hijo del colegio pues no podemos salir ahora del trabajo, somos años encerrados estudiando una oposición que nos obliga a memorizar conocimientos al dedillo que no tendrán ninguna utilidad a la hora de desempeñar mejor la función a la que se aspira, somos un viaje que no podemos pagar porque la hipoteca se lleva casi todo el sueldo, somos una esperanza eterna de que las cosas mejorarán y podremos hacer lo que nos flipa en el poco tiempo libre que tengamos. Somos disgustos diarios contentados con la llegada del viernes que nos permite simular como si fuésemos felices durante unas horas hasta que admitamos de nuevo que en dos días habrá que volver a hacer lo que no nos gusta.

—No. No he encontrado trabajo allí—logro responder.

Unas pocas palabras que así, escritas en un papel, parecen fáciles de decir, pero que ante el juicio inmisericorde de la sociedad resultan complicadísimas, una losa de una tonelada imposible de mover. ¿Decir abiertamente que dejas un trabajo sin perspectivas de tener otro? ¿Reconocer que no sabes lo que quieres pero sí lo que no quieres? ¿Admitir que necesitas tiempo para ordenar tus ideas? Porque inmediatamente después de decir esas palabras las caras de sorpresa y miradas de incomprensión se transforman levemente en duras expresiones de juicio, como si te tratasen como el fiscal del caso Nevenka.

“¿Qué está pretendiendo decirnos, señor Holgazán, que va a evadirse de su función como Homo sapiens trabajador-consumidor? ¿Pero no se da usted cuenta de lo jodido que estamos todos y sin embargo aquí seguimos haciendo sin rechistar lo mismo que ha hecho el ser humano desde su inicio, aparentar estar ocupando el tiempo en algo necesario, jodernos a nosotros mismo, hacer cosas que no nos gustan? ¿Acaso quiere escapar de su destino? ¿Es que no cree usted que el trabajo dignifica? ¿Es que no está convencido de que nuestra función en la Tierra es explotarla al máximo y explotarnos a nosotros mismos? ¿Qué se cree, el más listillo de la clase?”.

                Hace mucho que dejé de creer en que durante el tiempo que yo acompañe a La Tierra en sus vueltas alrededor del Sol nada reseñablemente concreto e importante, una acción que cambie las vidas radicalmente a toda la población, sucederá. He dejado de confiar en la sociedad como motor de cambio pues existe una ley no escrita que dice que cuando un número de más de cuatro personas se juntan para decidir algo las soluciones suelen estar a la altura de un chaval de cuatro años. Sólo se genera despiste y confusión, y las conclusiones no suelen tener nada que ver con el problema que las generaron porque por el camino se han ido creando otros infinitos conflictos más superfluos que producen mayor atención para la masa que la superación de su problema más importante: la gestión de su tiempo. Así, mientras uno da una idea el otro dice que esa idea proviene de unos malos del pasado. Y mientras el otro la ataca el aquel critica a los dos. Y mientras los tres discuten, el cuarto ya se ha olvidado cuál era el tema central.

No puedo esperar más a que la sociedad se ponga de acuerdo para organizar un mundo laboral más justo y feliz porque la velocidad de cambio del mundo actúa en periodos de tiempo geológicos y a mí me quedan como mucho cuarenta años por aquí, y en ese tiempo ya se ha demostrado que la masa no resuelve ni las consecuencias de las consecuencias de una dictadura así que ¿cómo van a solucionar algo tan complejo como la transformación absoluta de la inversión de nuestro propio tiempo? Más quisiera yo que me lo solucionasen, pero si quiero tener alguna mínima posibilidad de éxito en invertir mi propio tiempo en algo que me llene tengo que tomar yo las riendas.

                Lo primero que ocurre es la liberación. El cuerpo, en el instante que anuncias dejar un trabajo, comienza literalmente a pesar menos. Ya no sientes el estrés de estar haciendo algo que no te hace bien, ya no percibes la presión atmosférica actuando en cada centímetro cuadrado de tu cuerpo, ya no notas la gravedad de la Tierra atrayendo toda tu masa a 9,8 metros por segundo al cuadrado, y esas circunstancias presentes hacen más fácil poder enfrentarse mejor a las circunstancias inseguras del futuro. Percibes que el cuerpo deja de estar encorvado, notas que las arrugas se estiran levemente, que las canas relucen con un blanco más puro, de una extraña pero fortalecida pureza juvenil. Te sientes tan poderoso como William Wallace gritando libertad antes de la batalla.



—¿Y por qué te vas a Tarifa?

                Pero esa fuerza no es fácil de mantener en el tiempo. El recuerdo de las preguntas que esconden esas miradas juiciosas retumban en mi cabeza mientras paseo por la orilla de la Playa de los Lances y oteo la isla de Tarifa al fondo y la tierra que se encuentra a 14 km, con el Jebel Musa por bandera, donde ocurren realidades tan distintas a las que yo estoy viviendo, donde el trabajo tiene el mismo nombre que aquí pero con un significado muy distinto, donde es fácil relativizar al estar en el punto de encuentro de dos mundos distintos, África y Europa, de dos masas de agua diferentes, el Mediterráneo y el Atlántico, y llego a una verdad indiscutible: aquí mis preocupaciones e incomprensiones vitales se disuelven entre el agua y el sol, y las decepciones que están pegadas en mi piel se desgajan por la acción del viento, la arena y la sal. Aquí la interminable sucesión de pasado, presente y futuro que constituyen la base de la monotonía de la vida que me ahoga se convierten en cachitos más estancos de presente que se acaban cada día cuando contacto con el sol, la sal, la arena, el agua y el viento, dándome la oportunidad de empezar de nuevo al día siguiente sin arrastrar las dificultades acumuladas el día anterior. Aquí los problemas se hacen más pequeños porque se erosionan al dejarlos en la orilla y al ser moldeados por la fuerza del agua y del viento. Aquí siento la Dinámica como parte fundamental de la Física que contrarresta la Estática y hace al cuerpo y la mente más activo, curioso y adicto al conocimiento. Aquí recuerdo que la vida que me gusta es precisamente la que se mueve, la del ir y venir, como hace la arena al ser transportada por el viento, y que la estática, la del estar, la del permanecer, la de la roca que no se mueve, me produce caducidad mental y sensación de estar desaprovechando todas las posibilidades que me ofrece la vida.

—¿A qué te vas a dedicar?

                A acostumbrar a mi cuerpo y mente a necesitar mucho menos de manera que no tenga que invertir mucho tiempo en conseguir el dinero indispensable para poder seguir viviendo y haciendo las cosas que me gustan. A cambiar el concepto de trabajo de lugar en el que hago cosas que no me gustan por las que me pagan a lugar en el que hago cosas que me gustan y a ver si es posible que me paguen. A mirar la vida pasar y a contarlo mediante palabras escritas. A observar el mundo de aquí, de allí y de allá como un espectador con mochila y enseñárselo a gente que no puede verlo en directo. A ayudar en lo que haga falta. A encontrar un lugar donde ser útil a esta sociedad que se enreda continuamente en conflictos circulares. A dejar de ser un homo sapiens trabajador-consumidor. A convertirme en un homo sapiens vividor-aprendedor.



 



2 comentarios:

  1. Pues he suspirado aliviado al leerte, suerte compañero y nos lo cuentas. Suerte con la vida pequeña, la vida que aún no ha sido tiranizada.
    Un abrazo fuerte.

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  2. Muchísimas gracias don Virto, y te comparto también la suerte que me llegue, porque la suerte compartido es mejón, mucho mejón. ¡Abrazo grande!

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