Otros Juegos Olímpicos son posibles

 

Muchas veces me empeño en pensar que otro mundo es posible, y ahora con los Juegos Olímpicos esa sensación se me acrecienta descontroladamente.

Esta competición logra  que pasemos dos semanas de nuestro verano registrando cada día las medallas logradas y que hablemos de los deportistas españoles en primera persona. “Hemos ganado en waterpolo”, decimos. “Hemos perdido en tenis”. Como si nosotros mismos hubiésemos cogido la pelota o la raqueta y le hubiésemos dado fuerte, dejándonos sangre, sudor y lágrimas en el esfuerzo desde el sofá. Como si nosotros hubiésemos sacrificado todo lo que ellos y ellas han sacrificado a lo largo de los últimos años para estar ahí.

El deporte, una actividad tan noble, que cuando lo practicamos nos produce una mejora de la autoestima y la satisfacción mental y corporal debido a la generación de las endorfinas asociadas a ello, se transforma, cuando se practica a nivel profesional, en  un generador de tensión y ansiedad en muchos casos imposible de gestionar, como hemos visto últimamente en Tokyo con los casos particulares y más sonados de Simone Biles o Naomi Osaka.

Cuando el deporte pasa de afición a profesión la competición se transforma de una prueba contra uno mismo, en la que buscamos ser el mejor de todas nuestras versiones posibles y eso nos basta, a otra cosa completamente distinta en la que el objetivo único es superar al resto no sólo porque quieras exponer tu mejor versión sino porque en ello te va la vida y el sueldo, y el acto altruista se convierte en necesidad: ser el mejor de tu club para luego ser el mejor de tu ciudad y luego el mejor de tu país y después el mejor de tu continente y por último el mejor del mundo. Menos mal que no hemos encontrado vida en otros planetas, pues si no la ansiedad no terminaría aquí y habría que seguir competiendo contra otras formas de vida de la Via Láctea y posteriormente del Universo.

Existen competiciones de distrito, otras provinciales, otras más amplias a nivel de comunidad autónoma y a nivel nacional que dirimen quiénes son los mejores deportistas o equipos en cada uno de esos niveles. Tenemos copas nacionales e internacionales, campeonatos europeos y del mundo de cada disciplina cada uno, dos o cuatro años. En esos periodos logramos saber quiénes son los mejores equipos de fútbol, de baloncesto o de balonmano de cada continente o del mundo, quiénes son las mejores corredoras, los mejores boxeadores, las mejores nadadoras, los mejores judokas. Las mejores en cualquier especialidad. Los mejores con cualquier equipo.

En ese contexto están los Juegos Olímpicos, que probablemente sean la competición internacional por excelencia. Un evento gigantesco para el que los deportistas se preparan durante un año o más a niveles brutales, con sacrificios extraordinarios que requieren horas de esfuerzo, de preparación, de control nutricional, de supervisión emocional, de recuperación muscular, y, sobre todo, horas y horas de ausencia de la vida social. Tiempo sin ver a familias, sin quedar con amigos, sin caer en ningún exceso. Para entrar en unos Juegos Olímpicos debes agarrar tu deporte favorito con ambas manos, muy fuerte, muy concentrado, zarandearlo continuamente y, a base de un trabajo metódico e intensivo, establecer unos hábitos de horarios, entrenamientos, alimentación y falta de diversión y socialización fuera de lo que la inmensa mayoría de las personas hace, hasta transformarlo en tu esclavitud. Sólo siendo esclavo de tu propio deporte resulta posible pasar las pruebas que dan el pasaporte para participar en unos Juegos. Por no entrar en soportar los brutales casos de abusos o de dopaje que a veces salen a la luz y que sufren y han sufrido muchos y muchas deportistas a lo largo de sus carreras.

Ante esta perspectiva, claro, está la mente. Porque el cuerpo parece que lo resiste todo o se recupera rápido, pero ¿y lo que está dentro de nuestro cráneo? ¿Es lícito exponer a los deportistas a estos extenuantes grados de estrés? ¿No hay suficientes competiciones cada año para demostrar quién es el mejor, pruebas que hacen a los deportistas llegar a límites extremadamente perjudiciales para su propia salud física y mental? ¿No sería posible aprovechar los Juegos Olímpicos para hacer de ellos una competición distinta, una NO COMPETICIÓN?

En el mundo que quiero, el camino para llegar a unos Juegos Olímpicos resulta tan estresante, tóxico y perjudicial para el ser humano, pone tan al límite a la persona que lo intenta, que llegar a ellos debería ser el premio en sí. Que los Juegos fuesen el fin del camino para el deportista, y a partir de ahí, en esas dos semanas de duración, dejasen de tener que competir con nadie más que contra sí mismos. Sería un premio a una trayectoria, un reconocimiento de la sociedad a quienes se han dejado todo para llegar allí. Sería una forma de reconocer su esfuerzo, de decirles que ya no hace falta que den más, que lo único que nosotros, como espectadores, necesitamos, es que se relajen y nos enseñen su arte deportivo. Unos Juegos donde no fuesen importantes los nombres propios que consiguen medallas, sino el deporte en sí, las diferentes disciplinas deportivas y los deportistas. Unos Juegos en los que estos pudiesen participar sin la presión de tener que quedar el primero. Sería como establecer un fin de la guerra. Sería recuperar el origen de las Olimpiadas de la Antigua Grecia, que suponía un “alto el fuego” entre las polis para que los luchadores pudiesen demostrar, sin el terror, la presión y el estrés que produce la guerra, a qué nivel habían llegado, y dar así una idea a los demás de cómo era la gente de su lugar de procedencia, cuáles eran sus virtudes y cuáles sus defectos.

Pienso en la austríaca Anna Kiesenhofer, que ganó la prueba de ciclismo bajo todo pronóstico pues no es ciclista profesional. Trabaja de matemática, su entrenamiento lo organiza ella misma, ella se hace su programación de sesiones y su planificación nutricional sin tener detrás un equipo profesional que la sostenga, y de esa manera ha llegado a un nivel de excelencia que le ha permitido llegar a estos Juegos, y me da rabia saber que sólo nos hayamos enterado de su historia porque ha ganado. Pienso en el británico Tom Daley, que ganó la medalla de oro con su compatriota Matty Lee en trampolín 10 metros sincronizado y su frase de “Soy gay y soy campeón olímpico”, y sus palabras que dejan entrever las dificultades que alguien con su orientación ha podido tener en su vida para llegar a donde ha llegado, y de nuevo me entra rabia por saber que no me habría enterado de esto si no llega a ganar el oro.

¿Cuántas historias bonitas, de superación, originales, nos estamos perdiendo por el simple hecho de que la deportista o el deportista en cuestión ha quedado unas décimas o segundos por debajo del tiempo establecido para quedar oro, plata o bronce, o por haber conseguido menos puntos de los esperados? ¿Cuántas historias de cuartos, quintos, sextos, vigésimos o últimos, que también se han dejado la vida en esto, estamos ignorando?

Los Juegos Olímpicos deberían diferenciarse del resto de competiciones existentes en dar voz a quienes no suelen ser los primeros. Deberían servir para ensalzar al deporte y al deportista, no a los ganadores. Debería servir para salirse, al menos una vez cada cuatro años, de esa dinámica ultracompetitiva en la que consiste este sistema en el que estamos todos metidos y que nos exige dar el máximo de nosotros en todo momento hasta extenuarnos, hasta matar nuestras células del cuerpo y de la mente por una necesidad que nunca podemos explicar quien creó, de estar por encima del otro, ya sea en los estudios, en el trabajo, en las relaciones sociales o, como aquí, en el deporte.

En la Prehistoria el ser humano tendría ansiedad únicamente al ir a cazar, ante el riesgo de encontrarse a un león y no poder escarpar de él. Nosotros, por el contrario, hemos creado un mundo en el que la ansiedad se genera por no entregar un papel a tiempo, un informe en una fecha clave, por no llegar a recoger a los niños al colegio, por fabricar una pieza más de esto, por no ser leído por alguien, por no ser querido por la persona que quieres, por no encontrar aparcamiento, porque se te cuelen en la cola del supermercado, por no ser capaz de saltar el plinto. Hemos creado un mundo de exigencias brutales, provocador de ansiedades en cualquier ámbito de nuestra vida, que además favorece que nunca alcancemos la felicidad porque siempre creamos que deberíamos haber dado más, que la culpa es nuestra por no esforzarnos.

Basta ya, joder. Echemos el freno y hagámoslo con una acción rotunda y simbólica, una medida que llegue a todo el mundo, unos Juegos Olímpicos en el que los deportistas disfruten y no compitan entre sí. Unos Juegos que nos muestren hasta donde pueden llegar si corren, nadan, ruedan, juegan, navegan, etc… sin la presión de tener que ser el primero. Unos Juegos que en lugar de ser la meca del capitalismo que nos exige ser los mejores en todo y todo el tiempo sin atender a quienes se quedan abajo, centren su atención en esos de abajo que se esforzaron igual que quienes ganan, que sacrificaron lo mismo o más pero llegaron unos segunditos más tarde a meta.

Otros Juegos Olímpicos son posibles. Unos que de verdad produzcan cambios en la sociedad y que transformen la vida en algo más relajado y respetuoso con el débil, donde se reconozca el esfuerzo que todos hacemos en nuestros pequeños ámbitos desde que nos despertamos por la mañana hasta que volvemos a acostarnos por la noche.

Ojalá.




2 comentarios:

  1. Estoy contigo en todo lo que dices, pero la sociedad debería cambiar mucho. Tendría que dejar de ser competitiva. Se tendría que dejar de inculcar la competitividad en el colegio, etc. No creo que fuera posible. Ojalá.

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  2. Muchas gracias Cabrónidas. A mí me sale también de manera casi automática pensar que es imposible, pero precisamente por eso me obligo a hacer un esfuerzo en parar mi respuesta automática, pensarla más detenidamente y llegar a la conclusión de que no, que no tiene por qué ser así, que sólo es así porque así ha sido siempre y porque así lo han llevado las generaciones anteriores, pero que no es necesario ni indispensable que las actuales o las futuras sigan y organicen ese mismo mundo competitivo.

    En fin, sin duda será difícil acabar con la competitividad brutal, pero no me resisto a pensar, decir y luchar porque es posible cambiarlo.

    Saludos!

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