Liberas a tu
país del resultado de un golpe de Estado, de un gobierno de cuatro años bajo la
tutela americana en el que se incrementó, si es que era posible, la diferencia
entre ricos y pobres en un país en el que nunca existió algo distinto a ricos y
pobres. Llegas a la capital, ante la alegría de tu población, y pones a
funcionar las ideas que tenías en la cabeza, aquellas con las que soñaste y
comentaste con tus camaradas: hay que destruir esa barrera entre ricos y
pobres. Es entonces cuando tomas la decisión: “desalojad las ciudades, todos se
irán a trabajar a los campos,
construiremos una sociedad desde el principio, desde cero, sin que cuente para
nada el pasado”. Estás decidido a eliminar todo lo malo que había antes, pero
también todo lo bueno.
Expresas
verdadero interés en poner en marcha tus objetivos, y en que tus subordinados
cumplan las órdenes. Se requiere que todo el mundo tenga el mismo nivel de
implicación, un grado máximo. El objetivo principal y filosófico: “el trabajo
os hará libres”. El objetivo secundario y operativo: “triplicar los niveles de
producción de arroz”. Comienzan las jornadas de trabajo inclementes, las normas
estrictas, la poca comida, las malas condiciones, las muertes. Comienzan, por
tanto, a no cumplirse los objetivos, y, con ello, afloran las desconfianzas.
Tuol Sleng
(también conocido como S21) fue una institución creada para solventar esas
desconfianzas entre miembros del propio partido. Las aulas de lo que era un
colegio antes de que se iniciase el régimen se utilizaron como lugar de interrogatorio,
tortura, ajusticiamiento sumario y, en definitiva cruel asesinato de al menos
catorce mil personas, todo ello a las órdenes de un antiguo profesor llamado
Duch. Parece de película, pero no lo es. El que antes enseñaba matemáticas pasó
a ser el ejecutor más despiadado.
El internamiento
se iniciaba con una sospecha procedente de algo tan insignificante como haber
cogido una ración más de arroz de la que le correspondía. Comenzaba entonces el
interrogatorio bajo sospechas de pertenecer a cualquier agencia de espionaje
extranjera, acompañado de torturas, que, por no detallarlas demasiado, incluía
días y semanas en las más crueles condiciones. Al final, conseguían una
confesión a día de hoy absolutamente increíble, como que una chica de doce años
fuese miembro de la CIA en un país tan cerrado como Camboya en aquellos años, o
que una anciana de setenta años conspirase a las órdenes de Estados Unidos o de
Vietnam. Una vez obtenida esa confesión inventada, se atrapaba a toda su
familia (hombres, mujeres y niños), además de otros cuantos nombres más que
obligaban al torturado a confesar, y se iba expandiendo exponencialmente el
número de asesinados. Todos ellos, del primero al último, eran eliminados en el
mismo S21, al no soportar las torturas, o en los campos de exterminio de
Choeung Ek (continuará).
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