Es muy
temprano, quizás no han dado ni las siete de la mañana, pero ya ha comenzado a
salir el sol, y con ello ha llegado la solución a toda una noche de insomnio. Y
es que una habitación de cualquier hostal de Fez en pleno agosto no se
diferencia mucho en cuanto a temperatura con respecto a un horno preparado para
meter el pavo de Navidad. O, poniendo un símil más de aquí, con respecto a la
temperatura que alcanza un Tajine. Por muchas ventanas y puertas que dejes
abiertas, no corre ni un milímetro cúbico de aire en forma de viento, y hasta el
recuerdo de Sevilla en verano se hace utópico como referente de calor aceptable
para dormir. Recorriendo la ciudad de día, los intrincados callejones de la
Medina al inclemente sol que hace que la temperatura fuese la mayor que
recordaba haber experimentado en mi vida (referido a calores secos, no a los
húmedos del sudeste asiático), la cercanía de la tarde, y con ello la noche, me
hacían albergar cierta esperanza sobre la llegada fresquito. “En la noche se estará mejor”, eso
pensaba, eso hablaba con mis compañeros. Pero el cuerpo necesita una
temperatura para dormir a la que por mucho que hubiese descendido al ponerse el
sol, la que teníamos nunca llegaría ni a acercarse. “¿Qué hará la gente de aquí
para combatirlo?”, me preguntaba al mirar desde la ventana, ante el escenario
oscuro de la noche que se veía en ese momento. Y la ventana tardó en
responderme toda una noche en vela. Al llegar el día comprobé cómo en las
azoteas, junto a los huertos más comunes de los edificios marroquíes, los
huertos de parabólicas, los oriundos subían sus colchones y dormían al único
fresco posible, el que proporcionaba el aire libre. Hasta con mantas. Envidia
cochina, ese fue el concepto que colonizó mi cerebro insomne al ver la fácil
solución que no había contemplado. Nota mental: cuando el calor aprieta, la
mejor habitación es aquella que tiene techo de estrellas.
Una vez me dijeron que viajaba en el espacio, pero yo sabía que viajé en el tiempo. Observé calles de mi infancia, sin asfaltar, burros, autobuses antiguos, coches de cuando era pequeño, casas de un solo piso, desgastadas, que encerraban mucha historia, no vi televisiones, ni móviles, ni nada que oliese a tecnológico, vi gente con ropas que no estaban a la moda, vi gente descalza. Y se podía estar. A gustito. Y me quedé para siempre en ese mundo más fácil, en ese mundo descalzo.
Ese viaje permanente tuyo en el que siempre aprendemos todos algo...
ResponderEliminarMe transporto siempre leyéndote! tienes esa capacidad de hacernos viajar contigo siempre!
ResponderEliminarPor cierto te he nominado a los premios Liebster Award, ya sé que no es el primero, pero tú estás de número uno en mi lista, no podía pensar en otro blog que lo merezca más! pásate por mi blog para recibirlo!
Emilio, siempre es reconfortante saber que las palabras que uno escribe pueden llegar a otras personas. ¡De verdad, muchas gracias!
ResponderEliminar"Mi mundo con ellos tres", ¡me has alegrado el día! Muchísimas gracias, te digo lo mismo que a Emilio, es muy muy reconfortante saber que en el "desierto" que a veces pienso es esto de mi mundo descalzo, hay gente a las que mis palabras llegan. Muy agradecido con el premio, he visto la nominación y tu blog, y sólo tengo palabras de ánimo para que continúes. ¡Mil gracias!
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