jueves, 17 de marzo de 2016

Indiferencia





Hace más de un mes publiqué una entrada sobre Antonio, el portugués que está en el Puente de San Telmo, en Sevilla. La entrada se ha compartido a tope, y sobre todo para lo que más ha servido es para que ahora mucha más gente se pare a hablar con él, según me dice. No ha tenido éxito alguno la búsqueda de trabajo, pero con una mezcla de resignación y de fuerza, asume su situación y la lleva para adelante.

El caso es que algunas veces hago un viajecito por los compartidos de esa entrada, y en la inmensa mayoría de ocasiones me encuentro la ilusión y esperanza de la gente porque este hombre consiga trabajo. La gente comparte y se lanza comentarios de ánimo, estimulando al resto de sus contactos a compartir su Curriculum por si hubiese una mínima posibilidad. Pero, de vez en cuando encuentro otras cosas, otras actitudes para mí incomprensibles. 

Un tipo que seguramente tenga todas las necesidades básicas cubiertas (tal y como yo las tengo), es capaz de hablar de la forma que aparece en la imagen de alguien que no tiene ninguna, tachándola de “cómoda actitud”. Este señor, el que realiza el comentario, no debe haber prestado atención a lo que significa no tener una habitación con cama, un ordenador desde el que entrar en internet, una casa con su cocina  donde prepararse la comida, y con cuarto de baño donde ducharse. Este señor no debe haber prestado atención a lo que significa no tener familia alguna, o tenerla a miles de kilómetros, ni se habrá puesto en el lugar de alguien que lleva más de 3500 días durmiendo en la calle, en un cajero y pasando esas 12 horas de las que habla en un puente, sin ver la tele, sin jugar a la play, sin tener los pies en lo alto de ninguna mesa, porque no hay mesa, ni play, ni tele, con una manta para taparse del frío, porque no hay brasero en la vida del sin techo. Este señor no sabrá que en los albergues donde decimos que deberían estar todos ellos no pueden estar más de quince días, y que al llegar el día quince, te echan y no puedes volver hasta unos meses después. Este señor no debe saber lo que significa cada día hacer colas gigantescas a las seis de la mañana para ducharse en alguno de los albergues, o llegar un poco más tarde de esa hora y ya no poder hacerlo. Este señor no debe saber que llega un punto en el sin techo en que no le merece la pena dormir en el albergue, porque llega ese día quince, y al volver a la calle, el cajero o el lugar en el que antes dormía ya está ocupado por otra persona, y tiene que buscar un lugar nuevo, que esté desocupado y que sea mínimamente seguro, donde pasar la noche.  

Cuando leo comentarios como el de la imagen, pienso en el daño que la indiferencia de nuestra riqueza (la mía propia, la de mi nivel, no estoy hablando de niveles de riquezas del de Inditex), provoca en nuestra percepción del débil. La empatía es esa capacidad que podemos tener de ponernos en el lugar del otro. Quizás esa debería ser la primera vacuna que nos pusiesen al nacer.


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