Imagina que
Europa no participase en la fabricación de armas, y por tanto que no vendiesen
éstas a los países del sur. Imagina que los países ricos no estableciesen en
los países pobres sus fábricas de producción, aprovechando la facilidad de
ofrecer las condiciones laborales de horario, sueldo y calendario que no se
atreverían ni siquiera a plantear en nuestros países (al menos por ahora). Imagina
que aceptásemos la entrada de todas las personas que por cualquier razón lo
estuviesen pasando mal en sus países de origen, o sufriesen persecución, acoso,
asesinatos, hambre, cualquier motivo que no deseásemos para nosotros ni nuestras
familias. Sigue imaginando más allá, haz un esfuerzo, y piensa en que fuésemos
los primeros en romper nuestras fronteras, en tirarlas, tal y como ese día de
1989 tiraron el muro de Berlín. Imagina que invirtiésemos de verdad en desarrollar una tecnología
basada en energías renovables, y que no dependiésemos del petróleo con el cual
hacemos ricos a unos pocos privilegiados de los países productores de oro
negro. Imagina a esos pocos privilegiados sin la disponibilidad de nuestro
dinero, y sin la posibilidad, por tanto, de comprar armas y establecer y
permitir mediante el terror y la opresión a sus ciudadanos las condiciones lamentables
de trabajo que crean las espectaculares diferencias de condiciones de vida entre
nuestros mundos y los suyos. ¿No te sentirías orgulloso de pertenecer a una
potencia que promoviera todo eso?
Imagina que, en
ese contexto, existiesen atentados terroristas de esos países dirigidos hacia Europa.
¿No sería tremendamente injusto e inexplicable?
Una vez llegado a este punto, el lector debe
detener bruscamente su imaginación, y observar la realidad. Busque las siete
diferencias.
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