No es normal dar por supuesto que ir a ver un partido conlleve a meterse
con el rival, a decirles hijo de puta y cabrón y cosas peores a ellos y
al árbitro, a tus propios jugadores o directiva, a la afición contraria
y/o a tu propia afición. No es normal despotricar de cualquiera de
ellos y desearles la muerte delante de tus hijos. No es normal que te
vea mostrando tanto odio hacia gente que no conoces. No ocurre
mayoritariamente en baloncesto, ni balonmano, ni voleibol, ni tenis.
Por supuesto no ocurre en atletismo, o natación o ciclismo. Sólo es
normal, utilizando la definición de "normal" como "valor más repetido",
en un deporte concreto: el fútbol. Pero que allí sea normal no indica
que sea lógico y ni mucho menos recomendable. Muéstrale a los pequeños
lo bueno del deporte, la competitividad bien entendida, la de la
superación personal, y la belleza de la actividad física en sí, del
torneo, de la competición, pero no las taras que nuestra generación
arrastra, la de la falsa superioridad del que se cree por encima sin
demostrarlo y que lleva irremediablemente al insulto y a la agresión. Si
logramos eso, con suerte en pocos años volvamos a tener programas
deportivos en la televisión en los que no aparezcan hooligans como
comentaristas y contertulios.
Una vez me dijeron que viajaba en el espacio, pero yo sabía que viajé en el tiempo. Observé calles de mi infancia, sin asfaltar, burros, autobuses antiguos, coches de cuando era pequeño, casas de un solo piso, desgastadas, que encerraban mucha historia, no vi televisiones, ni móviles, ni nada que oliese a tecnológico, vi gente con ropas que no estaban a la moda, vi gente descalza. Y se podía estar. A gustito. Y me quedé para siempre en ese mundo más fácil, en ese mundo descalzo.
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