Aprendí la
importancia de la amistad leyendo Los tres mosqueteros o El señor de los
anillos; aprendí el poder de la imaginación con esas obras maestras, y con las
Crónicas y Leyendas de la Dragonlance, y con El temor de un hombre sabio;
aprendí a conocer el mundo y relativizar mis problemas leyendo a Kapuscinsky o
a Claudio Magris o viendo los mapas de National Geographic en los que aparecían
todos los lugares del mundo estudiados al detalle que un día decidí que pisaría;
aprendí que la vida es mucho más difícil de lo que yo pueda imaginar leyendo a
Ayaan Hirsi Ali y su Mi vida, mi libertad o a Aminata Traoré y su Violación del
imaginario; aprendí sobre África leyendo a Conrad y a Javier Reverte, y sobre la India leyendo a
Javier Moro y Álvaro Enterría y Ramiro Calle, y sobre Camboya leyendo a
Kiernan, y sobre el mundo árabe y bereber y el desierto leyendo a Wilfred Thesiger,
y sobre Filipinas leyendo a Rizal, y sobre el mundo en general con Los viajes
de Júpiter de Ted Simon; aprendí a aislarme de él con Hacia Rutas Salvajes de
Jon Krakauer y con Thoreau y su Walden; aprendí que no somos muy distintos a
los animales leyendo a Jack London; aprendí el poder de los sentidos con
Patrick Suskind y su El Perfume; aprendí que sería posible otro mundo, y que
eso ya se pensó hace 500 años con Utopía, de Tomás Moro; aprendí que la vida
normal y cotidiana, sin aparentes sobresaltos, puede parecer extraordinaria de
la mano de Paul Auster, Richard Ford, Jonathan Franzen o Philip Roth; aprendí cómo
respondería el ser humano a sucesos impensables y sus consecuencias en mundos
reales con Saramago; aprendí sobre prehistoria con Jean M. Auel y su saga del Clan
del Oso Cavernario; aprendí sobre historia de otros países con Dumas, Victor
Hugo, Flaubert, Tolstoi, Dostoievski y Dickens y con libros como Treblinka; aprendí
de mi historia con Almudena Grandes o con Josep Pla, o incluso con Pérez
Reverte; aprendí sobre el futuro con Asimov, Ursula K. Le Guin, Stanislaw Lem,
Orwell, Huxley y Mc Carthy; aprendí la suciedad de la vida y el ser humano con
Céline, Henry Miller, Bukowsky o Hubert Selby Jr; aprendí que hasta lo más
reprobable podría ser contado con hermosura con Nabokov; aprendí que la
tristeza ahoga con Murakami; aprendí que la reflexión engrandece con Galeano,
Benedetti, Herman Hesse, Bertrand Russell o Nietsche; aprendí que uno puede
engancharse a la lectura con un best seller como Los pilares de la Tierra, y
que incluso puede llorar con uno de ellos como Cometas en el cielo de Khaled
Hosseini; aprendí que el interior del escritor y del ser humano en general es
insondable, y a saber qué es el agua, leyendo a Joyce y a Foster Wallace; aprendí
a dialogar y a que cada pequeña circunstancia puede ser motivo de una buena
reflexión leyendo a Oscar Wilde; aprendí de evolución leyendo a Darwin, a
Richard Dawking y a Stephen J.Gould, del universo leyendo a Hawking, de
antropología y arqueología leyendo a Juan Luis Arsuaga. Aprendí sobre el amor y sobre el odio en todos y cada uno de ellos.
¿Cómo se refleja en
un curriculum las cosas tan importantes de la vida que he aprendido leyendo?
¿Cómo obviar esta parte que me ha proporcionado muchísima más experiencia y
sabiduría que lo que mis cursos, licenciaturas y trabajos anteriores me han
dado?
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarEs que el mundo al que da acceso eso del currículum no es del todo humano ni permite, por más que nos digan, desarrollar todos los aspectos de nuestra humanidad. Por eso todo lo que no puede venderse genera suspicacias. Por eso no hay que ponerse precio. Por eso satisface tanto hallar ese silencio que sabes está lleno de lecturas y formas alternativas de mirar y sentir.
ResponderEliminarNos obligan a escindirnos, hay que hacerlo sin enfermar.
Un abrazo
Muy de acuerdo con lo que dices, Víctor. Esperemos lograr hacerlo sin enfermar... ¡Saludos!
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