Si supiésemos
fabricar el producto o realizar la actividad por la que pagamos; si supiésemos
lo que cuesta exactamente su fabricación o el servicio que nos han realizado; si
supiésemos qué parte de lo que pagamos es lo que cuesta fabricarlo o llevar a
cabo el determinado servicio, qué parte va para los materiales, qué parte para
el personal laboral y qué parte es margen de beneficio para la empresa; si
supiésemos lo que cuesta hacer un determinado producto o servicio y la
diferencia con el dinero que nos cuesta comprarlo; si supiésemos las
consecuencias por el uso de recursos naturales como materias primas, los vertidos
que se producen, la contaminación y residuos generados, la explotación laboral que
supone, la violación de derechos humanos a personas lejanas y los demás efectos
secundarios que no se ven en un escaparate; si supiésemos todas esas cosas no
concebiríamos que el beneficio de un gran empresario pudiera ser ilimitado,
pues ello significaría que o no está pagando lo suficiente por arreglar el
medio natural del que se surte, o no está dando unas buenas condiciones
laborales a sus trabajadores, o no está ofreciendo unos precios justos a sus
consumidores.
El Saber, así
con mayúscula, es el único escudo que tenemos para defendernos del beneficio
inmenso de las grandes corporaciones que adquieren un poder tan brutal que no
se contentan con vender productos o servicios, sino que se empeñan en influir
en decisiones políticas generales que no les competen con el ánimo de ganar aún
más y seguir ganándolo para siempre, y que se internan en los discursos
mediáticos de manera sibilina para presentarse como bondadosos filántropos
indispensables para nuestro modelo de desarrollo.
Molestémonos en
conocer las consecuencias de tener petróleo como principal fuente de energía,
gasolina en nuestros surtidores, camisetas y zapatos en nuestras tiendas; preocupémonos
por saber qué había antes en aquel terreno donde ahora se levanta una
urbanización, cómo era la playa cuando no había edificios, cómo estaba el cielo
y qué cantidad de oxígeno puro había en las grandes capitales antes de que
existiese una nube negra de polución debida principalmente a la colonización
del coche como vehículo principal de transporte. Informémonos sobre cómo eran
esos pueblos lejanos de países del sur cuando no existían nuestras fábricas de
producción ni nuestros medios de locomoción y cómo están ahora. Pensemos si
todos esos listos que se hicieron y se hacen de oro con esas actividades
pagaron lo justo y necesario para que las consecuencias de su actividad no nos
afectasen de manera tan inmediata y clara en nuestros derechos, en nuestra
justicia, en nuestra naturaleza, en nuestra salud, y en la vida de los que
están más lejos y vemos menos. Esa es la razón por la que el beneficio ilimitado,
por muy legal que lo hayamos vestido, SIEMPRE entraña un aprovechamiento
desmedido del desconocimiento ajeno. Esa es la razón por la que si eres
megamillonario, seguramente serás CULPABLE.