No soy blanco. No tengo barba ni pelos largos. No voy
vestido con harapos. No soy un hombre. No bajé a la Tierra disfrazado de nadie.
No acudí a ninguna época en concreto a decir palabras no universales sujetas a
los tópicos y costumbres del momento y que en cualquier otra época de vuestra
historia pudieran parecer desactualizadas. No dije a ningún pueblo que fuesen
mis elegidos. No dije a ningún hombre que matase por mí. No oigo vuestras
plegarias. No necesito escucharlas para saber lo que queréis. No soy tan
inseguro como pensáis, no necesito que me digáis lo grande o todopoderoso que
soy para que os haga más caso. No me tenéis que rezar, ni una vez por semana,
ni una vez al día, ni cinco veces al día. No tenéis que alabar ninguna estatua,
ni arrodillaros ante ninguna persona, cosa o lugar. No quiero que seáis
temerosos de mí, ni es justificación el miedo a lo desconocido para que dejéis
de utilizar la herramienta que os diferencia del resto de especies y os abracéis
a mí ciegamente. No os vigilo, no tengo el ojo puesto en cada acción que
lleváis a cabo, y mucho menos en cada pensamiento que se os ocurre. No pienso
que seáis malos por naturaleza, no puedo llegar a imaginar que creáis que
pienso que un recién nacido puede arrastrar algún tipo de pecado y que esa cosa
tan pequeña que aún ni ha dado un paso necesite de un rito para purificarse. No
cree a la mujer de ninguna costilla de hombre. No cree al hombre a mi imagen y
semejanza. No os cree específicamente a los humanos, al igual que no cree
específicamente a los leones, a las hormigas, a las bacterias o a los virus. Ni
siquiera cree específicamente vuestro planeta. No le di ningún poder especial a
ninguna persona para que hablase en mi nombre, o a ningún escritor de ningún
libro de los que consideráis sagrados. No he minusvalorado el papel de la mujer
como para que ellos la mostrasen como una pertenencia más del hombre. No
habláis conmigo cuando pensáis en mí. No me gustan los templos dorados, ni las
figuras adornadas, ni el oro o la plata con los que acompañáis las estatuas que
pensáis que me representan. No considero sagradas a las imágenes, ni a las
tradiciones, ni a las celebraciones, ni a las festividades que habéis bautizado
con mi nombre o con los de cualquier otro personaje de los que aparecen en esos
libros que consideráis sagrados. No es la vida ninguna prueba para clasificaros
después en buenos o malos y juzgaros y daros vuestro merecido tras la muerte. No
me ofenden vuestras ofensas, ni necesito que nadie salga a defender el nombre
que creéis que tengo o el mensaje que creéis que dije. No soy muchos dioses. No
soy ningún dios.
Una vez me dijeron que viajaba en el espacio, pero yo sabía que viajé en el tiempo. Observé calles de mi infancia, sin asfaltar, burros, autobuses antiguos, coches de cuando era pequeño, casas de un solo piso, desgastadas, que encerraban mucha historia, no vi televisiones, ni móviles, ni nada que oliese a tecnológico, vi gente con ropas que no estaban a la moda, vi gente descalza. Y se podía estar. A gustito. Y me quedé para siempre en ese mundo más fácil, en ese mundo descalzo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Comenta, no te lo quedes dentro.