En el mundo de
las nuevas tecnologías, en la acuciante espiral de progreso y desarrollo que
nos lleva a ser cada vez más metálicos (en el jardín botánico…), en una Tierra
con ascensores, donde constatamos que el futuro solo eran coches aerodinámicos
y formas más redondeadas, con edificios más altos, con imágenes virtuales de
mayor definición, con una realidad paralela creada por ordenador que te permite
abstraerte del mundo real e introducirte en uno formado por bytes, aplicaciones,
mensajes directos, envíos de archivos y visualización de videos, en una
sociedad cada vez más rápida, más deprisa, donde el significado de segundos,
minutos y horas va cambiando a un ritmo vertiginoso por la necesidad de hacer
cada vez más cosas en menos segundos, minutos y horas, de repente, en los
albores de la tempestad, uno comprueba que aún no estamos perdidos. En esta
espiral de vida “inteligente” que hemos creado y que no nos permite parar un
segundo y simplemente descansar, aburrirnos, pensar, e imaginar, aparece una
esperanza, pues veo aquí, en Phnom Penh, a niños jugando a la petanca con las
chanclas. Aún hay lugares donde se puede uno detener, coger aire y disfrutar de
la grandeza que tenemos encerrada en el cráneo, la cual nos empeñamos en darle
menor uso del debido pasándole la responsabilidad creadora a cualquier aparato
electrónico. La vida, aún, es dominada por nuestra imaginación. Bravo.
Una vez me dijeron que viajaba en el espacio, pero yo sabía que viajé en el tiempo. Observé calles de mi infancia, sin asfaltar, burros, autobuses antiguos, coches de cuando era pequeño, casas de un solo piso, desgastadas, que encerraban mucha historia, no vi televisiones, ni móviles, ni nada que oliese a tecnológico, vi gente con ropas que no estaban a la moda, vi gente descalza. Y se podía estar. A gustito. Y me quedé para siempre en ese mundo más fácil, en ese mundo descalzo.
estoy de acuerdo contigo!
ResponderEliminar¡Me alegro mucho, Libertad! ¡Saludos!
ResponderEliminar