El viento no
deja de impactar contra la única parte de mi cuerpo que permanece al
descubierto: los ojos y parte de la nariz, introduciendo el frío en mi interior
helado. Mi ropa no está lo suficientemente preparada para estas temperaturas,
una sensación térmica rayando los cero grados, acompañado de lluvias, y lo que
es más importante, de desubicación geográfica.
Estoy en el
Parque Natural de Cajas, cerca de Cuenca, en Ecuador. He iniciado una ruta que
me habían vendido como asequible y sin pérdida. He caminado por lugares
hermosos, en un paisaje denominado de pajonal, como si se tratase de la Ciénaga
de los Muertos en la que Frodo quedó atrapado, y atravesando un bello bosque de
Quinoa, silencioso, húmedo, que me hacía trasladar al más atractivo hogar de
los Elfos al que siempre había deseado visitar. He andado en solitario por
estos caminos embarrados, hasta que llegado un momento he perdido la senda.
No encuentro el
camino. La tarde se acaba, la noche se echa encima, y cuando aquí llega la
oscuridad no quiero imaginar qué temperaturas se pueden alcanzar. No sé a dónde
ir. Desando el camino, pero no encuentro el correcto. Voy hacia un lado, y doy
con lagunas de diferentes tamaños. Voy hacia otro, y volvería a entrar al
enrevesado bosque de Quinoa. Hace frío. Tengo ganas de gritar, pero para qué,
aquí no hay nadie. Tengo ganas de llorar, pero lo mismo, estoy sólo. De esta
tengo que salir yo. Ando y desando durante más de dos horas, llevo cinco
embarcado en esta ruta. La noche se echa encima, tengo miedo, para qué lo vamos
a negar. Tengo frío, muchísimo. Me queda poca agua. No tengo comida. Edu, no te
quedes quieto.
Respiro hondo,
miro al cielo, llueve, me mojo. Tengo que salir de aquí. Miro alrededor y
decido coger una dirección y no dejar de avanzar hacia adelante, algo
encontraré si no cambio de coordenadas. Ando, y ando, y ando. Subo un monte, no
veo nada más que pajonal, no siento nada más que frío, no presiento nada más
que pasar la noche aquí, y entonces eso puede ser fatal. No decaigo, sigo hacia
adelante. Otra hora, ya sí que es casi de noche. Bajo un monte, al menos aquí
no hay laguna que me impida continuar. Me agacho un poco, estoy muerto, tengo
sed, tengo frío. Respiro. Grito. Oigo mi eco. Me quedo callado. He escuchado
algo. ¿Es eso un motor de coche?
Corro para
sortear el siguiente monte, pues deduzco que tras él voy a encontrar algo
diferente. Y así es, ya escucho más claramente, otro coche, o camión. ¡Una
carretera! La veo a lo lejos, justo cuando ya no se ve casi nada pues la tarde
ha dejado de ser tarde, y ha comenzado a llamarse noche. Corro, aunque casi no
veo el camino por el que voy, de hecho me acabo pegando un hostión, pero no
importa, debo salir de aquí cuanto antes, ya atenderé al hombro que me he
lastimado y que me seguirá doliendo varios meses después. Llego a la carretera.
Alguien bondadoso espero encontrar, aunque todas las guías y todos los consejos
de oriundos me recomendaron no hacer autostop, y mucho menos de noche. No tengo
opción. Espero a que pase alguien. No pasa nadie. Ya es de noche.
Pasa el tiempo, ¿es eso un autobús? Levanto las manos,
que sea lo que dios quiera. El autobús para. Corro hacia él. “¿Va para Cuenca?”.
“Sí, suba”. Respiro. Entro. Me dirijo hacia el final del transporte semivacío. Me
siento. Me empiezo a reír, una risa nerviosa, una risa miedosa. Hoy he
sobrevivido por un golpe de suerte, y mi cuerpo me lo demuestra a carcajadas
incontroladas, de auténtico maníaco. Miro por la ventana mientras pienso que he
superado un momento de película que podía haber sido trágico. No hay nada que
te haga sentir mejor que estar cerca del final de tu partida y conseguir una
vida extra.
¡¡¡Que valor tienes!!! Alucinante... He sentido el frío y el miedo...
ResponderEliminarMe alegro haber logrado transmitir algo de lo que sentí!
Eliminartienes mas valor k EL GUERRA.
ResponderEliminarJajaja, ¡la circunstancias nos arman a todos de valor!
EliminarEse momento tuvo que ser increíble, sentirte solo, pero solo de verdad. Aún a pesar del acojone, te envidio.
ResponderEliminarSí que lo fue, MJ. Tuvo cinco horas de belleza suprema, y un par de horas de ascendente acojone...
EliminarAparte de un aventurero eres un magnífico escritor. Nos has hecho sentir lo mismo que si hubiéramos sido nosotros los que estábamos perdidos. Yo, al menos, creo que no lo habría podido contar, je, je. Porque no sé si habría sobrevivido y supongo que si lo hubiera hecho no habría sido capaz de describir la aventura tan bien. Yo he viajado también bastante pero me temo que con menos dificultades salvo una breve etapa de mi vida, siendo casi un adolescente, en que la inconsciencia me armaba de valor. Saludos.
ResponderEliminarMuchísimas gracias Emilio, me alegro volverte a encontrar por estos lares. La vida son cosas que pasan, y aunque en el momento en concreto en que la cosa se puso difícil la preocupación me hacía rozar un miedo real que en pocas ocasiones he llegado a alcanzar tan profundamente, al lograr superarlo, y al recordarlo ahora, se asimila como un "¡qué bien me siento por esta nueva oportunidad!". Acumular experiencias, ese entiendo que es el objetivo de vivir, ¿no crees? Un abrazo muy grande.
EliminarAparte de un aventurero eres un magnífico escritor. Nos has hecho sentir lo mismo que si hubiéramos sido nosotros los que estábamos perdidos. Yo, al menos, creo que no lo habría podido contar, je, je. Porque no sé si habría sobrevivido y supongo que si lo hubiera hecho no habría sido capaz de describir la aventura tan bien. Yo he viajado también bastante pero me temo que con menos dificultades salvo una breve etapa de mi vida, siendo casi un adolescente, en que la inconsciencia me armaba de valor. Saludos.
ResponderEliminar