miércoles, 2 de diciembre de 2015

Perdido en Cajas



El viento no deja de impactar contra la única parte de mi cuerpo que permanece al descubierto: los ojos y parte de la nariz, introduciendo el frío en mi interior helado. Mi ropa no está lo suficientemente preparada para estas temperaturas, una sensación térmica rayando los cero grados, acompañado de lluvias, y lo que es más importante, de desubicación geográfica. 




Estoy en el Parque Natural de Cajas, cerca de Cuenca, en Ecuador. He iniciado una ruta que me habían vendido como asequible y sin pérdida. He caminado por lugares hermosos, en un paisaje denominado de pajonal, como si se tratase de la Ciénaga de los Muertos en la que Frodo quedó atrapado, y atravesando un bello bosque de Quinoa, silencioso, húmedo, que me hacía trasladar al más atractivo hogar de los Elfos al que siempre había deseado visitar. He andado en solitario por estos caminos embarrados, hasta que llegado un momento he perdido la senda.




No encuentro el camino. La tarde se acaba, la noche se echa encima, y cuando aquí llega la oscuridad no quiero imaginar qué temperaturas se pueden alcanzar. No sé a dónde ir. Desando el camino, pero no encuentro el correcto. Voy hacia un lado, y doy con lagunas de diferentes tamaños. Voy hacia otro, y volvería a entrar al enrevesado bosque de Quinoa. Hace frío. Tengo ganas de gritar, pero para qué, aquí no hay nadie. Tengo ganas de llorar, pero lo mismo, estoy sólo. De esta tengo que salir yo. Ando y desando durante más de dos horas, llevo cinco embarcado en esta ruta. La noche se echa encima, tengo miedo, para qué lo vamos a negar. Tengo frío, muchísimo. Me queda poca agua. No tengo comida. Edu, no te quedes quieto.

Respiro hondo, miro al cielo, llueve, me mojo. Tengo que salir de aquí. Miro alrededor y decido coger una dirección y no dejar de avanzar hacia adelante, algo encontraré si no cambio de coordenadas. Ando, y ando, y ando. Subo un monte, no veo nada más que pajonal, no siento nada más que frío, no presiento nada más que pasar la noche aquí, y entonces eso puede ser fatal. No decaigo, sigo hacia adelante. Otra hora, ya sí que es casi de noche. Bajo un monte, al menos aquí no hay laguna que me impida continuar. Me agacho un poco, estoy muerto, tengo sed, tengo frío. Respiro. Grito. Oigo mi eco. Me quedo callado. He escuchado algo. ¿Es eso un motor de coche? 




Corro para sortear el siguiente monte, pues deduzco que tras él voy a encontrar algo diferente. Y así es, ya escucho más claramente, otro coche, o camión. ¡Una carretera! La veo a lo lejos, justo cuando ya no se ve casi nada pues la tarde ha dejado de ser tarde, y ha comenzado a llamarse noche. Corro, aunque casi no veo el camino por el que voy, de hecho me acabo pegando un hostión, pero no importa, debo salir de aquí cuanto antes, ya atenderé al hombro que me he lastimado y que me seguirá doliendo varios meses después. Llego a la carretera. Alguien bondadoso espero encontrar, aunque todas las guías y todos los consejos de oriundos me recomendaron no hacer autostop, y mucho menos de noche. No tengo opción. Espero a que pase alguien. No pasa nadie. Ya es de noche.

Pasa el tiempo, ¿es eso un autobús? Levanto las manos, que sea lo que dios quiera. El autobús para. Corro hacia él. “¿Va para Cuenca?”. “Sí, suba”. Respiro. Entro. Me dirijo hacia el final del transporte semivacío. Me siento. Me empiezo a reír, una risa nerviosa, una risa miedosa. Hoy he sobrevivido por un golpe de suerte, y mi cuerpo me lo demuestra a carcajadas incontroladas, de auténtico maníaco. Miro por la ventana mientras pienso que he superado un momento de película que podía haber sido trágico. No hay nada que te haga sentir mejor que estar cerca del final de tu partida y conseguir una vida extra.


9 comentarios:

  1. ¡¡¡Que valor tienes!!! Alucinante... He sentido el frío y el miedo...

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Me alegro haber logrado transmitir algo de lo que sentí!

      Eliminar
  2. Respuestas
    1. Jajaja, ¡la circunstancias nos arman a todos de valor!

      Eliminar
  3. Ese momento tuvo que ser increíble, sentirte solo, pero solo de verdad. Aún a pesar del acojone, te envidio.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Sí que lo fue, MJ. Tuvo cinco horas de belleza suprema, y un par de horas de ascendente acojone...

      Eliminar
  4. Aparte de un aventurero eres un magnífico escritor. Nos has hecho sentir lo mismo que si hubiéramos sido nosotros los que estábamos perdidos. Yo, al menos, creo que no lo habría podido contar, je, je. Porque no sé si habría sobrevivido y supongo que si lo hubiera hecho no habría sido capaz de describir la aventura tan bien. Yo he viajado también bastante pero me temo que con menos dificultades salvo una breve etapa de mi vida, siendo casi un adolescente, en que la inconsciencia me armaba de valor. Saludos.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Muchísimas gracias Emilio, me alegro volverte a encontrar por estos lares. La vida son cosas que pasan, y aunque en el momento en concreto en que la cosa se puso difícil la preocupación me hacía rozar un miedo real que en pocas ocasiones he llegado a alcanzar tan profundamente, al lograr superarlo, y al recordarlo ahora, se asimila como un "¡qué bien me siento por esta nueva oportunidad!". Acumular experiencias, ese entiendo que es el objetivo de vivir, ¿no crees? Un abrazo muy grande.

      Eliminar
  5. Aparte de un aventurero eres un magnífico escritor. Nos has hecho sentir lo mismo que si hubiéramos sido nosotros los que estábamos perdidos. Yo, al menos, creo que no lo habría podido contar, je, je. Porque no sé si habría sobrevivido y supongo que si lo hubiera hecho no habría sido capaz de describir la aventura tan bien. Yo he viajado también bastante pero me temo que con menos dificultades salvo una breve etapa de mi vida, siendo casi un adolescente, en que la inconsciencia me armaba de valor. Saludos.

    ResponderEliminar

Comenta, no te lo quedes dentro.