Siempre que alguien me dice que viaja a India le recomiendo que, si
quiere vivir ese país en su máxima expresión, utilice sus trenes, pase
horas y horas de sus interminables trayectos mirando por la ventana del
compartimento, o yendo a la no-puerta del vagón donde podrá quedarse
recibiendo el viento en la cara y perdiéndose en los interminables
campos de arroz, conozca el significado de la palabra "multitud", de los
límites de la física en cuanto a cabida de seres vivos (sí, también
de vez en cuando el que viaja al lado lleva gallinas, o algún
corderito, o qué se yo), experimente dormir en su sleeper class, hable
con cualquiera de los que más que seguro le mirarán de arriba a abajo
pensando "qué hace un blanquito aquí", escuche al vendedor de samosas,
de chai y de cualquier elemento que se pueda vender. Hoy uno de esos
trenes ha descarrilado y por ahora casi cien personas han muerto y unas
muchas más están heridas. A veces la vida te manda mensajes ocultos,
como si te dijese que si eliges vivir de verdad tienes que tener en
cuenta que te estás arriesgando. Hoy me acuerdo de India.
Una vez me dijeron que viajaba en el espacio, pero yo sabía que viajé en el tiempo. Observé calles de mi infancia, sin asfaltar, burros, autobuses antiguos, coches de cuando era pequeño, casas de un solo piso, desgastadas, que encerraban mucha historia, no vi televisiones, ni móviles, ni nada que oliese a tecnológico, vi gente con ropas que no estaban a la moda, vi gente descalza. Y se podía estar. A gustito. Y me quedé para siempre en ese mundo más fácil, en ese mundo descalzo.
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