Cuando dije a
quienes sabían que llevaba tiempo sin encontrarme a gusto que dejaba mi trabajo
y me mudaba a Tarifa a vivir lo único que percibí fueron bocas abiertas y
miradas de incomprensión.
—¿Has encontrado
trabajo allí?
La eterna pregunta. No un qué bien, ya era hora, o un qué valiente decisión,
o un explícame por qué, sino directamente si pasaré de un trabajo a otro. Todos
debemos encadenar un empleo con otro, porque si te sales de la rueda laboral a
ver cómo te enganchas de nuevo después. Y si no encuentras otro trabajo, ¿para
qué sirves? Porque hay que servir para algo, siempre hay que funcionar. Así que
si no te gusta el que tienes, te aguantas y como mucho ve buscando algo
mientras permaneces haciendo eso que no te gusta, te hace mal, te envejece, te
pone contra tus principios o todas esas cosas a la vez. Y quizás tengas suerte y
tu búsqueda desemboque en otro curro del mismo estilo y puedas cambiar de empleo
hasta que te vuelvas a cansar a las dos semanas al comprobar que tu “nueva” función
no aporta nada bueno a la sociedad ni a ti mismo. Como hacen algunos con sus
parejas, encadenar sin solución de continuidad. No puedes estar un segundo sin
trabajo pues te sentirás mal, así que sólo aceptas dejarlo si hay otro a la vista,
aunque sea igual; no puedes estar un segundo sin pareja pues te sentirás mal, así
que sólo te planteas dejarlo si hay otra a la vista, aunque sea igual. El aguante por el miedo a no estar
peor suele perpetuar en el tiempo la razón por la que estás mal.
La sociedad parece decirme que no se me ocurra coger las riendas de mis
decisiones porque entonces entraré en el bucle de la inseguridad y empezarán
las dudas, y yo no sé vivir con dudas, ¿a que no? ¿Qué voy a hacer? ¿Cuál es mi
plan? ¿Cómo voy a sobrevivir sin un trabajo serio a la vista? Todo debemos tenerlo bien atado,
como si el futuro fuese una cuerda que conecta infinitos picos montañoso por la
que tenemos que andar haciendo equilibrismo sin margen para fallar ni un poquito pues un
mal paso nos haría caer hacia el abismo. Cada hueco en el que sitúas el pie
cuenta, no te descentres, queremos tu perfección, condenaremos cualquier mínimo
error.
A ojos de la sociedad, somos lo que trabajamos, somos el tiempo invertido
en hacer lo que menos nos gusta. Cuando alguien nos pregunta qué somos
contestamos que abogados, o técnicos de algo, o electricistas, o periodistas, o
conductores de autobuses. Somos lo que nos proporciona el dinero para comprar
las cosas.
La sociedad no nos define por lo que nos gusta. En nuestros diálogos con la
gente no somos padres o madres, no somos viajeros, o lectores, u observadores
de la vida. No somos deportistas, ni contadores de historias, ni bebedores de
cerveza. Somos lo que nos disgusta, somos el esfuerzo que invertimos en
realizar aquello que nos hace envejecer, frustrar, estresar, enfadar. Somos lo
que nos produce fracaso y enfermedad laboral. Somos un informe que no se lee
nadie, un montón de llamadas en espera, somos la bronca del jefe, el aguante de
gente maleducada que nos pide o exige que solucionemos su problema. Somos una
horita más hoy y terminas esto, qué más da, mañana la recuperas. Somos la
cancelación de una quedada porque al día siguiente hay que presentar un proyecto,
somos la llamada a mamá para que recoja a nuestro hijo del colegio pues no
podemos salir ahora del trabajo, somos años encerrados estudiando una oposición
que nos obliga a memorizar conocimientos al dedillo que no tendrán ninguna
utilidad a la hora de desempeñar mejor la función a la que se aspira, somos un
viaje que no podemos pagar porque la hipoteca se lleva casi todo el sueldo,
somos una esperanza eterna de que las cosas mejorarán y podremos hacer lo que
nos flipa en el poco tiempo libre que tengamos. Somos disgustos diarios
contentados con la llegada del viernes que nos permite simular como si fuésemos
felices durante unas horas hasta que admitamos de nuevo que en dos días habrá
que volver a hacer lo que no nos gusta.
—No. No he
encontrado trabajo allí—logro responder.
Unas pocas palabras que así, escritas en un papel, parecen fáciles de
decir, pero que ante el juicio inmisericorde de la sociedad resultan
complicadísimas, una losa de una tonelada imposible de mover. ¿Decir
abiertamente que dejas un trabajo sin perspectivas de tener otro? ¿Reconocer
que no sabes lo que quieres pero sí lo que no quieres? ¿Admitir que necesitas
tiempo para ordenar tus ideas? Porque inmediatamente después de decir esas
palabras las caras de sorpresa y miradas de incomprensión se transforman
levemente en duras expresiones de juicio, como si te tratasen como el fiscal
del caso Nevenka.
“¿Qué está
pretendiendo decirnos, señor Holgazán, que va a evadirse de su función como Homo sapiens trabajador-consumidor?
¿Pero no se da usted cuenta de lo jodido que estamos todos y sin embargo aquí seguimos
haciendo sin rechistar lo mismo que ha hecho el ser humano desde su inicio, aparentar
estar ocupando el tiempo en algo necesario, jodernos a nosotros mismo, hacer
cosas que no nos gustan? ¿Acaso quiere escapar de su destino? ¿Es que no cree
usted que el trabajo dignifica? ¿Es que no está convencido de que nuestra
función en la Tierra es explotarla al máximo y explotarnos a nosotros mismos? ¿Qué
se cree, el más listillo de la clase?”.
Hace mucho que dejé de creer en
que durante el tiempo que yo acompañe a La Tierra en sus vueltas alrededor del
Sol nada reseñablemente concreto e importante, una acción que cambie las vidas
radicalmente a toda la población, sucederá. He dejado de confiar en la sociedad
como motor de cambio pues existe una ley no escrita que dice que cuando un
número de más de cuatro personas se juntan para decidir algo las soluciones
suelen estar a la altura de un chaval de cuatro años. Sólo se genera despiste y
confusión, y las conclusiones no suelen tener nada que ver con el problema que
las generaron porque por el camino se han ido creando otros infinitos
conflictos más superfluos que producen mayor atención para la masa que la
superación de su problema más importante: la gestión de su tiempo. Así,
mientras uno da una idea el otro dice que esa idea proviene de unos malos del
pasado. Y mientras el otro la ataca el aquel critica a los dos. Y mientras los
tres discuten, el cuarto ya se ha olvidado cuál era el tema central.
No puedo esperar más a que la sociedad se ponga de acuerdo para organizar
un mundo laboral más justo y feliz porque la velocidad de cambio del mundo actúa
en periodos de tiempo geológicos y a mí me quedan como mucho cuarenta años por
aquí, y en ese tiempo ya se ha demostrado que la masa no resuelve ni las
consecuencias de las consecuencias de una dictadura así que ¿cómo van a
solucionar algo tan complejo como la transformación absoluta de la inversión de
nuestro propio tiempo? Más quisiera yo que me lo solucionasen, pero si quiero
tener alguna mínima posibilidad de éxito en invertir mi propio tiempo en algo
que me llene tengo que tomar yo las riendas.
Lo primero que ocurre es la
liberación. El cuerpo, en el instante que anuncias dejar un trabajo, comienza
literalmente a pesar menos. Ya no sientes el estrés de estar haciendo algo que
no te hace bien, ya no percibes la presión atmosférica actuando en cada
centímetro cuadrado de tu cuerpo, ya no notas la gravedad de la Tierra
atrayendo toda tu masa a 9,8 metros por segundo al cuadrado, y esas circunstancias
presentes hacen más fácil poder enfrentarse mejor a las circunstancias
inseguras del futuro. Percibes que el cuerpo deja de estar encorvado, notas que
las arrugas se estiran levemente, que las canas relucen con un blanco más puro,
de una extraña pero fortalecida pureza juvenil. Te sientes tan poderoso como
William Wallace gritando libertad antes de la batalla.
—¿Y por qué te
vas a Tarifa?
Pero esa fuerza no es fácil de
mantener en el tiempo. El recuerdo de las preguntas que esconden esas miradas
juiciosas retumban en mi cabeza mientras paseo por la orilla de la Playa de los
Lances y oteo la isla de Tarifa al fondo y la tierra que se encuentra a 14 km,
con el Jebel Musa por bandera, donde ocurren realidades tan distintas a las que
yo estoy viviendo, donde el trabajo tiene el mismo nombre que aquí pero con un
significado muy distinto, donde es fácil relativizar al estar en el punto de
encuentro de dos mundos distintos, África y Europa, de dos masas de agua
diferentes, el Mediterráneo y el Atlántico, y llego a una verdad indiscutible:
aquí mis preocupaciones e incomprensiones vitales se disuelven entre el agua y
el sol, y las decepciones que están pegadas en mi piel se desgajan por la
acción del viento, la arena y la sal. Aquí la interminable sucesión de pasado,
presente y futuro que constituyen la base de la monotonía de la vida que me ahoga
se convierten en cachitos más estancos de presente que se acaban cada día
cuando contacto con el sol, la sal, la arena, el agua y el viento, dándome la
oportunidad de empezar de nuevo al día siguiente sin arrastrar las dificultades
acumuladas el día anterior. Aquí los problemas se hacen más pequeños porque se
erosionan al dejarlos en la orilla y al ser moldeados por la fuerza del agua y
del viento. Aquí siento la Dinámica como parte fundamental de la Física que
contrarresta la Estática y hace al cuerpo y la mente más activo, curioso y
adicto al conocimiento. Aquí recuerdo que la vida que me gusta es precisamente la
que se mueve, la del ir y venir, como hace la arena al ser transportada por el
viento, y que la estática, la del estar, la del permanecer, la de la roca que
no se mueve, me produce caducidad mental y sensación de estar desaprovechando
todas las posibilidades que me ofrece la vida.
—¿A qué te vas a
dedicar?
A acostumbrar a mi cuerpo y
mente a necesitar mucho menos de manera que no tenga que invertir mucho tiempo
en conseguir el dinero indispensable para poder seguir viviendo y haciendo las
cosas que me gustan. A cambiar el concepto de trabajo de lugar en el que hago cosas que no me gustan por las que me pagan a lugar en el que hago cosas que me gustan y a
ver si es posible que me paguen. A mirar la vida pasar y a contarlo
mediante palabras escritas. A observar el mundo de aquí, de allí y de allá como
un espectador con mochila y enseñárselo a gente que no puede verlo en directo. A
ayudar en lo que haga falta. A encontrar un lugar donde ser útil a esta
sociedad que se enreda continuamente en conflictos circulares. A dejar de ser
un homo sapiens trabajador-consumidor.
A convertirme en un homo sapiens
vividor-aprendedor.