Dicen que una
vez que entras en la Medina de Fez corres el riesgo de quedar atrapado allí por
siempre jamás. Un laberinto de callejones estrechos, con multitud de puestos y
tiendecitas, de vendedores que tratan por todos los medios de que les compres,
que intentan convencerte de que su producto es el mejor de todos. Callejas a
rebosar de gente que viene y va, cargando cualquier cosa, una bolsa gigante
llena de especias, un caballo que carga millones de telas, un anciano
pensativo, un sonido en el aire de “Allahu Akbar” que te transporta a otra
época, a otro mundo, procedente del
Muecín que llama a la oración, unos pasadizos que no cumplirían los criterios
de higiene a los que nuestra parte del mundo está acostumbrada, un giro a la
derecha, uno más a la izquierda, de nuevo a la izquierda, otra vez a la
derecha, ahora se bifurca, y así hasta el infinito. Cuenta la leyenda que una
vez, hace mucho tiempo, un viajero errante se adentró entre sus murallas, y
paseó por sus calles, primero con seguridad, disfrutando de lo que veía, del
espectáculo de colores, sonidos y olores de este lugar, sus gentes, sus
miradas; luego con preocupación, al comprobar que no era tan fácil como se imaginaba
orientarse allí; y por último con auténtico pavor al verificar que no daba con
el camino correcto hacia el exterior. Cuenta dicha leyenda que quedó atrapado
en la Medina para siempre, sin poder salir, que las autoridades internacionales
decretaron una orden de busca y captura para encontrarlo, pero que no
consiguieron nada, nadie pudo verlo nunca. La orden aún sigue vigente: “Se
busca a un desaparecido, su nombre es Respeto. Si lo encuentran, propáguenlo”.
Una vez me dijeron que viajaba en el espacio, pero yo sabía que viajé en el tiempo. Observé calles de mi infancia, sin asfaltar, burros, autobuses antiguos, coches de cuando era pequeño, casas de un solo piso, desgastadas, que encerraban mucha historia, no vi televisiones, ni móviles, ni nada que oliese a tecnológico, vi gente con ropas que no estaban a la moda, vi gente descalza. Y se podía estar. A gustito. Y me quedé para siempre en ese mundo más fácil, en ese mundo descalzo.
Me he pasado la lectura con un poco de horror, pensando que yo fuera quien que me quedaba atrapada, pero genial el final.
ResponderEliminarGenial, maravillosos relato
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