lunes, 2 de diciembre de 2013

Paraísos Naturales


A veces llego a lugares extraordinarios, a sitios a los cuáles te gustaría pertenecer por siempre jamás. El camino hacia ellos suele ser largo y difícil, como el regreso a Ítaca, sin comodidades, y tienes que hacerlo a pie, sólo con tus recursos, con lo más básico de ti mismo, esa energía interior que todos llevamos dentro con la que tratas de hacerte un todo mezclado con la naturaleza desbordante por la que pisas. Pero la recompensa es inigualable, y quedará grabada en tu memoria, para que puedas acceder a ella de vez en cuando, guardada en esa mochila cerebral que ningún recorte de ninguna entidad poderosa te podrá arrebatar nunca. Un ejemplo es Siete Altares, en Livingston, Guatemala. Mientras voy andando, dejando pozas y más pozas de agua cristalina con cascadas, vegetación frondosa y verde muy verde con lianas de Tarzán, y ese sonido de agua cayendo que te transporta a la época que debió ser el Nuevo Mundo antes de que viniésemos a joderlo, pienso en lo absurdo de lo que llamamos civilización. Destrozamos paraísos naturales para construir ciudades donde viva gente que trabaje para pagarse unas vacaciones para tener la oportunidad de visitar paraísos naturales. De locos, ¿no? A veces me avergüenza pertenecer a los humanos, y me imagino en una reunión de especies de la Tierra, sentado entre una hormiga y una tortuga y ambas descojonándose de mí, “¿pero vosotros los seres humanos sois tontos? ¡Estáis jartándoos de trabajar para poder ir un ratito al mismo sitio del que procedíais y en el que podríais vivir perfectamente todo el tiempo si no os lo hubieseis cargado!”

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