Los Simpson. El
autobús escolar que lleva Otto, el conductor guay que todo niño de la edad de
Bart quería tener, pues era el único que siempre les contaba la verdad sin el
clásico “cuando seas mayor lo entenderás”. En ese autobús estoy montado ahora
mismo, pero no recorro las calles de Springfield, ni soy ningún colegial de 9
años. Soy bastante mayor que eso, estoy en Diriamba, y me dirijo a Masaya, y es
en este justo momento cuando he logrado entender el significado de un concepto
que creía tener totalmente aprendido, “autobús”. Quizás haya sido el espíritu
de Otto, que se encuentre por aquí, el que me ha ayudado a descubrir esta
verdad. El autobús es de ese estilo, de los amarillos, de los que en Estados
Unidos consideran que no tiene la calidad suficiente para seguir transportando
a sus hijos, pero que no tienen inconveniente en que se use en calles
centroamericanas. Debe tener más de cuarenta años. El ruido que hace su motor
es estruendoso, la suspensión hace que te claves el hierro del asiento cada vez
que el conductor mete una marcha, si es que tienes la suerte de pillar sitio, y
además tus piernas caben en la separación entre asientos de este autobús
fabricado originalmente para transportar niños de menos de diez años pero que
aquí sirve como autobús de línea para todo tipo de personas. Por eso el
nicaragüense debe de amoldarse a esas dimensiones. Y lo hace estupendamente. A
mí se me da fatal realizar contorsiones, así que decido ir de pie, lo cual me obliga
a poner todos los músculos en tensión para no caerme, ahora giro hacia un lado
bruscamente, ahora hacia otro aún más brusco, intentando contrarrestar la
fuerza centrífuga (¿o era la centrípeta?) producida por los cambios de
dirección, teniendo que hacer demasiados movimientos corporales que sólo
aprecio en mi mismo, el resto de usuarios con los que comparto viaje están
totalmente habituados a ello y prácticamente no se mueven. Por otra parte, creo
tener situada perfectamente la definición de la expresión “autobús lleno” en mi
cabeza europea, sabría delimitar a partir de qué momento ya no cabe nadie más
dentro, pero de repente vengo aquí y se me caen todas las ideas previas de la
física que conocía. El autobús va lleno, y, cuando creo que no puede entrar
nadie más, siempre cabe alguno más. Y cuando ya no cabe alguno más, entran
otros cinco. Y cuando creo que está todo el espacio usado, vuelve a caber otro,
cargado con un saco enorme o unas cuantas gallinas. Y así hasta el infinito. Da
la impresión de que el autobús para cada minuto, dejando o recogiendo a alguien.
Creo que se para allá donde tú le digas al “jefe”, pues es lo que estoy viendo,
pero al llegar mi turno de bajarme y decirle que me deje en la siguiente
esquina, el chofer me contesta “no, no se puede parar en cualquier sitio, te dejaré
en la siguiente parada”. Empiezo a estresarme pues mis criterios occidentales
de transporte no se están cumpliendo, además de las incomodidades sufridas no
puedo planear dónde será el momento y lugar exacto de mi llegada. Así que
decido mirar hacia arriba, suspirando, tratando de pensar en positivo, cuando
de repente me encuentro ese cartel. “Si va de prisa levántese temprano y no
moleste”. Zas en toda la boca. La vida me acaba de enseñar que mi normalidad no
es la normalidad del mundo, y que no tengo que exigir la perfección, el orden y
la puntualidad en todo para que algo salga bien. Desde entonces, no dejo
escapar la oportunidad de viajar siempre, como primera opción, y con el nuevo
concepto aprendido, en los autobuses de Otto, aquel lugar que me bajó de mi
chulería europea, y que se convirtió en uno de los lugares más divertidos y
donde más cosas me ocurren de cada viaje.
Una vez me dijeron que viajaba en el espacio, pero yo sabía que viajé en el tiempo. Observé calles de mi infancia, sin asfaltar, burros, autobuses antiguos, coches de cuando era pequeño, casas de un solo piso, desgastadas, que encerraban mucha historia, no vi televisiones, ni móviles, ni nada que oliese a tecnológico, vi gente con ropas que no estaban a la moda, vi gente descalza. Y se podía estar. A gustito. Y me quedé para siempre en ese mundo más fácil, en ese mundo descalzo.
Me encanta como describes todo porque te transporta perfectamente al sitio donde viajas...ojalá por aquí nos adaptáramos y aprendiéramos mucho mas de allí...
ResponderEliminar¡Muchas gracias!, me alegro que te guste, y sí, creo que debería ser obligatorio aprender del mundo de fuera, y no tanto mirarnos adentro.
ResponderEliminarDe verdad que supera a un Tussam llevándote a la feria??
ResponderEliminarLo supera con creces por dentro, por fuera, por arriba...
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