Erase una vez
una niña que jugaba como todas las de su edad, con sus hermanos a la pelota, o
a descubrir animales que se escondían en la tierra del slum donde vivía, o en cualquiera de los recovecos de los edificios
semiderruidos de Hyderabad por los que solía pedir limosna. A pesar de las
inclemencias que soportaba, era feliz, estaba contenta, pues eso era lo que
había tenido siempre, nunca había vivido en otro lugar, en otro ambiente, bajo
otras circunstancias que no la obligaran a sobrevivir por ella misma. Al fin y al cabo era libre, podía
andar de un sitio a otro, aunque su ilusión de ir al colegio estuviese
cercenada pues sus padres no se lo podían permitir. Soñaba con cosas de otro
mundo, con volar y con un sultán azul, aunque también soñaba con otras del suyo
propio. Solía andar siempre con hambre, intentando obtener unas rupees que le permitiesen comprar aunque
fuera un chupa chups. Cada día veía este cartel y se le hacía la boca agua. No
sabía leer, no sabía lo que el cartel decía, sólo veía una foto de uno con el
papel puesto, y de otro con el papel quitado al que acudían las moscas. Claro,
es que estaba buenísimo y si no le ponían el envoltorio, todo el mundo querría
comérselo. El poder estaba en los hombres, ellos eran los que ponían las
normas, y sabían muy bien cómo hacerlo, cómo moldear conciencias desde
pequeñitas. Ella no sabía que le quedaban pocos meses para dejar de ser una
niña, para convertirse en una mujer, pero tenía perfectamente asumido que
llegaría un momento en que estaría obligada a taparse como lo hacía el chupa
chups, como lo hacían todas las mujeres mayores que conocía y se vestían con hijab o burka, su madre, su tía y su hermana mayor, pues ellas eran dulces
a la mirada de los hombres, y debían defenderse de ellos. Dentro de poco su
cuerpo dejaría de estar expuesto al sol, al viento, a la lluvia, al tacto, a
cualquier caricia indiscreta. Dentro de poco dejaría de ser libre. Dentro de
poco sólo sería una chuche en el mundo de las moscas.
Una vez me dijeron que viajaba en el espacio, pero yo sabía que viajé en el tiempo. Observé calles de mi infancia, sin asfaltar, burros, autobuses antiguos, coches de cuando era pequeño, casas de un solo piso, desgastadas, que encerraban mucha historia, no vi televisiones, ni móviles, ni nada que oliese a tecnológico, vi gente con ropas que no estaban a la moda, vi gente descalza. Y se podía estar. A gustito. Y me quedé para siempre en ese mundo más fácil, en ese mundo descalzo.
Me gusta la Literatura con contenido. Las palabras nunca pueden estar vacías. Esa metáfora dulce está llena de amargor.
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