Mis primeros
recuerdos sobre Sevilla y Cádiz me hacían ver que los habitantes de ambas
ciudades eran totalmente distintos. Después fui conociendo el resto de
provincias andaluzas, y vi entonces que gaditanos y sevillanos nos parecíamos
muchísimo, pero que éramos totalmente distintos al resto de andaluces, no había
ningún punto de unión entre nosotros. Comencé a salir fuera de Andalucía, y
entonces entendí que los andaluces éramos muy parecidos, pero completamente
distintos a madrileños, catalanes o vascos, que tenían otros intereses
diametralmente opuestos. Y entonces salí a otros países de Europa, y me di
cuenta de lo parecidos que somos los españoles, y lo distintos que somos a los
europeos, de ciudades tan limpias, tan ordenadas, tan perfectas. Ahora me
encuentro en Jodhpur, en la India, y aquí, de espectador de todas estas cosas fascinantes que
pasan ante mis ojos, no puedo más que concluir que los europeos somos muy
parecidos entre nosotros, pero completamente distintos a los indios, dos culturas
que no tienen nada que ver la una con la otra y cuya normalidad manifiesta en
cada imagen que se aparece ante mis ojos corresponde con una excepción en
nuestro mundo. Obviamente a estas alturas ya he aprendido que había sido un
necio al pensar eso, pues no debería necesitar irme a otro planeta para hacerme
ver lo parecidos que en realidad somos con los indios, de ser consciente de los
aspectos que compartimos todos los terrícolas, con los cuales lo único que me
separa son el tiempo y el espacio. No debería ser necesario esperar a viajar a
Marte para empezar a tratarnos como lo que somos: nada más que lo mismo en
distintos lugares, en diferentes momentos y con distintas circunstancias. Yo
podría haber sido ellos, ellos podrían haber sido yo.
Una vez me dijeron que viajaba en el espacio, pero yo sabía que viajé en el tiempo. Observé calles de mi infancia, sin asfaltar, burros, autobuses antiguos, coches de cuando era pequeño, casas de un solo piso, desgastadas, que encerraban mucha historia, no vi televisiones, ni móviles, ni nada que oliese a tecnológico, vi gente con ropas que no estaban a la moda, vi gente descalza. Y se podía estar. A gustito. Y me quedé para siempre en ese mundo más fácil, en ese mundo descalzo.
miércoles, 29 de enero de 2014
lunes, 27 de enero de 2014
Tu mirada
Me transmites
algo, un conocimiento ancestral que no puedo descifrar. Me miras con esos ojos
profundos en los que puedo verme a mí mismo, pero por más que trato de
comprender, no sé qué me intentas decir. Tu sonrisa es como un bálsamo
curativo, como una especie de pócima capaz de enfrentarse a cualquier mal
augurio. Hablamos lenguas distintas, tenemos colores opuestos, edades dispares
y sexos contrarios, pero a pesar de eso, estamos a muy poco de entendernos. Tu
mirada provoca que mi cabeza se estruje intentando abrir aquella puerta de mi
cerebro que da entrada a una habitación luminosa, con las ventanas abiertas
dejando pasar el sol, que pone “Lenguaje Universal”. Si, es la forma en la que
todos los humanos podemos comunicarnos sin diferencias, sin tapujos, sin
murallas, sin aduanas, con una simple mirada, con un solo gesto, con la misma
presencia. Y al fin te entiendo, sé lo que me dices, y entonces yo también me
río, te sonrío, y algo especial recorre mi cuerpo, una especie de ilusión por
la llegada, al fin, de la ansiada utopía. Y te respondo de la misma forma, con
la mirada, con nuestros ojos unidos por una vía de comunicación casi
intergaláctica, transmitiéndote la respuesta a la pregunta que me habías hecho:
“si, amiga, otro mundo es posible”.
lunes, 20 de enero de 2014
A veces
A veces veo
claro cuál es el camino que debo seguir, lo tengo pensado en la cabeza, lo he reflexionado
bastante, me gusta, me ilusiona, me apetece recorrerlo, me parece entretenido.
A veces tengo claro que no sé lo que quiero, o que creo saberlo pero que en
verdad estoy equivocado. A veces pienso que todo es demasiado fácil, y que la
gente se complica la vida buscando preocupaciones innecesarias. A veces pienso
que mis preocupaciones sí que lo son, que son reales, de verdad, no como las
del resto. A veces el resto me da una hostia por creerme distinto a ellos, y me
deja en el sitio, tirado bajo la fuerza de la corriente de un río inmenso que
me lleva inevitablemente hacia un camino, hacia el único que parece haber. Yo
me resisto, porque no quiero seguirlo, porque huelo a gato encerrado, pero no
tengo más remedio que subirme a esa corriente, adentrarme hacia aquello que
parece la única alternativa, la opción que te aleja de lo desconocido, del
peligro inminente, que te asegura la comodidad y la vida sosegada. Avanzo unos
pasos, entonces, hacia ese camino de baldosas amarillas del que parece que uno no
se puede salir, y sólo cuando estoy en él, a la mitad del mismo, detecto la
trampa. El cartel está hacia atrás. El verdadero camino se encuentra en sentido
contrario. Lo estamos haciendo mal.
sábado, 11 de enero de 2014
El Paraíso
A veces tengo la
impresión de que hay cosas que he visto y que, cuando vuelvo y trato de
explicarlas, no encuentro las palabras adecuadas que consigan hacer entender a
mi interlocutor cómo era el paisaje. Eso ocurre con algunos maravillosos espacios
naturales en los que he estado, en donde a veces las palabras, e incluso las imágenes,
sobran, como es el caso del Parque Nacional Tayrona, en Colombia. No puedo
decir que estuve en un sitio precioso, porque precioso ya lo hemos utilizado
mucho, ni que era una playa, pues ya tenemos una idea de ella en la cabeza, con
sombrillas, toalla y gente. No puedo decir que detrás tenía la selva, porque ya
la hemos visto por la tele como alojamiento de los indígenas que no se dejaban
conquistar. Pero es que de repente estoy allí, enfrentado a todo eso, un
sendero largo por entre la selva verde y llena de vida ruidosa de insectos, de
sapos, de aves, de monos, un sonido del que sospechas que son olas que vienen y
van, y que acababa evidenciándose en una playa virgen, silenciosa, solitaria,
con un sol que empieza a esconderse para dejar paso al reino de la luna, y me
siento como si estuviese en el Lago Azul, en la Selva Esmeralda, como si fuese
la playa de Perdidos, la banda sonora de la película de la Misión inunda mi cabeza,
me creo que tengo cerca los bosques de Lothlorien, y que a poco que me despiste
se aparecerá Galadriel a darme un poco de pan élfico para continuar mi camino, y
simplemente puedo sentarme a contemplar lo que ven mis ojos, a pensar en la
hermosura de la Tierra, en cómo tuvo que ser cualquier parte del planeta antes
de nuestra llegada, y sobre todo, en poner en una balanza las cosas que me
hacen volver a un lugar asfaltado, enladrillado, contaminado y feo en lugar de
quedarme aquí para siempre, mirando las palmeras, divisando el mar y las olas,
viendo la vida pasar.
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