Me transmites
algo, un conocimiento ancestral que no puedo descifrar. Me miras con esos ojos
profundos en los que puedo verme a mí mismo, pero por más que trato de
comprender, no sé qué me intentas decir. Tu sonrisa es como un bálsamo
curativo, como una especie de pócima capaz de enfrentarse a cualquier mal
augurio. Hablamos lenguas distintas, tenemos colores opuestos, edades dispares
y sexos contrarios, pero a pesar de eso, estamos a muy poco de entendernos. Tu
mirada provoca que mi cabeza se estruje intentando abrir aquella puerta de mi
cerebro que da entrada a una habitación luminosa, con las ventanas abiertas
dejando pasar el sol, que pone “Lenguaje Universal”. Si, es la forma en la que
todos los humanos podemos comunicarnos sin diferencias, sin tapujos, sin
murallas, sin aduanas, con una simple mirada, con un solo gesto, con la misma
presencia. Y al fin te entiendo, sé lo que me dices, y entonces yo también me
río, te sonrío, y algo especial recorre mi cuerpo, una especie de ilusión por
la llegada, al fin, de la ansiada utopía. Y te respondo de la misma forma, con
la mirada, con nuestros ojos unidos por una vía de comunicación casi
intergaláctica, transmitiéndote la respuesta a la pregunta que me habías hecho:
“si, amiga, otro mundo es posible”.
Una vez me dijeron que viajaba en el espacio, pero yo sabía que viajé en el tiempo. Observé calles de mi infancia, sin asfaltar, burros, autobuses antiguos, coches de cuando era pequeño, casas de un solo piso, desgastadas, que encerraban mucha historia, no vi televisiones, ni móviles, ni nada que oliese a tecnológico, vi gente con ropas que no estaban a la moda, vi gente descalza. Y se podía estar. A gustito. Y me quedé para siempre en ese mundo más fácil, en ese mundo descalzo.
Viajar permite no solo descubrir el mundo, sino descubrir a los otros y, por encima de todo, descubrirnos a nosotros mismos. Buena entrada, gran reflexión.
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