Alguien pensó y
dijo hace casi dos mil años que las luchas de gladiadores no eran muy
recomendables para la salud (y supervivencia) de los contrincantes; también
alguno protestó por la injusticia de la esclavitud, por hacer trabajar a
personas bajo el látigo de sol a sol sin remuneración alguna; hubo mujeres que
dijeron que ellas deberían tener los mismo derechos que los hombres, e incluso
hombres que las apoyaron; aparecieron personas que soñaban con que en España no
hubiese guerra; algunas dijeron que era posible que en Europa tampoco las
hubiese; otras muchas imaginaron un mundo en el que además de trabajar se
pudiese tener tiempo para estudiar, para disfrutar del ocio o para estar con la
familia. Hubo uno que dijo un día, por primera vez, que el sábado no se
trabajase. Todas esas personas podrían haber sido tildadas de utópicas y de
demagogas en su tiempo. Pero el paso de ese mismo tiempo corroboró que lo justo
siempre se puede abrir paso ante lo que parece imposible en la actualidad. La
justicia no es imposible. Hagamos reales las utopías actuales.
Una vez me dijeron que viajaba en el espacio, pero yo sabía que viajé en el tiempo. Observé calles de mi infancia, sin asfaltar, burros, autobuses antiguos, coches de cuando era pequeño, casas de un solo piso, desgastadas, que encerraban mucha historia, no vi televisiones, ni móviles, ni nada que oliese a tecnológico, vi gente con ropas que no estaban a la moda, vi gente descalza. Y se podía estar. A gustito. Y me quedé para siempre en ese mundo más fácil, en ese mundo descalzo.
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