Se alcanza un
momento único en el viaje en solitario en el que el tiempo pasa de una forma
diferente, no tal y como estamos acostumbrados, en una sucesión de eventos ordenados
en el que un suceso va detrás de otro. No, en ese momento la vida transcurre
lenta y rápida a la vez, de modo que las experiencias acaban siendo intensas
por mínima que parezcan, y normales por espectaculares que fríamente las
analices. Cuántos recuerdos se pierden en el interior de una cabeza,
cuantos segundos, minutos, horas, días,
meses que pasamos solos sin compartir con nadie vivencias concretas. Y es que a
veces la vida se convierte en sueño, en esa parte de tu vida a la que nada más
que tú tienes acceso. Y hablarás con gente de las que escucharás historias, y
por más que intentes trasladar la tuya te resultará imposible hacerlo tal y
como la viviste ni como te impactó. Y entenderás que sólo la imaginación te
puede ayudar a proporcionar alguna respuesta, como ya lo hizo el replicante al
final de la película Blade Runner: Yo he
visto cosas que vosotros no creeríais: atacar naves en llamas más allá de Orión.
He visto Rayos-C brillar en la oscuridad cerca de la puerta de Tannhäuser.
Todos esos momentos se perderán en el tiempo... como lágrimas en la lluvia. Es
hora de morir.
Me da la impresión de haber visto esas llamas más allá de Orión, y esos rayos- C brillar en la oscuridad en las mismísimas puertas de Tannhäuser, pero a la vez empiezo a entender que me será imposible trasladar nunca cómo eran en realidad. El tiempo nos perderá físicamente, el cuerpo se consumirá y descompondrá en sus partículas más elementales, y pasaremos a formar parte de la Tierra, pero ¿a dónde irán todas las experiencias acumuladas y guardadas a veces tan celosamente en nuestro cerebro?
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