sábado, 24 de junio de 2017

Si supiésemos



Si supiésemos fabricar el producto o realizar la actividad por la que pagamos; si supiésemos lo que cuesta exactamente su fabricación o el servicio que nos han realizado; si supiésemos qué parte de lo que pagamos es lo que cuesta fabricarlo o llevar a cabo el determinado servicio, qué parte va para los materiales, qué parte para el personal laboral y qué parte es margen de beneficio para la empresa; si supiésemos lo que cuesta hacer un determinado producto o servicio y la diferencia con el dinero que nos cuesta comprarlo; si supiésemos las consecuencias por el uso de recursos naturales como materias primas, los vertidos que se producen, la contaminación y residuos generados, la explotación laboral que supone, la violación de derechos humanos a personas lejanas y los demás efectos secundarios que no se ven en un escaparate; si supiésemos todas esas cosas no concebiríamos que el beneficio de un gran empresario pudiera ser ilimitado, pues ello significaría que o no está pagando lo suficiente por arreglar el medio natural del que se surte, o no está dando unas buenas condiciones laborales a sus trabajadores, o no está ofreciendo unos precios justos a sus consumidores.  

El Saber, así con mayúscula, es el único escudo que tenemos para defendernos del beneficio inmenso de las grandes corporaciones que adquieren un poder tan brutal que no se contentan con vender productos o servicios, sino que se empeñan en influir en decisiones políticas generales que no les competen con el ánimo de ganar aún más y seguir ganándolo para siempre, y que se internan en los discursos mediáticos de manera sibilina para presentarse como bondadosos filántropos indispensables para nuestro modelo de desarrollo.

Molestémonos en conocer las consecuencias de tener petróleo como principal fuente de energía, gasolina en nuestros surtidores, camisetas y zapatos en nuestras tiendas; preocupémonos por saber qué había antes en aquel terreno donde ahora se levanta una urbanización, cómo era la playa cuando no había edificios, cómo estaba el cielo y qué cantidad de oxígeno puro había en las grandes capitales antes de que existiese una nube negra de polución debida principalmente a la colonización del coche como vehículo principal de transporte. Informémonos sobre cómo eran esos pueblos lejanos de países del sur cuando no existían nuestras fábricas de producción ni nuestros medios de locomoción y cómo están ahora. Pensemos si todos esos listos que se hicieron y se hacen de oro con esas actividades pagaron lo justo y necesario para que las consecuencias de su actividad no nos afectasen de manera tan inmediata y clara en nuestros derechos, en nuestra justicia, en nuestra naturaleza, en nuestra salud, y en la vida de los que están más lejos y vemos menos. Esa es la razón por la que el beneficio ilimitado, por muy legal que lo hayamos vestido, SIEMPRE entraña un aprovechamiento desmedido del desconocimiento ajeno. Esa es la razón por la que si eres megamillonario, seguramente serás CULPABLE.



2 comentarios:

  1. Y es que este desconocimiento (voluntario muchas veces) no es más que la defensa del neurótico para no tener que enfrentarse a la realidad. Tenemos que hacer que los que nos rodean no se conformen con el bocata de aire que nos ofrecen y que tiene tantos neonombres (y no tan neos): éxito, crecimiento, ciudadano, sistema, proyecto de vida o pimiento morrón.

    Un abrazo

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  2. Totalmente de acuerdo, Victor. Debería estar penado el desconocimiento voluntario. Es como tirar basura al suelo teniendo una papelera al lado. Si se tienen posibilidades y facilidades para estar informado y formado y se elige no estarlo porque no se quiere: condena de un año de prisión bibliotecaria.

    Un abrazo!

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