¿Habrás llegado ya? ¿Lo habrás conseguido? No
debimos dejarte partir, debí haberte intentado convencer, aquí está tu familia,
aquí estamos todos, aunque lo estemos pasando mal, aunque no tengamos esa seguridad
que buscabas en el futuro, pero ¿quién la tiene? Aquí al menos estarías acompañado
por nosotros, por tu familia, nunca te faltaría nada, nunca te faltaría un
plato ¿por qué te tuviste que ir? Ahora,
allí, solo, si consigues llegar a la costa, ¿qué harás? “Tengo la dirección de
Alí, mamá, no te preocupes, él me ayudará los primeros días” me decías, pero
cómo no me voy a preocupar, tan joven como eres, tan lleno de vida, allí no
serás bienvenido, ya te contó tu padre cuando hace veinte años lo intentó y le
echaron para atrás, y volvió con la vergüenza y la indignación debajo del
brazo, si no tienes dinero no serás nadie, serás un clandestino, un
indocumentado, no tendrás acceso a ayuda alguna, y, si consigues trabajo, para
una parte de ese país serás un ladrón, alguien que va a quitarles el trabajo, a
quitarles su dinero. ¿Y si la barca no lo consigue, y si se hunde? Cada día
miro las noticias, los periódicos, todo, esperando no encontrar esa noticia a
la que temo, que cada día no me deja dormir. Por favor, Rahim, ten cuidado, que
Alá te cuide. Que pueda volver a verte pronto, te echo de menos, cada día vengo
aquí, y dirijo la mirada hacia el agua, hacia el mar, hacia eso que tú me
decías que era la libertad, haga el tiempo que haga, sea un día ventoso o no, y miro y no alcanzo a verte, y ruego a Alá que
te proteja, y que me deje abrazarte otra vez, que me deje abrazarte pronto.
Una vez me dijeron que viajaba en el espacio, pero yo sabía que viajé en el tiempo. Observé calles de mi infancia, sin asfaltar, burros, autobuses antiguos, coches de cuando era pequeño, casas de un solo piso, desgastadas, que encerraban mucha historia, no vi televisiones, ni móviles, ni nada que oliese a tecnológico, vi gente con ropas que no estaban a la moda, vi gente descalza. Y se podía estar. A gustito. Y me quedé para siempre en ese mundo más fácil, en ese mundo descalzo.
jueves, 31 de octubre de 2013
martes, 29 de octubre de 2013
Mujeres
Es día de parto
aquí en el Hospital para Mujeres que la Fundación Vicente Ferrer tiene en los
alrededores de Anantapur. Aquí la llegada de un recién nacido suele
considerarse una bendición divina, aunque a veces no siempre sea así. En este mundo aún sigue sucediendo que la venida de una niña sea una carga
inasumible para su familia, y no sea una bendición, sino más bien un castigo
recibido por los dioses por algo malo que habrán hecho. Una hija supone la
obligatoriedad de disponer de una dote en el futuro para que un marido pueda
hacerse cargo de ella, cosa que ahoga a las familias, sobre todo de ambientes
rurales, porque no pueden hacer frente a esos costes. Esta sociedad considera
al hombre teóricamente como mano de obra, y a la mujer simplemente como un gasto.
Eso ha llevado a que cuando se sabía que el descendiente iba a ser hembra, se
tratase de interrumpir el embarazo por todos los medios. Incluso que los
propios padres acabasen con la vida de la niña una vez nacida. Así, me sorprendo al comprobar que los médicos en
esta parte del mundo tienen la obligatoriedad de guardar el secreto del sexo
del churumbel a los padres, con riesgo incluso de ser expulsados de la profesión,
para evitar que la India se convierta en territorio exclusivo de hombres. Y es
que no se comprende que precisamente en esta parte del mundo, en el que el
papel de la mujer es tan indispensable pues llevan el peso de todo, sean
precisamente consideradas por los hombres como una carga, cuando realmente
ellas llevan su carga sola, admirablemente, cuidando de sus hijos, haciendo la
comida, trabajando en el campo, asumiendo el marido que arbitraria y en la
mayoría de casos injustamente por indeseado le impongan. El hombre ha creado un mundo a su imagen y
semejanza, un mundo violento y desconfiado, de competición, que siempre le
favorece única y exclusivamente a él, y viendo la imagen que tengo delante me invade
el ansia de que al fin dejemos las riendas a ellas, las veo lavar a sus hijos,
nietos o sobrinos con esa atención, con esa delicadeza, e imagino que ellas si,
ellas puedan crear un mundo más justo, más atento con el débil, más preocupado
por los demás. Y pienso en las que ahora tienen un grado de responsabilidad en
los gobiernos, y me entristezco porque en su mayoría no son más que mujeres
hechas de material de hombre, porque no tienen otra posibilidad de ascender que
no sea si se comportan como hombre. Y me asaltan las ganas de pegar empujones
hacia todos aquellos que han organizado el cotarro así, venga, vete de ahí,
venga, levántate de ese asiento viejo casposo, vete de aquí ya joven engominado,
levántate y corre, lameculos, dejad paso a otra forma de entender la vida. Dejad
paso a gente que trate dignamente a las personas. Dejad paso a vuestras mujeres.
viernes, 25 de octubre de 2013
La Frontera
-
Qué buena tarde se ha quedado, ¿no, Eugenio?
-
Si, muy buena – dijo, levantando la mirada al
Lago Petén, y volviendo a dirigirla a su libro.
-
No has ido a jugar el partido de futbol hoy, ¿no?
-
No, no me apetecía, Robert.
Dejó pasar unos
segundos, admirando el paisaje, escuchando el lago silencioso que tenía
enfrente, un silencio tan profundo que podía oírse. Empezaban a sonar los
sapos, que, pocos minutos más tarde, cuando anocheciera del todo, comenzarían
su concierto de cada día.
-
No te preocupes, Eugenio, seguro que lo
consigue. El año pasado lo intentaron dos amigos míos, y lograron llegar allí.
-
Sí, claro. Igual que Ernesto, ¿no? Quedó sin
fuerzas después de meses cruzando México, nadie le ayudó cuando no pudo más, y ahora
supongo que estará descansando su vida en el desierto de Sonora, comido por los
bichos, solo y sin nadie que se ocupe de su cadáver –dijo del tirón, como
soltando algo que le carcomía - Robert, no quiero que mi hermana pase por eso –
le dijo, fijando sus ojos brillantes en el.
-
No podías hacer nada, ha sido su elección,
Eugenio. Aquí no podía continuar, no quería, ella me lo dijo, no tenía novio,
no tenía trabajo, tenía dos hijos a los que no podía mantener. Pensaba que su
única opción era cruzar a Estados Unidos. Algunos lo consiguen, piensa eso,
algunos lo logran.
-
¿Por qué somos nosotros los que tenemos que
irnos allí, Robert? Mira a tu alrededor, aquí en El Remate, teóricamente
tenemos de todo, este pedazo de lago, la selva a dos pasos, un clima
espectacular, ¿por qué tenemos que emigrar hacia otros países, si yo quiero
estar aquí? Aquí está nuestra familia, nuestra casa, nuestra tierra…
-
Uff, pues no se –dijo, mirando al horizonte – o realmente
sí que lo sé. Aquí tenemos los recursos, pero ¿sabes de qué país es la empresa
que gestiona el suministro eléctrico, y que nos deja día sí y día también sin
luz? ¿sabes de qué país es la empresa que viene a cortar los árboles de
nuestros bosques? ¿sabes de dónde es la principal empresa extractora de petróleo
de aquí? ¿sabes de qué país es la empresa que explota nuestras minas? En esos y
en muchos más casos, en ninguno de ellos es guatemalteca. Estamos vendidos,
Eugenio, por eso tenemos que ir al comprador a pedirle limosna.
Eugenio quedó en silencio, como resignado, como dándole la razón, y sin
poder rebatir lo que decía. Levantó la cabeza de nuevo para dirigir la vista al
lago. Robert echó un vistazo a Eugenio, intentando adivinar qué libro estaba
leyendo.
-
¿Qué lees? – le preguntó, interesado, al no
poder adivinar qué era lo que leía.
-
Los Derechos Humanos – dijo, volviendo a bajar la
vista al libro.
miércoles, 23 de octubre de 2013
Por las calles de Bamako (suena una sirena...)
Bamako es como
un pueblo enorme, sin fin, extendido en una gran superficie. No hay muchos edificios grandes, sólo alguna
avenida por la que pasan miles de coches en un mar caótico propio de las
capitales de países como este. Apenas hay calles asfaltadas, la gran mayoría
son de albero, o de tierra rojiza, la tierra de África, con casas a sus lados
ya sean de adobe, de madera, de piedra o de ladrillo, pero todas bajas, de no
más de un piso. La mayoría de calles están repletas de gente que hacen su vida
allí, yendo de un lado a otro con su andar parsimonioso, tranquilo, sosegado,
sin mover ninguna parte del cuerpo que no sea realmente necesaria. Están llenas
de niños, que corren, gritan, nos dan la bienvenida o se meten con nosotros,
“tubabu!” (blancos) nos dicen, por allá donde vamos. Al ser la cuna de la música maliense, de la
que salieron gente como Ali Farka Touré, el blanquito Salif Keita, los
cieguitos Amadou y Marian, o Habib Koité, o la más reciente Rokia Traoré, el
sonido y el ritmo están tan metidos en su ADN que en cualquier calle hay
montado un pifostio con música, en la que la cara te cambia, se te dibuja una
sonrisa sin darte cuenta, y te quedas completamente embobado admirando el improvisado espectáculo. Un montón de
niños cantando a coro, o algunas mujeres bailando con una coordinación
increíble que nosotros nunca llegaremos a alcanzar, bailando con todo el cuerpo
a la vez, y no con las partes del mismo, como hacemos nosotros. Todo en un
cuadro como de dibujos animados, resultado de la conjunción de colores que
llevan encima. Y es que en cada rincón estás viendo arte. En cada rincón estás
viendo vida. Y acabas preguntándote ¿qué pasará cuando llegue la Wii? ¿Se
vaciarán las calles entonces? Y te miras en tu interior, en tu ciencia y tu
conciencia, y pides porque la tecnología no llegue nunca, pides porque
divertirse continúe siendo tan fácil, pides porque sólo sea necesario estar
mucha gente junta para poder hablar, reír y bailar.
lunes, 21 de octubre de 2013
La ducha
Llega la noche a
Calcuta, y unos cuantos conductores de rickshaws deciden poner fin a un duro
día de trabajo transportando a gente y mercancías, corriendo de un lado a otro,
bajo la lluvia, bajo el sol, bajo la noche, descalzos, tirando de sus carros
como si de mulas se tratasen. El calor es asfixiante, la humedad siempre es
máxima, el sudor empapa cuerpos y ropas, telas y vestidos, saris y pañuelos.
Antes de ir a pasar la noche en su casa, es decir, en el propio rickshaw en el
que dormirán, deciden limpiarse del día, quitarse impurezas procedentes de una
jornada interminable esquivando, autobuses, taxis, burros y personas. Para ello
hacen lo de siempre, llegan a la estación de tren, cruzan las vías, sortean por
el camino a los numerosos perros y cuervos, a alguna vaca, a la basura y
excrementos depositados en estas y, en una de ellas, detectan una tubería por
donde se escapa el agua. Este es el lugar. Se lavarán relajadamente mientras
conversan sobre las anécdotas que le ha deparado el día. La ducha perfecta. Mañana
será otro día. Probablemente el mismo.
viernes, 18 de octubre de 2013
La Perfección
Está
amaneciendo, nublado, lluvioso, pero una lluvia fina, pequeña, que moja el
suelo pero no lo empapa. El ambiente parece azulado blancuzco, o blanco azulado,
a medida que va apareciendo la luz. Espero una cola pequeña. A esta primera
hora de la mañana aún no han abierto, aún no hay mucha gente, no tanta como la
que habrá dentro de unos pocos minutos. Estoy nervioso, voy a ver un lugar,
según dicen por ahí, único, una maravilla del mundo, hecha por el hombre, por
muchos hombres, a las órdenes del emperador mogol Shah Jahan en honor a su
esposa favorita, Arjumand Bano Begum, más conocida como Mumtaz Mahal, que murió
en el parto de su decimocuarta hija. Según cuenta la leyenda, una vez terminada
la obra, el emperador ordenó cortar las manos del arquitecto principal, para
que no se le ocurriera construir algo parecido en ningún otro lugar, así como
de los principales obreros. Llega mi turno, paso por un pasillo, acabo en una
especie de arquito, miro hacia abajo para no tropezar con los escalones que
tengo delante hasta llegar arriba, paso una especie de sala oscura y de repente, subo la cabeza de
nuevo y ahí está, al fondo, el Taj Mahal. No
respiro. No puedo, aunque tengo la boca abierta. Veo mucho, demasiado, pero no
puedo cerrar los ojos. Maravilloso. Tras unos minutos en los que no sé qué
decir, por fin comienzo a respirar, empiezo a parpadear, y me pongo a pensar en
los que construyeron esto. Supongo que en esa época no había muchas medidas de seguridad para los
albañiles, supongo que además de a los que les cortaron las manos, muchos
murieron o se lesionaron para siempre algún miembro trabajando en esto.
Desgraciadamente nunca pudieron llegar a ser conscientes de la maravilla que
acababan de terminar. O quizá sí, quizás se sumaron al ciclo de las
reencarnaciones y hoy han pisado de nuevo este mausoleo perfecto, junto
conmigo, esta construcción magnífica, que atrapa, que atrae, de la que no
puedes apartar tu mirada, como si fuese aquello
más bello que conozcas. No podrás
irte, ni desviar la vista hacia ningún otro sitio. Querrás verla, acercarte,
bordearla, tocarla para comprobar que es real, admirarla desde este punto de
aquí, desde el de más allá, verla con lluvia, con nubes, con sol, de noche. Querrás
verla solo, o acompañado. Querrás verla, simplemente. Querrás verla siempre. Pero
el día terminará, cerrarán las puertas, y tú tendrás que volver al mundo feo,
tendrás que dejar ese lugar, sabiendo que has tenido la oportunidad de habitar
la perfección, al menos durante un día, y que esa perfección, por una vez, al
fin, la construyó el propio hombre con sus manos.
miércoles, 16 de octubre de 2013
El Abuelo
Hoy Rosalinda está
ilusionada, tiene una cita. Tiene unos quince años y ha quedado para ver un
partido de beisbol con su nuevo novio, Edgar. Pero tiene un problema, ¿con
quién dejará a su hija? Hace dos años se quedó embarazada de otro novio que
tuvo, y que la dejó tirada. Ahora recupera la ilusión con Edgar, y queda con él
en el descampado de enfrente de su casa, donde tiene lugar el partido. Tras la
experiencia fallida con su viejo amor, volvió a casa de sus padres, donde
duermen hasta once personas en una casa de madera de menos de 40 metros
cuadrados, así que se da cuenta que no hay problema, que puede pedirle a su
abuelo que se ocupe de la niña durante el día de hoy. Y el abuelo queda
encantado. Nunca necesitará una niñera, pues
él se sentará en su silla de plástico, se echará a su nieta encima, y se
quedará la tarde en la puerta de su casa, hablando con su vecino de toda la
vida, viendo el partido de beisbol desde la distancia, maravillándose de la
juventud que tiene enfrente, recordando cómo han cambiado las cosas, recordando
aquellos momentos en los que, treinta años atrás, ambos pensaron que no habría
futuro, que la Contra lograría hacerse con el control de Nicaragua, que de
nuevo gobernarían los secuaces de Somoza y ellos serían ejecutados sin juicio. Y
es que ayer no creyó que hubiera mañana. Hoy, lo tiene en su regazo. Así que se
quita la camiseta, se descalza los pies, y simplemente disfruta del tiempo, de
la compañía, y del futuro que lograron.
lunes, 14 de octubre de 2013
Rihad
Deja de
disimular con la cámara, chaval. Estoy notando que intentas hacerme una foto
desde hace un rato, haciendo como que fotografías el fondo, aunque realmente a
quién quieres fotografiar es a mí, aquí, en mi terreno, en Mulay Idris, esta
ciudad sagrada marroquí, justo en este día en el que he completado mi quinta
visita al Mausoleo que me libera de ir hasta la Meca. Te voy a enseñar algo,
hijo, mírame bien, enfócame bien, yo, Rihad, me levanto temprano para trabajar,
como haces tú; como y bebo como tú; voy al mercado a comprar, como harás tu; me
río y disfruto con familiares y amigos, como seguramente haces tú; lloro y me
enfado por las mismas cosas que tu, cuando estoy triste o cuando alguien me
decepciona; me gano la vida como puedo, supongo que como tu; entonces, ¿por qué
estamos separados si hacemos lo mismo? ¿Por qué, si la vida consiste en las
mismas cosas? ¿Por qué nuestros mundos están enfrentados? ¿Simplemente porque
al que nosotros adoramos se llama Alá y al que vosotros adoráis se llama Dios?
Pues te voy a decir un secreto, Alá significa Dios. Así que, ¿y si es lo mismo
lo que adoramos? ¿Podemos dejar de dispararnos? Venga, hazme la foto, que yo
posaré para ti lleno de orgullo, contento aunque tenga esta expresión seria, dura, que la vida me ha
obligado a adoptar. Años de trabajo en el campo, despertándome muy temprano,
acostándome muy tarde, dando de comer a tantos hijos, manteniendo mis cinco
oraciones diarias, cumpliendo el Ramadán que hoy finaliza. Estoy en equilibrio
con el mundo, con mi mundo y con el vuestro. Hazme la foto ya, y sellemos la
paz entre nuestras civilizaciones.
jueves, 10 de octubre de 2013
La presidenta
Pongo el pie en
tierra, tras bajar de una “pinaza”, como llaman aquí a estas barquitas pequeñas,
y nada más hacerlo, una cantidad ingente de niños se nos acerca. Vienen a
saludarnos, “bonjour!” gritan desde lo lejos, “bonjour!” como si les fuese la
vida en ello, “cadeaux, cadeaux”, quieren que le demos un regalo. El paisaje es
incomparable, el río Níger lo dejo atrás, silencioso, sin grandes corrientes, pensativo,
expectante. Delante de mí tengo el horizonte infinito, precedido por este
pueblito, Segoukoro. Me siento una persona famosa, un actor de Hollywood, un
deportista de élite, que atrae a las masas, solo que con el único mérito de haber
nacido blanco, de ser un viajero en Malí,
alguien que viene de fuera, que es a donde precisamente muchos adultos de este
poblado anhelan llegar. Piso calles de tierra, veo casas de adobe, mujeres
bellísimas vestidas con telas de colores imposibles que les quedan perfectas,
niños con caras de alegría e ilusión, con caras de preguntarse ¿Quién es este
tipo que no tiene la piel como yo? ¿Por qué ha venido hasta aquí? Miro a un
lado y me entra rabia, ¿por qué yo puedo venir aquí con total facilidad, y
ellos no pueden venir a España? ¿Qué diferencia hay entre nosotros? ¿Por qué
esta niña no para de mirarme? ¿Por qué su imagen ha quedado grabada en mi
cabeza para siempre? ¿Por qué el mundo no lo dominan los niños? ¿Por qué esta
niña no es la presidenta? ¿Por qué?
martes, 8 de octubre de 2013
Ser o no ser
Una vez creí ser Aragorn, hijo de
Arathorn, cuando en realidad era Sancho, compañero de un hidalgo soñador de
triste figura. Andando por los campos de Castilla, miré mis manos, miré mis
pies, y me di cuenta de que no andaba, empezaba a volar, me alargaba y me
transformaba en algo blanco, una especie de muñeco de peluche alargado,
achuchable, y sabía que mi nombre era Fujur. Así que empecé a subir, empecé a
elevarme, empecé a mirar hacia abajo y a verlo todo cada vez más pequeño, subí
las diferentes capas de la Tierra, hasta llegar a un punto en que me empecé a
acojonar, el vuelo cada vez era más lento, perdía mis capacidades motoras, me
miré hacia abajo, y a lo que antes era un cuerpo blanco, alargado, un peluche
gigante volador, le empezaba a salir manos y piernas, y una gran panza. Oh dios
mío, no era ya un ser fantástico volador, sino un caradura indomable, me sabía
de nuevo hasta mi nombre, era Ignatius J. Reilly, y empezaba a caer en
picado, mientras me preguntaba qué
demonios estaba haciendo en esas alturas si justamente a esa hora (eran sobre
las ocho de la tarde) debería estar despertándome de la siesta, después de un
duro día de descanso. Caía y caía, oteaba el fin de mis días, pasaban las capas
de la Tierra, me iba haciendo a la idea de que iba a tener un final infeliz,
cuando lo que se iba apareciendo ante
mis ojos era un campo en llamas,
varios carros de combate frente a frente, antes de llegar al suelo alguien me
tira una espada, me miro de nuevo las manos y los pies y soy un hombre
atlético, capaz de amortiguar el golpe con el suelo. Si, soy Alatriste, estoy
en los tercios de Flandes, esto es una batalla, ¿pero qué hago aquí? Esquivo a
uno que quiere clavarme su afilado cuchillo por la espalda, me giro y resulta
que soy un experto espadachín, me dirijo a ensartarle mi espada en su estómago,
y cuando estoy a un milímetro de su cuerpo mi espada ya no es una espada, es
una pluma, mi oponente no es un hombre,
es un folio en blanco, el escenario no es ningún campo de batalla, es un
despacho, una mesa, una luz tenue, una ventana al fondo. Y resulta que no soy
Alatriste, mi aspecto es totalmente de Paul Auster. Y al final, escribo sobre
mí.
sábado, 5 de octubre de 2013
Nelson y Emelys
-
Hola, ¿y tú cómo te llamas?
-
Yo me llamo Emelys, ¿y vos?
-
Yo soy Nelson, ¿qué hace una chica como tú en un
bordillo como este?
-
Pues aquí, viendo a la gente pasar. ¿No has
visto a esos blanquitos que han andado por aquí? Tenían unos aparatos extraños
con los que me apuntaban, y salía una luz de ellos.
-
¡Anda, Emelys! ¿No sabes lo que es eso? ¡Son
cámaras de fotos! Te apuntan a ti y luego pueden verte a ti, o al pueblito,
cuando lleguen a su casa.
-
¿Y para qué querrían verme a mí cuando lleguen a
su casa, o para qué querrían ver Ometepe?
-
Emelys, tienes que aprender más de la vida, no
puedes estar todo el día aquí, mirando a la gente pasar, y no preguntarte
cosas. Esta gente son pobres. Al parecer, allí de donde vienen no tienen la
naturaleza que tenemos aquí, se la han comido con asfalto y tampoco tienen tiempo, se lo han robado en
sus trabajos, y tienen que ir siempre corriendo de un lado a otro. Envidian
nuestra tranquilidad, nuestro paso lento y la posibilidad de tener aire puro y paisajes inolvidables. Intentan
con esas fotos robarnos todas esas cosas, pero no comprenden que por mucho que
nos apunten, por mucho que se lleven en esos aparatos imágenes nuestras y de
los lugares donde estuvieron, nunca podrán llevárselas realmente, y llegarán a
sus lugares de orígenes y volverán a tener paisajes de metal, y volverán a
correr de un lado a otro, y volverán a no tener tiempo ni de sentarse en un
bordillo, como estamos haciendo tu y yo, y, simplemente, ver la vida pasar.
-
Ah. Oh, Nelson, pobrecitos, ¿no?
viernes, 4 de octubre de 2013
Mi primera entrada, chispas.
Esto es una prueba. Si usted está leyendo esto, no le haga mucho caso. Hágale el mismo caso que le haría a esa conversación en la que sueles mover la cabeza afirmativamente, con expresión de auténtico interés, cuando en realidad tu y yo sabemos que lo que te están contando te importa una puta mierda.
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