Una vez creí ser Aragorn, hijo de
Arathorn, cuando en realidad era Sancho, compañero de un hidalgo soñador de
triste figura. Andando por los campos de Castilla, miré mis manos, miré mis
pies, y me di cuenta de que no andaba, empezaba a volar, me alargaba y me
transformaba en algo blanco, una especie de muñeco de peluche alargado,
achuchable, y sabía que mi nombre era Fujur. Así que empecé a subir, empecé a
elevarme, empecé a mirar hacia abajo y a verlo todo cada vez más pequeño, subí
las diferentes capas de la Tierra, hasta llegar a un punto en que me empecé a
acojonar, el vuelo cada vez era más lento, perdía mis capacidades motoras, me
miré hacia abajo, y a lo que antes era un cuerpo blanco, alargado, un peluche
gigante volador, le empezaba a salir manos y piernas, y una gran panza. Oh dios
mío, no era ya un ser fantástico volador, sino un caradura indomable, me sabía
de nuevo hasta mi nombre, era Ignatius J. Reilly, y empezaba a caer en
picado, mientras me preguntaba qué
demonios estaba haciendo en esas alturas si justamente a esa hora (eran sobre
las ocho de la tarde) debería estar despertándome de la siesta, después de un
duro día de descanso. Caía y caía, oteaba el fin de mis días, pasaban las capas
de la Tierra, me iba haciendo a la idea de que iba a tener un final infeliz,
cuando lo que se iba apareciendo ante
mis ojos era un campo en llamas,
varios carros de combate frente a frente, antes de llegar al suelo alguien me
tira una espada, me miro de nuevo las manos y los pies y soy un hombre
atlético, capaz de amortiguar el golpe con el suelo. Si, soy Alatriste, estoy
en los tercios de Flandes, esto es una batalla, ¿pero qué hago aquí? Esquivo a
uno que quiere clavarme su afilado cuchillo por la espalda, me giro y resulta
que soy un experto espadachín, me dirijo a ensartarle mi espada en su estómago,
y cuando estoy a un milímetro de su cuerpo mi espada ya no es una espada, es
una pluma, mi oponente no es un hombre,
es un folio en blanco, el escenario no es ningún campo de batalla, es un
despacho, una mesa, una luz tenue, una ventana al fondo. Y resulta que no soy
Alatriste, mi aspecto es totalmente de Paul Auster. Y al final, escribo sobre
mí.
Una vez me dijeron que viajaba en el espacio, pero yo sabía que viajé en el tiempo. Observé calles de mi infancia, sin asfaltar, burros, autobuses antiguos, coches de cuando era pequeño, casas de un solo piso, desgastadas, que encerraban mucha historia, no vi televisiones, ni móviles, ni nada que oliese a tecnológico, vi gente con ropas que no estaban a la moda, vi gente descalza. Y se podía estar. A gustito. Y me quedé para siempre en ese mundo más fácil, en ese mundo descalzo.
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