Bamako es como
un pueblo enorme, sin fin, extendido en una gran superficie. No hay muchos edificios grandes, sólo alguna
avenida por la que pasan miles de coches en un mar caótico propio de las
capitales de países como este. Apenas hay calles asfaltadas, la gran mayoría
son de albero, o de tierra rojiza, la tierra de África, con casas a sus lados
ya sean de adobe, de madera, de piedra o de ladrillo, pero todas bajas, de no
más de un piso. La mayoría de calles están repletas de gente que hacen su vida
allí, yendo de un lado a otro con su andar parsimonioso, tranquilo, sosegado,
sin mover ninguna parte del cuerpo que no sea realmente necesaria. Están llenas
de niños, que corren, gritan, nos dan la bienvenida o se meten con nosotros,
“tubabu!” (blancos) nos dicen, por allá donde vamos. Al ser la cuna de la música maliense, de la
que salieron gente como Ali Farka Touré, el blanquito Salif Keita, los
cieguitos Amadou y Marian, o Habib Koité, o la más reciente Rokia Traoré, el
sonido y el ritmo están tan metidos en su ADN que en cualquier calle hay
montado un pifostio con música, en la que la cara te cambia, se te dibuja una
sonrisa sin darte cuenta, y te quedas completamente embobado admirando el improvisado espectáculo. Un montón de
niños cantando a coro, o algunas mujeres bailando con una coordinación
increíble que nosotros nunca llegaremos a alcanzar, bailando con todo el cuerpo
a la vez, y no con las partes del mismo, como hacemos nosotros. Todo en un
cuadro como de dibujos animados, resultado de la conjunción de colores que
llevan encima. Y es que en cada rincón estás viendo arte. En cada rincón estás
viendo vida. Y acabas preguntándote ¿qué pasará cuando llegue la Wii? ¿Se
vaciarán las calles entonces? Y te miras en tu interior, en tu ciencia y tu
conciencia, y pides porque la tecnología no llegue nunca, pides porque
divertirse continúe siendo tan fácil, pides porque sólo sea necesario estar
mucha gente junta para poder hablar, reír y bailar.
Una vez me dijeron que viajaba en el espacio, pero yo sabía que viajé en el tiempo. Observé calles de mi infancia, sin asfaltar, burros, autobuses antiguos, coches de cuando era pequeño, casas de un solo piso, desgastadas, que encerraban mucha historia, no vi televisiones, ni móviles, ni nada que oliese a tecnológico, vi gente con ropas que no estaban a la moda, vi gente descalza. Y se podía estar. A gustito. Y me quedé para siempre en ese mundo más fácil, en ese mundo descalzo.
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Admiro la capacidad que tienes para escribir. Me encanta cómo cuentas las cosas!!!
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