viernes, 18 de octubre de 2013

La Perfección


Está amaneciendo, nublado, lluvioso, pero una lluvia fina, pequeña, que moja el suelo pero no lo empapa. El ambiente parece azulado blancuzco, o blanco azulado, a medida que va apareciendo la luz. Espero una cola pequeña. A esta primera hora de la mañana aún no han abierto, aún no hay mucha gente, no tanta como la que habrá dentro de unos pocos minutos. Estoy nervioso, voy a ver un lugar, según dicen por ahí, único, una maravilla del mundo, hecha por el hombre, por muchos hombres, a las órdenes del emperador mogol Shah Jahan en honor a su esposa favorita, Arjumand Bano Begum, más conocida como Mumtaz Mahal, que murió en el parto de su decimocuarta hija. Según cuenta la leyenda, una vez terminada la obra, el emperador ordenó cortar las manos del arquitecto principal, para que no se le ocurriera construir algo parecido en ningún otro lugar, así como de los principales obreros. Llega mi turno, paso por un pasillo, acabo en una especie de arquito, miro hacia abajo para no tropezar con los escalones que tengo delante hasta llegar arriba, paso una especie de  sala oscura y de repente, subo la cabeza de nuevo y ahí está,  al fondo, el Taj Mahal. No respiro. No puedo, aunque tengo la boca abierta. Veo mucho, demasiado, pero no puedo cerrar los ojos. Maravilloso. Tras unos minutos en los que no sé qué decir, por fin comienzo a respirar, empiezo a parpadear, y me pongo a pensar en los que construyeron esto. Supongo que en esa época no había  muchas medidas de seguridad para los albañiles, supongo que además de a los que les cortaron las manos, muchos murieron o se lesionaron para siempre algún miembro trabajando en esto. Desgraciadamente nunca pudieron llegar a ser conscientes de la maravilla que acababan de terminar. O quizá sí, quizás se sumaron al ciclo de las reencarnaciones y hoy han pisado de nuevo este mausoleo perfecto, junto conmigo, esta construcción magnífica, que atrapa, que atrae, de la que no puedes apartar tu mirada, como si fuese aquello  más bello que conozcas.  No podrás irte, ni desviar la vista hacia ningún otro sitio. Querrás verla, acercarte, bordearla, tocarla para comprobar que es real, admirarla desde este punto de aquí, desde el de más allá, verla con lluvia, con nubes, con sol, de noche. Querrás verla solo, o acompañado. Querrás verla, simplemente. Querrás verla siempre. Pero el día terminará, cerrarán las puertas, y tú tendrás que volver al mundo feo, tendrás que dejar ese lugar, sabiendo que has tenido la oportunidad de habitar la perfección, al menos durante un día, y que esa perfección, por una vez, al fin, la construyó el propio hombre con sus manos.

 
 

5 comentarios:

  1. Preciosa descripción.

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  2. Joe surmano!!!!! Si hubiera querido describir cómo fue ese momento, habría intentado hacer algo como esto, pero tú lo has clavado!!!!! Me identifico totarmente... qué maravilla!!!!!

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  3. Parece que he estado allí...Sigue contándonos!!

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