Está
amaneciendo, nublado, lluvioso, pero una lluvia fina, pequeña, que moja el
suelo pero no lo empapa. El ambiente parece azulado blancuzco, o blanco azulado,
a medida que va apareciendo la luz. Espero una cola pequeña. A esta primera
hora de la mañana aún no han abierto, aún no hay mucha gente, no tanta como la
que habrá dentro de unos pocos minutos. Estoy nervioso, voy a ver un lugar,
según dicen por ahí, único, una maravilla del mundo, hecha por el hombre, por
muchos hombres, a las órdenes del emperador mogol Shah Jahan en honor a su
esposa favorita, Arjumand Bano Begum, más conocida como Mumtaz Mahal, que murió
en el parto de su decimocuarta hija. Según cuenta la leyenda, una vez terminada
la obra, el emperador ordenó cortar las manos del arquitecto principal, para
que no se le ocurriera construir algo parecido en ningún otro lugar, así como
de los principales obreros. Llega mi turno, paso por un pasillo, acabo en una
especie de arquito, miro hacia abajo para no tropezar con los escalones que
tengo delante hasta llegar arriba, paso una especie de sala oscura y de repente, subo la cabeza de
nuevo y ahí está, al fondo, el Taj Mahal. No
respiro. No puedo, aunque tengo la boca abierta. Veo mucho, demasiado, pero no
puedo cerrar los ojos. Maravilloso. Tras unos minutos en los que no sé qué
decir, por fin comienzo a respirar, empiezo a parpadear, y me pongo a pensar en
los que construyeron esto. Supongo que en esa época no había muchas medidas de seguridad para los
albañiles, supongo que además de a los que les cortaron las manos, muchos
murieron o se lesionaron para siempre algún miembro trabajando en esto.
Desgraciadamente nunca pudieron llegar a ser conscientes de la maravilla que
acababan de terminar. O quizá sí, quizás se sumaron al ciclo de las
reencarnaciones y hoy han pisado de nuevo este mausoleo perfecto, junto
conmigo, esta construcción magnífica, que atrapa, que atrae, de la que no
puedes apartar tu mirada, como si fuese aquello
más bello que conozcas. No podrás
irte, ni desviar la vista hacia ningún otro sitio. Querrás verla, acercarte,
bordearla, tocarla para comprobar que es real, admirarla desde este punto de
aquí, desde el de más allá, verla con lluvia, con nubes, con sol, de noche. Querrás
verla solo, o acompañado. Querrás verla, simplemente. Querrás verla siempre. Pero
el día terminará, cerrarán las puertas, y tú tendrás que volver al mundo feo,
tendrás que dejar ese lugar, sabiendo que has tenido la oportunidad de habitar
la perfección, al menos durante un día, y que esa perfección, por una vez, al
fin, la construyó el propio hombre con sus manos.
Una vez me dijeron que viajaba en el espacio, pero yo sabía que viajé en el tiempo. Observé calles de mi infancia, sin asfaltar, burros, autobuses antiguos, coches de cuando era pequeño, casas de un solo piso, desgastadas, que encerraban mucha historia, no vi televisiones, ni móviles, ni nada que oliese a tecnológico, vi gente con ropas que no estaban a la moda, vi gente descalza. Y se podía estar. A gustito. Y me quedé para siempre en ese mundo más fácil, en ese mundo descalzo.
Preciosa descripción.
ResponderEliminar;) Gracias!
ResponderEliminarJoe surmano!!!!! Si hubiera querido describir cómo fue ese momento, habría intentado hacer algo como esto, pero tú lo has clavado!!!!! Me identifico totarmente... qué maravilla!!!!!
ResponderEliminarGracias ;) !
ResponderEliminarParece que he estado allí...Sigue contándonos!!
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