Estuve en Cuba
un mes, hace tres años, viajando por todo el país por mi cuenta, de forma
mochilera, como siempre hago, con la dificultad que tiene Cuba para eso pues no
tiene hostales o albergues y hay que quedarse en habitaciones que alquila la
gente en sus casas, lo cual por otra parte está muy bien pues así tienes
oportunidad de conocer a más cubanos y cubanas.
También he
estado otros tantos meses en todos los países de Centroamérica comprendidos
entre Venezuela y México, en varios de ellos varios meses, como Nicaragua y
Guatemala. Y varios meses en países asiáticos (tres en India, uno en Camboya,
otro en Filipinas, otro en Myanmar y Tailandia, medio mes en Turquía) y en
otros países africanos (uno en Marruecos, otro en Malí y Senegal, medio mes en
Mozambique y Sudáfrica). Y en muchos europeos, claro, pero eso ya es otro rollo
totalmente distinto y que no tiene nada que ver con el tema. O sí.
Esto no da para
ser un experto en Cuba, por supuesto, pero la experiencia de haber estado en
muchos lugares distintos del mundo sí que me da algo de idea a la hora de
comparar países. Así, cuando surge el tema trato algunas veces de explicar a
mis conocidos qué pienso de Cuba y me centro, para ello, en buscar las
diferencias entre este país y el resto de los de su entorno que conozco, y me
fijo en los aspectos más llamativos para un viajero solitario y que viaja con
bajo presupuesto y con mucho contacto con lo “oriundo” y que suelen ser más
comunes y/o visibles, como son los relativos a la seguridad, a las drogas y el
alcohol, a la pobreza y/o miseria y a la prostitución.
En prácticamente
todas las capitales de los países centroamericanos y sudamericanos que he
estado la sensación de inseguridad es muy alta. Tiendas vigiladas por
vigilantes armados con metralletas que ciertamente impacta a los inocentes
europeos que pisamos esas calles. Rejas grandes en todas las ventanas y
comercios. Miradas sospechosas que en función de la hora del día te generan
cierta incomodidad. Brutales problemas de alcoholismo principalmente de hombres
y su delincuencia (y machismo) asociada. Diferencias enormes de sensación de
seguridad cuando andas solo por sus calles una vez que cae la noche, en los que
en cualquier momento al torcer una calle algo más oscura de la cuenta
cualquiera podría aparecer y robarte e incluso matarte por un simple cigarro.
Decenas de momentos parecidos a esos sentí e historias similares escuché en
Ciudad de Panamá, El Salvador, Tegucigalpa, Managua o San José de Costa Rica,
por poner algunos ejemplos. E igual o más ocurre en muchas capitales de países
asiáticos, como Bangkok o Manila o
Mumbai, o en otras grandes ciudades africanas como Johannesburgo. En Cuba, sin
embargo, NUNCA tuve sensación de inseguridad andando por cualquier ciudad y
calle o a cualquier hora solo, desde La Habana hasta cualquier otra de las
grandes ciudades cubanas como Santiago de Cuba, Camagüey, Cienfuegos, Santa
Clara, Baracoa, etc, por las que me desenvolví.
En todas esas
capitales de países de los que hablaba al principio es absolutamente normal y
corriente que se te acerque alguien vendiendo droga u ofreciéndote los
servicios de prostitutas. Es absolutamente normal ver la miseria en esas
capitales donde el ruido del tráfico, la masificación, la polución y la pobreza
se dan la mano produciendo una cantidad enorme y trágica de gente sin nada,
desde mayores a muy niños, que se te acercan sin aspecto alguno de tener las
más mínimas condiciones de salud ni de hogar ni de comida. En las capitales centroamericanas,
sudamericanas y africanas es muy habitual. En las asiáticas, habitualísimo, el
impacto, de primeras, es muy grande. En Cuba NUNCA me ofrecieron droga ni
prostitutas, nunca tuve la sensación de estar ante personas sumidas en las
miserias absolutas que veía en las otras capitales del mundo, ni niños
abandonados sin casa ni comida ni nada.
Yo tenía, antes
de conocer todos estos países, una idea de dictadura de lo que había estudiado,
había leído y me habían contado mis padres de la dictadura de aquí, que entre
otras cosas chungas tenía un indicador claro: no se hablaba de política nunca,
ni con conocidos ni mucho menos con desconocidos, y por supuesto, nunca por la
calle. En Cuba, en cada casa que me alojé, en cada pueblito y con cada cubana o
cubano con el que hablé, me hablaron de política. Muchos me criticaron al
gobierno y otros varios lo trataban de justificar, en ambos casos sin ningún
tipo de timidez o miedo respecto a quién pudiese oírles. Otros muchos me
hablaban del bloqueo de Estados Unidos, y otros me decían que el bloqueo que
tenía Cuba era mental. Me he subido a coches con cuatro o cinco cubanos, o a
autobuses con decenas de ellos en los que ha habido momentos en que la policía
paraba el vehículo para hacer inspecciones de qué llevaba la gente encima, y
allí todo el mundo se cagaba en los que mandaban, y algunos le respondían, y en
ningún caso vi más crispación que la que aquí en España tenemos en un día
normal viendo las noticias.
Por eso, con toda
la interminable información intencionadamente confusa y fuera de contexto que
nos llega de Cuba, y como experiencia de primera mano para quien quiera
conocerla, pienso que en Cuba hay evidentes datos indiscutibles de que no hay
transparencia política, de que un partido único es un signo claro de que la
cosa no es normal y debería haber cambios hacia una transición más democrática
que diese cabida a todas las ideas. Pero a la vez, echando un vistazo a los
países de su alrededor, pienso que el hecho de ser un país bastante ajeno al
capitalismo ha logrado construir un lugar muy pacífico, con muy poca droga y
problemas de alcohol, con muy poca trata de mujeres, con muy poca miseria, sin
niños viviendo en las calles, cosas que son fácilmente visibles en las
capitales del resto de países centroamericanos, asiáticos y africanos.
Pienso, por otra
parte, que así como el bloqueo de Estados Unidos es una de las dos causas
fundamentales de la situación cubana, la posible llegada de un desbloqueo igual
no arregle la situación sino que pueda llegar a empeorarla en otro sentido.
Cuando la isla se abra completamente a Estados Unidos podremos convertirnos en
testigos de primera mano de cómo entra y se extiende vorazmente el consumismo
en un país del sur, llenando las calles de lucecitas y productos empaquetados
en plásticos de colores y tiendas y bares fashion,
pero produciendo sus horribles efectos secundarios que son comunes sobre todo
en las grandes ciudades de esos países: grandes diferencias sociales que
aumentarían las bolsas de pobreza y que se traducen en personas sin techo y
niños viviendo en la calle, desembocando en mayor criminalidad, tráfico de
drogas, de personas, mayor contaminación y más inseguridad. La llegada del
capitalismo a un lugar virgen en ese aspecto logrará la creación de la
necesidad en las personas de invertir más tiempo en trabajar más para tener más
dinero para comprar más cosas que antes no necesitaban y que ahora usarán
durante un tiempo limitado y tirarán a la basura y harán de sus ríos y mares
lugares más sucios donde ya no será tan bonito bañarse porque la masificación
turística terminará de convertir el último reducto ajeno al capitalismo extremo
en otro país más del montón. Se transformará una isla asequible a todos los
bolsillos en un decorado preparado para turistas adinerados, como ocurre en
tantas islas del Caribe. Y cuando eso pase nos preguntaremos cómo ha sido
posible, estaremos como John Travolta girándonos de un lado a otro
preguntándonos cómo no nos habíamos dado cuenta de que el capitalismo destruye
la idiosincrasia de los países.
En este mundo en
el que parece que todos están seguros de cualquier tema que hablan, y en este
aspecto cubano más aún, en el que las personas suelen sentenciar su opinión incluso
sin haber pisado la isla o estudiado su historia o leído a sus autores, pienso
que si las intenciones fuesen puras, honradas, con expectativas de construir
mundos mejores, el foco debería ponerse en qué diferencia a Europa de América
Latina o de Asia o de África, y no en señalar a un país concreto dentro de un
contexto a su alrededor que resulta mucho peor que el de Cuba. La solución,
quizás, no es hacer de Cuba un país como los que tiene al lado, sino que podría
consistir en que estableciésemos un intercambio, como si estuviésemos en una
mesa de negociación. Nosotros podríamos explicarles cómo hemos logrado que
cualquier persona pueda decir lo que piensa y defenderlo con partidos políticos
distintos al partido único, y que haya libertades y derechos sociales que hace
años se verían imposibles de lograr. Ellos podrían explicarnos cómo han hecho
para tener una población pacífica, abierta a los viajeros, con ciudades seguras.
Cómo han erradicado la miseria absoluta, cómo no tienen gente que duerma en las
calles, ni niños deambulando sin nadie ni nada, sin techo, como sí ocurre en el
resto de países centroamericanos. Cómo han logrado que el tráfico de drogas o
de personas sea testimonial, que el alcohol no sea un gran problema, cómo han
preparado a sus sanitarios, qué tipo de educación han logrado implantar para
que su población tenga tan buena capacidad discursiva, social, política e
incluso filosófica, cómo se han hecho prácticamente autosuficientes durante
tantísimos años.
¿Es Cuba una
dictadura? Yo después de conocerla un poco, y de conocer todo su entorno no me
veo capacitado para responder. Me
acuerdo mucho con esto del efecto Dunning-Kruger en el que seguro muchas veces en mi vida he
caído, y que se refiere a ese sesgo cognitivo en virtud del cual
los individuos incompetentes tienden a sobreestimar su habilidad, mientras que
los individuos altamente competentes tienden a subestimarla en relación con la
de otros, creándoles a aquellos una superioridad ilusoria. Es decir, que
quienes saben un poco experimentan una sensación de seguridad muy alta en su
opinión, y quienes saben mucho experimentan lo contrario, muchas dudas, hasta
que ya alcanzan el nivel de expertos, al que sólo acceden unos pocos con mucho
estudio y experiencia, en el que comienzan a verlo claro. Quizás las opiniones que
más ruido hacen sobre este tema pertenecen a ese primer grupo, y debamos buscar
más información al respecto por otros ámbitos para tener una opinión más
acercada a la realidad.
Y, sobre todo, quizás la pregunta la tienen que responder
los propios cubanos. Porque me da la impresión de que en estas cosas ocurre como
en las relaciones familiares: yo sí puedo meterme con mi hermano, pero si
alguien se mete con mi hermano, voy a por él. En general, creo que el cubano se
mete con Cuba, pero no permite que el resto se meta con Cuba. Porque hay cosas
que se quieren tanto que sólo pueden solucionarse en familia.