Erase una vez
una niña que jugaba como todas las de su edad, con sus hermanos a la pelota, o
a descubrir animales que se escondían en la tierra del slum donde vivía, o en cualquiera de los recovecos de los edificios
semiderruidos de Hyderabad por los que solía pedir limosna. A pesar de las
inclemencias que soportaba, era feliz, estaba contenta, pues eso era lo que
había tenido siempre, nunca había vivido en otro lugar, en otro ambiente, bajo
otras circunstancias que no la obligaran a sobrevivir por ella misma. Al fin y al cabo era libre, podía
andar de un sitio a otro, aunque su ilusión de ir al colegio estuviese
cercenada pues sus padres no se lo podían permitir. Soñaba con cosas de otro
mundo, con volar y con un sultán azul, aunque también soñaba con otras del suyo
propio. Solía andar siempre con hambre, intentando obtener unas rupees que le permitiesen comprar aunque
fuera un chupa chups. Cada día veía este cartel y se le hacía la boca agua. No
sabía leer, no sabía lo que el cartel decía, sólo veía una foto de uno con el
papel puesto, y de otro con el papel quitado al que acudían las moscas. Claro,
es que estaba buenísimo y si no le ponían el envoltorio, todo el mundo querría
comérselo. El poder estaba en los hombres, ellos eran los que ponían las
normas, y sabían muy bien cómo hacerlo, cómo moldear conciencias desde
pequeñitas. Ella no sabía que le quedaban pocos meses para dejar de ser una
niña, para convertirse en una mujer, pero tenía perfectamente asumido que
llegaría un momento en que estaría obligada a taparse como lo hacía el chupa
chups, como lo hacían todas las mujeres mayores que conocía y se vestían con hijab o burka, su madre, su tía y su hermana mayor, pues ellas eran dulces
a la mirada de los hombres, y debían defenderse de ellos. Dentro de poco su
cuerpo dejaría de estar expuesto al sol, al viento, a la lluvia, al tacto, a
cualquier caricia indiscreta. Dentro de poco dejaría de ser libre. Dentro de
poco sólo sería una chuche en el mundo de las moscas.
Una vez me dijeron que viajaba en el espacio, pero yo sabía que viajé en el tiempo. Observé calles de mi infancia, sin asfaltar, burros, autobuses antiguos, coches de cuando era pequeño, casas de un solo piso, desgastadas, que encerraban mucha historia, no vi televisiones, ni móviles, ni nada que oliese a tecnológico, vi gente con ropas que no estaban a la moda, vi gente descalza. Y se podía estar. A gustito. Y me quedé para siempre en ese mundo más fácil, en ese mundo descalzo.
lunes, 30 de diciembre de 2013
martes, 17 de diciembre de 2013
Se busca
Dicen que una
vez que entras en la Medina de Fez corres el riesgo de quedar atrapado allí por
siempre jamás. Un laberinto de callejones estrechos, con multitud de puestos y
tiendecitas, de vendedores que tratan por todos los medios de que les compres,
que intentan convencerte de que su producto es el mejor de todos. Callejas a
rebosar de gente que viene y va, cargando cualquier cosa, una bolsa gigante
llena de especias, un caballo que carga millones de telas, un anciano
pensativo, un sonido en el aire de “Allahu Akbar” que te transporta a otra
época, a otro mundo, procedente del
Muecín que llama a la oración, unos pasadizos que no cumplirían los criterios
de higiene a los que nuestra parte del mundo está acostumbrada, un giro a la
derecha, uno más a la izquierda, de nuevo a la izquierda, otra vez a la
derecha, ahora se bifurca, y así hasta el infinito. Cuenta la leyenda que una
vez, hace mucho tiempo, un viajero errante se adentró entre sus murallas, y
paseó por sus calles, primero con seguridad, disfrutando de lo que veía, del
espectáculo de colores, sonidos y olores de este lugar, sus gentes, sus
miradas; luego con preocupación, al comprobar que no era tan fácil como se imaginaba
orientarse allí; y por último con auténtico pavor al verificar que no daba con
el camino correcto hacia el exterior. Cuenta dicha leyenda que quedó atrapado
en la Medina para siempre, sin poder salir, que las autoridades internacionales
decretaron una orden de busca y captura para encontrarlo, pero que no
consiguieron nada, nadie pudo verlo nunca. La orden aún sigue vigente: “Se
busca a un desaparecido, su nombre es Respeto. Si lo encuentran, propáguenlo”.
martes, 10 de diciembre de 2013
Lakers
Yo le miro con
sorpresa. Aquí, en medio de Malí, cruzando en un una especie de ferry el río
Níger para dirigirnos a Djenné, me encuentro a un chaval con la camiseta de mi
equipo preferido, como yo llevaba orgullosamente cuando era chico. Le digo
“Vive les Lakers!” en un lamentable francés, y me responde con una sonrisa
llena de incomprensión, qué me estará diciendo éste tubabu, se preguntará. Pienso en cómo habrá llegado esa camiseta a
este sitio, y en la ironía que supone que el club más relacionado con el lujo
de toda la NBA aparezca precisamente aquí, en uno de los lugares menos lujosos
del mundo. “Bendita” globalización. No para de encender y apagar ese transistor
que lleva en las manos, del cual no se oye más que ruido, es imposible sintonizar
nada. En pleno Sahel, nuestra “civilización” prácticamente no ha llegado, todas
las casas son de adobe, no hay ninguna antena, ni enchufes, no hay
supermercados ni nada tecnológico. Alguna vez supongo que mi país fue así, ¿qué
quedó de eso? En la época de los móviles, Iphone, Ipad y demás, aquí mantienen
la modernidad de mis años 80, y el sol y el campo y la vida sencilla de
aquellos años. Y es cuando entiendo que ese niño en realidad soy yo, mi yo de
este mundo, con la camiseta de mi equipo, jugando con la radio, aquel aparato que
me parecía tan misterioso a través del que los mayores se informaban de todo, y
que he puesto cara rara cuando un viejo me ha preguntado por los Lakers porque
qué sabrá él, eso es cosa de niños. Y su cabeza, como la mía entonces, se
volvería a girar a observar el mundo, y a pensar simplemente si alguna vez
tendría la oportunidad de que los ángeles (no los Lakers) le explicaran por qué
las cosas son como son.
lunes, 2 de diciembre de 2013
Paraísos Naturales
A veces llego a
lugares extraordinarios, a sitios a los cuáles te gustaría pertenecer por
siempre jamás. El camino hacia ellos suele ser largo y difícil, como el regreso
a Ítaca, sin comodidades, y tienes que hacerlo a pie, sólo con tus recursos, con
lo más básico de ti mismo, esa energía interior que todos llevamos dentro con
la que tratas de hacerte un todo mezclado con la naturaleza desbordante por la
que pisas. Pero la recompensa es inigualable, y quedará grabada en tu memoria,
para que puedas acceder a ella de vez en cuando, guardada en esa mochila
cerebral que ningún recorte de ninguna entidad poderosa te podrá arrebatar nunca.
Un ejemplo es Siete Altares, en Livingston, Guatemala. Mientras voy andando,
dejando pozas y más pozas de agua cristalina con cascadas, vegetación frondosa
y verde muy verde con lianas de Tarzán, y ese sonido de agua cayendo que te
transporta a la época que debió ser el Nuevo Mundo antes de que viniésemos a
joderlo, pienso en lo absurdo de lo que llamamos civilización. Destrozamos
paraísos naturales para construir ciudades donde viva gente que trabaje para
pagarse unas vacaciones para tener la oportunidad de visitar paraísos
naturales. De locos, ¿no? A veces me avergüenza pertenecer a los humanos, y me
imagino en una reunión de especies de la Tierra, sentado entre una hormiga y
una tortuga y ambas descojonándose de mí, “¿pero vosotros los seres humanos sois
tontos? ¡Estáis jartándoos de trabajar para poder ir un ratito al mismo sitio del
que procedíais y en el que podríais vivir perfectamente todo el tiempo si no os
lo hubieseis cargado!”
lunes, 25 de noviembre de 2013
El autobús de Otto
Los Simpson. El
autobús escolar que lleva Otto, el conductor guay que todo niño de la edad de
Bart quería tener, pues era el único que siempre les contaba la verdad sin el
clásico “cuando seas mayor lo entenderás”. En ese autobús estoy montado ahora
mismo, pero no recorro las calles de Springfield, ni soy ningún colegial de 9
años. Soy bastante mayor que eso, estoy en Diriamba, y me dirijo a Masaya, y es
en este justo momento cuando he logrado entender el significado de un concepto
que creía tener totalmente aprendido, “autobús”. Quizás haya sido el espíritu
de Otto, que se encuentre por aquí, el que me ha ayudado a descubrir esta
verdad. El autobús es de ese estilo, de los amarillos, de los que en Estados
Unidos consideran que no tiene la calidad suficiente para seguir transportando
a sus hijos, pero que no tienen inconveniente en que se use en calles
centroamericanas. Debe tener más de cuarenta años. El ruido que hace su motor
es estruendoso, la suspensión hace que te claves el hierro del asiento cada vez
que el conductor mete una marcha, si es que tienes la suerte de pillar sitio, y
además tus piernas caben en la separación entre asientos de este autobús
fabricado originalmente para transportar niños de menos de diez años pero que
aquí sirve como autobús de línea para todo tipo de personas. Por eso el
nicaragüense debe de amoldarse a esas dimensiones. Y lo hace estupendamente. A
mí se me da fatal realizar contorsiones, así que decido ir de pie, lo cual me obliga
a poner todos los músculos en tensión para no caerme, ahora giro hacia un lado
bruscamente, ahora hacia otro aún más brusco, intentando contrarrestar la
fuerza centrífuga (¿o era la centrípeta?) producida por los cambios de
dirección, teniendo que hacer demasiados movimientos corporales que sólo
aprecio en mi mismo, el resto de usuarios con los que comparto viaje están
totalmente habituados a ello y prácticamente no se mueven. Por otra parte, creo
tener situada perfectamente la definición de la expresión “autobús lleno” en mi
cabeza europea, sabría delimitar a partir de qué momento ya no cabe nadie más
dentro, pero de repente vengo aquí y se me caen todas las ideas previas de la
física que conocía. El autobús va lleno, y, cuando creo que no puede entrar
nadie más, siempre cabe alguno más. Y cuando ya no cabe alguno más, entran
otros cinco. Y cuando creo que está todo el espacio usado, vuelve a caber otro,
cargado con un saco enorme o unas cuantas gallinas. Y así hasta el infinito. Da
la impresión de que el autobús para cada minuto, dejando o recogiendo a alguien.
Creo que se para allá donde tú le digas al “jefe”, pues es lo que estoy viendo,
pero al llegar mi turno de bajarme y decirle que me deje en la siguiente
esquina, el chofer me contesta “no, no se puede parar en cualquier sitio, te dejaré
en la siguiente parada”. Empiezo a estresarme pues mis criterios occidentales
de transporte no se están cumpliendo, además de las incomodidades sufridas no
puedo planear dónde será el momento y lugar exacto de mi llegada. Así que
decido mirar hacia arriba, suspirando, tratando de pensar en positivo, cuando
de repente me encuentro ese cartel. “Si va de prisa levántese temprano y no
moleste”. Zas en toda la boca. La vida me acaba de enseñar que mi normalidad no
es la normalidad del mundo, y que no tengo que exigir la perfección, el orden y
la puntualidad en todo para que algo salga bien. Desde entonces, no dejo
escapar la oportunidad de viajar siempre, como primera opción, y con el nuevo
concepto aprendido, en los autobuses de Otto, aquel lugar que me bajó de mi
chulería europea, y que se convirtió en uno de los lugares más divertidos y
donde más cosas me ocurren de cada viaje.
martes, 19 de noviembre de 2013
Contrastes
Antes del viaje,
cuando te informas sobre la India, o te hablan previamente de ese país, una de
las frases más utilizadas es que la India es “un país de contrastes”. Al
leerla, piensas que es una bonita frase, de atracción turística, que da una
idea del exotismo del lugar para gente tan ordenada como los que procedemos de
esta parte del mundo. Hasta que vas allí y lo compruebas con tus propios ojos.
Allí nada se suele regir por normas parecidas a las que tenemos en nuestro
país. Se da el caso de que hasta que te acostumbras a que todo lo que veas, por
mínimo que sea, será distinto, parece que fueses andando continuamente con la
boca abierta. Y es que no es cuestión de diferencias entre países, sino que la
diferencia está más arriba, en el ámbito de las civilizaciones. Dos
civilizaciones (si es que hoy en día podemos utilizar este concepto) regidas
completamente por problemas y valores distintos. Hay muchísimos ejemplos sobre
ello, pero me voy a fijar en uno muy simple que encontré en una de las impresionantes
playas de Goa. Se trataba de un cartel aparentemente sin importancia, situado
en un lateral del acantilado que daba acceso a la playa. Un cartel que, a la
vez, te aconseja y advierte de varias cosas en un cóctel sorprendente. Disfruta
del mar pero respeta las normas. Nada solo en la zona demarcada. Una especie de
si bebes, no nades, tu amor te está esperando en casa (ya aquí te empiezas a poner
en guardia, a ver cómo va a terminar esto). En caso de emergencia llama a la
policía, a la policía turística, a la guardia costera, o a ¿abuso de niños? Ostras,
ya aquí uno se va cuadrando, qué de cosas pueden ocurrir en este lugar. A
continuación te advierten de que estás siendo vigilado y te detallan cuatro
prohibiciones concretas: no escupas en lugares públicos, no tires basuras, no
abuses de los niños y no fumes en lugares públicos. Todo en el mismo saco. Me
puse a imaginar a una persona que tira basura considerada igual de criminal que
alguien que abusa de niños. En fin, no trates de entenderlo, pensé, en todo eso
debía haber algo que yo no alcanzaba a entender, y continué mi camino. Y esa es
una frase que tengo que recordar cada vez que viajo a la India: no trates de
entender su mundo, es así de incomprensible para ti, como nuestro mundo lo será
para cualquiera que venga del suyo. Por eso vuelvo de vez en cuando a la India,
para ver si algún día consigo comprenderlo.
viernes, 15 de noviembre de 2013
La "Playa"
Tú irás a la
playa, y pensarás que lo has visto todo. Has visto al vendedor que grita “llevo la serveza, la fanta, la coca cola, el
aguaaaaa”, has visto a algún hombre con el bañador a la altura de los
sobacos, alguna mujer con una pinta excepcional, te han dado algún balonazo
unos jóvenes jugando al futbol, o lo has dado tu a alguna señora que pasaba por
allí, te han puesto una sombrilla a poco menos de un metro de distancia, y
probablemente una toalla a menos de diez centímetros de la tuya, has comido un bocadillo
con arena de playa, has pensado morir de sed porque se te acabó la botella de
agua que llevabas en la mochila, creíste ahogarte en el agua cuando te pilló
esa ola gigante siendo chico, has
llegado a la boya, y has vuelto, has visto playas vírgenes solitarias y playas abarrotadas
con rascacielos, te has bañado con bañador, y sin él, has sentido el levante,
el poniente, el viento del sur y el del norte, has sentido calor y frío, mucho
y poco de ello, te has bañado en verano gustosamente y en invierno por cojones,
has cargado una sombrilla, nevera,
silla, mesa, el escrabble, hasta has
comido un potaje en la playa, con su olla a presión y todo. Pero de repente
llegas a un lugar que parece una playa a pesar que sabes que es un lago, el
Cocibolca, más conocido por nosotros como el Lago Nicaragua, y ves algo que no
habías visto antes, a gente llegar en coches cargados hasta las trancas y
aparcarlos en la arena, en la misma orilla. Y por el calor que tienes decides
darte un baño, tu primer baño allí, y sientes algo que no habías sentido antes,
te metes en el agua viendo las olas, sintiendo que estás en una playa normal, y
cuando te sumerges y buceas, notas en los labios que el sabor del agua no es
salada, como esperaba tu cuerpo recibir, sino dulce. Antes de salir de nuevo a
la superficie parece que estás en una piscina, que cosa más extraña, pero
claro, es un lago de agua dulce, ¿qué es lo que esperabas? Y cuando sales del
agua, cuando pones rumbo a la orilla de nuevo y echas la vista atrás, piensas
en que lo que es no tiene nada que ver con lo que parece ser. Y cuando coges la
toalla y te secas, mientras sigues mirando hacia el agua, reflexionas, ¿será así
todo en la vida? Y un consejo que me dieron cuando era niño vuelve a tomar
forma en mi cerebro en ese mismo momento: nunca
te guíes por las apariencias.
lunes, 11 de noviembre de 2013
El Momento
Que se pare el
mundo, que se pare el sol, que no venga la noche, no quiero ahora ver las
estrellas, que se quede todo como está, que esa pinaza no avance, que el Níger
siga tranquilo su curso, con este sonido tan relajante del agua al pasar, que
las nubes continúen ahí, que el aire siga moviéndose tan lentamente como ahora,
produciendo este vientecito suave que
ayuda a afrontar el calor maliense, quiero parar este momento, este silencioso
momento, esta luz amarilla anaranjada que parece energía pura, quiero vivir en
este instante, quiero que nada más ocurra, ni antes, ni después, quiero cerrar
los ojos, y cuando los vuelva a abrir continuar con esta vista, quiero
despertarme y estar así, mirando y admirando, sintiendo el paisaje, la
naturaleza, sintiendo la intensidad, noto cómo la vida entra en mí con cada
inspiración, como si fuese la misma África la que me inunda. África, esa
palabra que tanto impone, que tanto respeto infunde, que encierra nuestros
orígenes y nuestras miserias, así como su belleza y la injusticia, todo eso
entra cuando respiro, y se queda dentro, y me lo recuerda cada día. No quiero
girar la cabeza por no perderme un segundo de este momento, pero ya está
pasando, aunque más lento aquí el tiempo también corre, el atardecer avanza, el
sol empieza a pegarse su chapuzón diario, como todas las tardes me deja de
nuevo vacío. Le grito que no se vaya, pero se va, insensible. Vuelve mañana.
jueves, 7 de noviembre de 2013
Utopía
A veces pienso
en cómo sería el primer humano que cambió las cosas. Imagino un mundo
igualitario en el que un niño tuviese un repentino ataque de ambición, que
estuviese descontento en la igualdad imperante en su tribu, poblado, aldea,
pueblo o ciudad, que comenzó no sintiéndose realizado, cansado de tener lo
mismo que tenía el resto. Un niño que quería diferenciarse de ellos, que
ansiaba más. Y en sus charlas con sus
amigos imaginaba un mundo en el que unas personas pudiesen tener más que
otras. Que unos pudiesen tener el doble que otros, el triple. Que una persona
pudiese tener diez veces más que otra, cien veces, mil más. Que pudiese tener
cien mil veces más que otro. Que una sola persona pudiese tener igual que el
presupuesto de un país entero. Sus amigos se reían de él, le llamaban tonto, le
decían insensato, eso es una utopía, que una persona tenga tantísimo más que
otra, ¿para qué? ¿Y cómo va a poder ser eso? Eso es imposible, la gente no lo
permitiría jamás. Pero él seguiría, erre que erre con su tema dándole vueltas a
la cabeza, todos tenemos lo mismo, todos una casa donde dormir, agua y comida
que llevarnos a la boca, podemos ducharnos cuando queramos, tenemos la posibilidad
de viajar, por autobús, tren o incluso un coche. Estoy harto de eso, diría, yo
quiero al menos el doble que lo que tiene el resto para sentirme realizado, qué
injusticia, no poder tenerlo, voy a tener que conformarme sólo con lo que tiene
todo el mundo…
A veces pienso en ello cuando viajo. Y cuando
vuelvo, y salgo a la calle, o pongo la tele, o leo los periódicos o escucho la
radio me da la impresión de estar viviendo lo que en ese mundo igualitario
considerarían una utopía. Y me pregunto que si se ha hecho tan real la utopía
de ese niño por amasar fortuna, quizás también pueda hacerse real la utopía de
que éste en el que vivimos vuelva a ser un mundo más justo, un mundo más
igualitario. Un mundo descalzo.
lunes, 4 de noviembre de 2013
La Maya
Estoy cansado
después de dar vueltas por todo el mercado de Chichi, como se conoce a la
ciudad de Chichicastenango, un lugar impresionante donde multitud de
guatemaltecos se encuentran para comprar, vender o intercambiar principalmente
productos de artesanía y textil. Es un
lugar donde puedes encontrar todas aquellas cosas que podrías llevar de
recuerdo a tus familiares y amigos. Para mí acaba resultando todo eso hermoso,
una increíble muestra de la pericia de
estas gentes en el manejo de los diferentes materiales, pero a la vez vacío, pues
lo que me gustaría llevarme no lo encuentro en ningún puestecino. La sencillez de estas personas no la venden en ningún
tarro, ni la humildad, ni el tremendo espíritu de trabajo y sacrificio.
Mientras me siento en un lugar apartado, con la cámara en la mano, como si lo
que tuviese delante fuese una película, me asombro de lo fácil que parece la
vida aquí, y de lo difícil que realmente será, y pienso en lo difícil que
parece la vida en mi país, y lo fácil que realmente es. Veo a una madre con su
hija a la espalda, aguantada simplemente con un cacho de tela, estableciendo un
vínculo entre las dos que durará eternamente, la madre sintiendo a su hija, la
hija sintiendo a su madre. Veo cómo esa niña me mira fijamente, altiva,
desafiante, veo cómo sus ojos reflejan la
inocencia pero también la sabiduría de la experiencia, como si ella
fuese transmisora de los conocimientos que los antiguos mayas pasaron de
generación en generación. Y me dice, con esa mirada, que siga viendo, que siga
mirando a todos los que pasan, a lo que llevan encima, a cómo visten, qué es lo
que cargan, cuáles son sus necesidades, de qué hablan, cuáles son sus
preocupaciones, y que lo cuente, que no me lo calle, que cuando llegue a mi
país diga que la vida puede ser más simple y más entretenida, que la vida puede ser maravillosa, que existen
lugares en el mundo donde todo es más sencillo, donde, por ejemplo, una madre
puede ir andando y llevando a una niña simplemente agarrada con un pañuelo, sin
mayores medidas de seguridad, sin necesidad de cargar un coche entero de cosas
“porsiacaso”.
jueves, 31 de octubre de 2013
El otro lado
¿Habrás llegado ya? ¿Lo habrás conseguido? No
debimos dejarte partir, debí haberte intentado convencer, aquí está tu familia,
aquí estamos todos, aunque lo estemos pasando mal, aunque no tengamos esa seguridad
que buscabas en el futuro, pero ¿quién la tiene? Aquí al menos estarías acompañado
por nosotros, por tu familia, nunca te faltaría nada, nunca te faltaría un
plato ¿por qué te tuviste que ir? Ahora,
allí, solo, si consigues llegar a la costa, ¿qué harás? “Tengo la dirección de
Alí, mamá, no te preocupes, él me ayudará los primeros días” me decías, pero
cómo no me voy a preocupar, tan joven como eres, tan lleno de vida, allí no
serás bienvenido, ya te contó tu padre cuando hace veinte años lo intentó y le
echaron para atrás, y volvió con la vergüenza y la indignación debajo del
brazo, si no tienes dinero no serás nadie, serás un clandestino, un
indocumentado, no tendrás acceso a ayuda alguna, y, si consigues trabajo, para
una parte de ese país serás un ladrón, alguien que va a quitarles el trabajo, a
quitarles su dinero. ¿Y si la barca no lo consigue, y si se hunde? Cada día
miro las noticias, los periódicos, todo, esperando no encontrar esa noticia a
la que temo, que cada día no me deja dormir. Por favor, Rahim, ten cuidado, que
Alá te cuide. Que pueda volver a verte pronto, te echo de menos, cada día vengo
aquí, y dirijo la mirada hacia el agua, hacia el mar, hacia eso que tú me
decías que era la libertad, haga el tiempo que haga, sea un día ventoso o no, y miro y no alcanzo a verte, y ruego a Alá que
te proteja, y que me deje abrazarte otra vez, que me deje abrazarte pronto.
martes, 29 de octubre de 2013
Mujeres
Es día de parto
aquí en el Hospital para Mujeres que la Fundación Vicente Ferrer tiene en los
alrededores de Anantapur. Aquí la llegada de un recién nacido suele
considerarse una bendición divina, aunque a veces no siempre sea así. En este mundo aún sigue sucediendo que la venida de una niña sea una carga
inasumible para su familia, y no sea una bendición, sino más bien un castigo
recibido por los dioses por algo malo que habrán hecho. Una hija supone la
obligatoriedad de disponer de una dote en el futuro para que un marido pueda
hacerse cargo de ella, cosa que ahoga a las familias, sobre todo de ambientes
rurales, porque no pueden hacer frente a esos costes. Esta sociedad considera
al hombre teóricamente como mano de obra, y a la mujer simplemente como un gasto.
Eso ha llevado a que cuando se sabía que el descendiente iba a ser hembra, se
tratase de interrumpir el embarazo por todos los medios. Incluso que los
propios padres acabasen con la vida de la niña una vez nacida. Así, me sorprendo al comprobar que los médicos en
esta parte del mundo tienen la obligatoriedad de guardar el secreto del sexo
del churumbel a los padres, con riesgo incluso de ser expulsados de la profesión,
para evitar que la India se convierta en territorio exclusivo de hombres. Y es
que no se comprende que precisamente en esta parte del mundo, en el que el
papel de la mujer es tan indispensable pues llevan el peso de todo, sean
precisamente consideradas por los hombres como una carga, cuando realmente
ellas llevan su carga sola, admirablemente, cuidando de sus hijos, haciendo la
comida, trabajando en el campo, asumiendo el marido que arbitraria y en la
mayoría de casos injustamente por indeseado le impongan. El hombre ha creado un mundo a su imagen y
semejanza, un mundo violento y desconfiado, de competición, que siempre le
favorece única y exclusivamente a él, y viendo la imagen que tengo delante me invade
el ansia de que al fin dejemos las riendas a ellas, las veo lavar a sus hijos,
nietos o sobrinos con esa atención, con esa delicadeza, e imagino que ellas si,
ellas puedan crear un mundo más justo, más atento con el débil, más preocupado
por los demás. Y pienso en las que ahora tienen un grado de responsabilidad en
los gobiernos, y me entristezco porque en su mayoría no son más que mujeres
hechas de material de hombre, porque no tienen otra posibilidad de ascender que
no sea si se comportan como hombre. Y me asaltan las ganas de pegar empujones
hacia todos aquellos que han organizado el cotarro así, venga, vete de ahí,
venga, levántate de ese asiento viejo casposo, vete de aquí ya joven engominado,
levántate y corre, lameculos, dejad paso a otra forma de entender la vida. Dejad
paso a gente que trate dignamente a las personas. Dejad paso a vuestras mujeres.
viernes, 25 de octubre de 2013
La Frontera
-
Qué buena tarde se ha quedado, ¿no, Eugenio?
-
Si, muy buena – dijo, levantando la mirada al
Lago Petén, y volviendo a dirigirla a su libro.
-
No has ido a jugar el partido de futbol hoy, ¿no?
-
No, no me apetecía, Robert.
Dejó pasar unos
segundos, admirando el paisaje, escuchando el lago silencioso que tenía
enfrente, un silencio tan profundo que podía oírse. Empezaban a sonar los
sapos, que, pocos minutos más tarde, cuando anocheciera del todo, comenzarían
su concierto de cada día.
-
No te preocupes, Eugenio, seguro que lo
consigue. El año pasado lo intentaron dos amigos míos, y lograron llegar allí.
-
Sí, claro. Igual que Ernesto, ¿no? Quedó sin
fuerzas después de meses cruzando México, nadie le ayudó cuando no pudo más, y ahora
supongo que estará descansando su vida en el desierto de Sonora, comido por los
bichos, solo y sin nadie que se ocupe de su cadáver –dijo del tirón, como
soltando algo que le carcomía - Robert, no quiero que mi hermana pase por eso –
le dijo, fijando sus ojos brillantes en el.
-
No podías hacer nada, ha sido su elección,
Eugenio. Aquí no podía continuar, no quería, ella me lo dijo, no tenía novio,
no tenía trabajo, tenía dos hijos a los que no podía mantener. Pensaba que su
única opción era cruzar a Estados Unidos. Algunos lo consiguen, piensa eso,
algunos lo logran.
-
¿Por qué somos nosotros los que tenemos que
irnos allí, Robert? Mira a tu alrededor, aquí en El Remate, teóricamente
tenemos de todo, este pedazo de lago, la selva a dos pasos, un clima
espectacular, ¿por qué tenemos que emigrar hacia otros países, si yo quiero
estar aquí? Aquí está nuestra familia, nuestra casa, nuestra tierra…
-
Uff, pues no se –dijo, mirando al horizonte – o realmente
sí que lo sé. Aquí tenemos los recursos, pero ¿sabes de qué país es la empresa
que gestiona el suministro eléctrico, y que nos deja día sí y día también sin
luz? ¿sabes de qué país es la empresa que viene a cortar los árboles de
nuestros bosques? ¿sabes de dónde es la principal empresa extractora de petróleo
de aquí? ¿sabes de qué país es la empresa que explota nuestras minas? En esos y
en muchos más casos, en ninguno de ellos es guatemalteca. Estamos vendidos,
Eugenio, por eso tenemos que ir al comprador a pedirle limosna.
Eugenio quedó en silencio, como resignado, como dándole la razón, y sin
poder rebatir lo que decía. Levantó la cabeza de nuevo para dirigir la vista al
lago. Robert echó un vistazo a Eugenio, intentando adivinar qué libro estaba
leyendo.
-
¿Qué lees? – le preguntó, interesado, al no
poder adivinar qué era lo que leía.
-
Los Derechos Humanos – dijo, volviendo a bajar la
vista al libro.
miércoles, 23 de octubre de 2013
Por las calles de Bamako (suena una sirena...)
Bamako es como
un pueblo enorme, sin fin, extendido en una gran superficie. No hay muchos edificios grandes, sólo alguna
avenida por la que pasan miles de coches en un mar caótico propio de las
capitales de países como este. Apenas hay calles asfaltadas, la gran mayoría
son de albero, o de tierra rojiza, la tierra de África, con casas a sus lados
ya sean de adobe, de madera, de piedra o de ladrillo, pero todas bajas, de no
más de un piso. La mayoría de calles están repletas de gente que hacen su vida
allí, yendo de un lado a otro con su andar parsimonioso, tranquilo, sosegado,
sin mover ninguna parte del cuerpo que no sea realmente necesaria. Están llenas
de niños, que corren, gritan, nos dan la bienvenida o se meten con nosotros,
“tubabu!” (blancos) nos dicen, por allá donde vamos. Al ser la cuna de la música maliense, de la
que salieron gente como Ali Farka Touré, el blanquito Salif Keita, los
cieguitos Amadou y Marian, o Habib Koité, o la más reciente Rokia Traoré, el
sonido y el ritmo están tan metidos en su ADN que en cualquier calle hay
montado un pifostio con música, en la que la cara te cambia, se te dibuja una
sonrisa sin darte cuenta, y te quedas completamente embobado admirando el improvisado espectáculo. Un montón de
niños cantando a coro, o algunas mujeres bailando con una coordinación
increíble que nosotros nunca llegaremos a alcanzar, bailando con todo el cuerpo
a la vez, y no con las partes del mismo, como hacemos nosotros. Todo en un
cuadro como de dibujos animados, resultado de la conjunción de colores que
llevan encima. Y es que en cada rincón estás viendo arte. En cada rincón estás
viendo vida. Y acabas preguntándote ¿qué pasará cuando llegue la Wii? ¿Se
vaciarán las calles entonces? Y te miras en tu interior, en tu ciencia y tu
conciencia, y pides porque la tecnología no llegue nunca, pides porque
divertirse continúe siendo tan fácil, pides porque sólo sea necesario estar
mucha gente junta para poder hablar, reír y bailar.
lunes, 21 de octubre de 2013
La ducha
Llega la noche a
Calcuta, y unos cuantos conductores de rickshaws deciden poner fin a un duro
día de trabajo transportando a gente y mercancías, corriendo de un lado a otro,
bajo la lluvia, bajo el sol, bajo la noche, descalzos, tirando de sus carros
como si de mulas se tratasen. El calor es asfixiante, la humedad siempre es
máxima, el sudor empapa cuerpos y ropas, telas y vestidos, saris y pañuelos.
Antes de ir a pasar la noche en su casa, es decir, en el propio rickshaw en el
que dormirán, deciden limpiarse del día, quitarse impurezas procedentes de una
jornada interminable esquivando, autobuses, taxis, burros y personas. Para ello
hacen lo de siempre, llegan a la estación de tren, cruzan las vías, sortean por
el camino a los numerosos perros y cuervos, a alguna vaca, a la basura y
excrementos depositados en estas y, en una de ellas, detectan una tubería por
donde se escapa el agua. Este es el lugar. Se lavarán relajadamente mientras
conversan sobre las anécdotas que le ha deparado el día. La ducha perfecta. Mañana
será otro día. Probablemente el mismo.
viernes, 18 de octubre de 2013
La Perfección
Está
amaneciendo, nublado, lluvioso, pero una lluvia fina, pequeña, que moja el
suelo pero no lo empapa. El ambiente parece azulado blancuzco, o blanco azulado,
a medida que va apareciendo la luz. Espero una cola pequeña. A esta primera
hora de la mañana aún no han abierto, aún no hay mucha gente, no tanta como la
que habrá dentro de unos pocos minutos. Estoy nervioso, voy a ver un lugar,
según dicen por ahí, único, una maravilla del mundo, hecha por el hombre, por
muchos hombres, a las órdenes del emperador mogol Shah Jahan en honor a su
esposa favorita, Arjumand Bano Begum, más conocida como Mumtaz Mahal, que murió
en el parto de su decimocuarta hija. Según cuenta la leyenda, una vez terminada
la obra, el emperador ordenó cortar las manos del arquitecto principal, para
que no se le ocurriera construir algo parecido en ningún otro lugar, así como
de los principales obreros. Llega mi turno, paso por un pasillo, acabo en una
especie de arquito, miro hacia abajo para no tropezar con los escalones que
tengo delante hasta llegar arriba, paso una especie de sala oscura y de repente, subo la cabeza de
nuevo y ahí está, al fondo, el Taj Mahal. No
respiro. No puedo, aunque tengo la boca abierta. Veo mucho, demasiado, pero no
puedo cerrar los ojos. Maravilloso. Tras unos minutos en los que no sé qué
decir, por fin comienzo a respirar, empiezo a parpadear, y me pongo a pensar en
los que construyeron esto. Supongo que en esa época no había muchas medidas de seguridad para los
albañiles, supongo que además de a los que les cortaron las manos, muchos
murieron o se lesionaron para siempre algún miembro trabajando en esto.
Desgraciadamente nunca pudieron llegar a ser conscientes de la maravilla que
acababan de terminar. O quizá sí, quizás se sumaron al ciclo de las
reencarnaciones y hoy han pisado de nuevo este mausoleo perfecto, junto
conmigo, esta construcción magnífica, que atrapa, que atrae, de la que no
puedes apartar tu mirada, como si fuese aquello
más bello que conozcas. No podrás
irte, ni desviar la vista hacia ningún otro sitio. Querrás verla, acercarte,
bordearla, tocarla para comprobar que es real, admirarla desde este punto de
aquí, desde el de más allá, verla con lluvia, con nubes, con sol, de noche. Querrás
verla solo, o acompañado. Querrás verla, simplemente. Querrás verla siempre. Pero
el día terminará, cerrarán las puertas, y tú tendrás que volver al mundo feo,
tendrás que dejar ese lugar, sabiendo que has tenido la oportunidad de habitar
la perfección, al menos durante un día, y que esa perfección, por una vez, al
fin, la construyó el propio hombre con sus manos.
miércoles, 16 de octubre de 2013
El Abuelo
Hoy Rosalinda está
ilusionada, tiene una cita. Tiene unos quince años y ha quedado para ver un
partido de beisbol con su nuevo novio, Edgar. Pero tiene un problema, ¿con
quién dejará a su hija? Hace dos años se quedó embarazada de otro novio que
tuvo, y que la dejó tirada. Ahora recupera la ilusión con Edgar, y queda con él
en el descampado de enfrente de su casa, donde tiene lugar el partido. Tras la
experiencia fallida con su viejo amor, volvió a casa de sus padres, donde
duermen hasta once personas en una casa de madera de menos de 40 metros
cuadrados, así que se da cuenta que no hay problema, que puede pedirle a su
abuelo que se ocupe de la niña durante el día de hoy. Y el abuelo queda
encantado. Nunca necesitará una niñera, pues
él se sentará en su silla de plástico, se echará a su nieta encima, y se
quedará la tarde en la puerta de su casa, hablando con su vecino de toda la
vida, viendo el partido de beisbol desde la distancia, maravillándose de la
juventud que tiene enfrente, recordando cómo han cambiado las cosas, recordando
aquellos momentos en los que, treinta años atrás, ambos pensaron que no habría
futuro, que la Contra lograría hacerse con el control de Nicaragua, que de
nuevo gobernarían los secuaces de Somoza y ellos serían ejecutados sin juicio. Y
es que ayer no creyó que hubiera mañana. Hoy, lo tiene en su regazo. Así que se
quita la camiseta, se descalza los pies, y simplemente disfruta del tiempo, de
la compañía, y del futuro que lograron.
lunes, 14 de octubre de 2013
Rihad
Deja de
disimular con la cámara, chaval. Estoy notando que intentas hacerme una foto
desde hace un rato, haciendo como que fotografías el fondo, aunque realmente a
quién quieres fotografiar es a mí, aquí, en mi terreno, en Mulay Idris, esta
ciudad sagrada marroquí, justo en este día en el que he completado mi quinta
visita al Mausoleo que me libera de ir hasta la Meca. Te voy a enseñar algo,
hijo, mírame bien, enfócame bien, yo, Rihad, me levanto temprano para trabajar,
como haces tú; como y bebo como tú; voy al mercado a comprar, como harás tu; me
río y disfruto con familiares y amigos, como seguramente haces tú; lloro y me
enfado por las mismas cosas que tu, cuando estoy triste o cuando alguien me
decepciona; me gano la vida como puedo, supongo que como tu; entonces, ¿por qué
estamos separados si hacemos lo mismo? ¿Por qué, si la vida consiste en las
mismas cosas? ¿Por qué nuestros mundos están enfrentados? ¿Simplemente porque
al que nosotros adoramos se llama Alá y al que vosotros adoráis se llama Dios?
Pues te voy a decir un secreto, Alá significa Dios. Así que, ¿y si es lo mismo
lo que adoramos? ¿Podemos dejar de dispararnos? Venga, hazme la foto, que yo
posaré para ti lleno de orgullo, contento aunque tenga esta expresión seria, dura, que la vida me ha
obligado a adoptar. Años de trabajo en el campo, despertándome muy temprano,
acostándome muy tarde, dando de comer a tantos hijos, manteniendo mis cinco
oraciones diarias, cumpliendo el Ramadán que hoy finaliza. Estoy en equilibrio
con el mundo, con mi mundo y con el vuestro. Hazme la foto ya, y sellemos la
paz entre nuestras civilizaciones.
jueves, 10 de octubre de 2013
La presidenta
Pongo el pie en
tierra, tras bajar de una “pinaza”, como llaman aquí a estas barquitas pequeñas,
y nada más hacerlo, una cantidad ingente de niños se nos acerca. Vienen a
saludarnos, “bonjour!” gritan desde lo lejos, “bonjour!” como si les fuese la
vida en ello, “cadeaux, cadeaux”, quieren que le demos un regalo. El paisaje es
incomparable, el río Níger lo dejo atrás, silencioso, sin grandes corrientes, pensativo,
expectante. Delante de mí tengo el horizonte infinito, precedido por este
pueblito, Segoukoro. Me siento una persona famosa, un actor de Hollywood, un
deportista de élite, que atrae a las masas, solo que con el único mérito de haber
nacido blanco, de ser un viajero en Malí,
alguien que viene de fuera, que es a donde precisamente muchos adultos de este
poblado anhelan llegar. Piso calles de tierra, veo casas de adobe, mujeres
bellísimas vestidas con telas de colores imposibles que les quedan perfectas,
niños con caras de alegría e ilusión, con caras de preguntarse ¿Quién es este
tipo que no tiene la piel como yo? ¿Por qué ha venido hasta aquí? Miro a un
lado y me entra rabia, ¿por qué yo puedo venir aquí con total facilidad, y
ellos no pueden venir a España? ¿Qué diferencia hay entre nosotros? ¿Por qué
esta niña no para de mirarme? ¿Por qué su imagen ha quedado grabada en mi
cabeza para siempre? ¿Por qué el mundo no lo dominan los niños? ¿Por qué esta
niña no es la presidenta? ¿Por qué?
martes, 8 de octubre de 2013
Ser o no ser
Una vez creí ser Aragorn, hijo de
Arathorn, cuando en realidad era Sancho, compañero de un hidalgo soñador de
triste figura. Andando por los campos de Castilla, miré mis manos, miré mis
pies, y me di cuenta de que no andaba, empezaba a volar, me alargaba y me
transformaba en algo blanco, una especie de muñeco de peluche alargado,
achuchable, y sabía que mi nombre era Fujur. Así que empecé a subir, empecé a
elevarme, empecé a mirar hacia abajo y a verlo todo cada vez más pequeño, subí
las diferentes capas de la Tierra, hasta llegar a un punto en que me empecé a
acojonar, el vuelo cada vez era más lento, perdía mis capacidades motoras, me
miré hacia abajo, y a lo que antes era un cuerpo blanco, alargado, un peluche
gigante volador, le empezaba a salir manos y piernas, y una gran panza. Oh dios
mío, no era ya un ser fantástico volador, sino un caradura indomable, me sabía
de nuevo hasta mi nombre, era Ignatius J. Reilly, y empezaba a caer en
picado, mientras me preguntaba qué
demonios estaba haciendo en esas alturas si justamente a esa hora (eran sobre
las ocho de la tarde) debería estar despertándome de la siesta, después de un
duro día de descanso. Caía y caía, oteaba el fin de mis días, pasaban las capas
de la Tierra, me iba haciendo a la idea de que iba a tener un final infeliz,
cuando lo que se iba apareciendo ante
mis ojos era un campo en llamas,
varios carros de combate frente a frente, antes de llegar al suelo alguien me
tira una espada, me miro de nuevo las manos y los pies y soy un hombre
atlético, capaz de amortiguar el golpe con el suelo. Si, soy Alatriste, estoy
en los tercios de Flandes, esto es una batalla, ¿pero qué hago aquí? Esquivo a
uno que quiere clavarme su afilado cuchillo por la espalda, me giro y resulta
que soy un experto espadachín, me dirijo a ensartarle mi espada en su estómago,
y cuando estoy a un milímetro de su cuerpo mi espada ya no es una espada, es
una pluma, mi oponente no es un hombre,
es un folio en blanco, el escenario no es ningún campo de batalla, es un
despacho, una mesa, una luz tenue, una ventana al fondo. Y resulta que no soy
Alatriste, mi aspecto es totalmente de Paul Auster. Y al final, escribo sobre
mí.
sábado, 5 de octubre de 2013
Nelson y Emelys
-
Hola, ¿y tú cómo te llamas?
-
Yo me llamo Emelys, ¿y vos?
-
Yo soy Nelson, ¿qué hace una chica como tú en un
bordillo como este?
-
Pues aquí, viendo a la gente pasar. ¿No has
visto a esos blanquitos que han andado por aquí? Tenían unos aparatos extraños
con los que me apuntaban, y salía una luz de ellos.
-
¡Anda, Emelys! ¿No sabes lo que es eso? ¡Son
cámaras de fotos! Te apuntan a ti y luego pueden verte a ti, o al pueblito,
cuando lleguen a su casa.
-
¿Y para qué querrían verme a mí cuando lleguen a
su casa, o para qué querrían ver Ometepe?
-
Emelys, tienes que aprender más de la vida, no
puedes estar todo el día aquí, mirando a la gente pasar, y no preguntarte
cosas. Esta gente son pobres. Al parecer, allí de donde vienen no tienen la
naturaleza que tenemos aquí, se la han comido con asfalto y tampoco tienen tiempo, se lo han robado en
sus trabajos, y tienen que ir siempre corriendo de un lado a otro. Envidian
nuestra tranquilidad, nuestro paso lento y la posibilidad de tener aire puro y paisajes inolvidables. Intentan
con esas fotos robarnos todas esas cosas, pero no comprenden que por mucho que
nos apunten, por mucho que se lleven en esos aparatos imágenes nuestras y de
los lugares donde estuvieron, nunca podrán llevárselas realmente, y llegarán a
sus lugares de orígenes y volverán a tener paisajes de metal, y volverán a
correr de un lado a otro, y volverán a no tener tiempo ni de sentarse en un
bordillo, como estamos haciendo tu y yo, y, simplemente, ver la vida pasar.
-
Ah. Oh, Nelson, pobrecitos, ¿no?
viernes, 4 de octubre de 2013
Mi primera entrada, chispas.
Esto es una prueba. Si usted está leyendo esto, no le haga mucho caso. Hágale el mismo caso que le haría a esa conversación en la que sueles mover la cabeza afirmativamente, con expresión de auténtico interés, cuando en realidad tu y yo sabemos que lo que te están contando te importa una puta mierda.
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